No era una tarea fácil la que tenía el director James Wan (El conjuro) cuando recibió el encargo de llevar a la pantalla la historia del héroe de los mares, Aquaman. Siempre visto como uno de los superhéroes más infilmables y poco creíbles, el descendiente de la realeza de Atlántida inspira una no-tan-mala -entretiene-a-ratos cinta en solitario.

Aunque ya lo vimos en La Liga de la Justica, esta vez le toca a Aquaman tener su historia de origen. Y aquí parten los problemas. Si bien James Wan ha demostrado su expertise en el terror y la acción, esta cinta es algo que a ratos se le escapa. Demuestra demasiada glotonería al momento de contar cada detalle y nombre como cimiento de la historia, lo que se traduce en una primera hora de metraje algo soporífera de conversaciones explicativas y expositivas que, a la larga, poco y nada aportan. Que el rey, que la reina, que el amante, que el hijo, que el medio hermano, los terrestres, el pirata, el papá muerto del pirata, la ecología y el mágico tridente perdido. Es una simple historia de superhéroes, no física cuántica.

En el terreno de lo visual, Wan demuestra autoridad e ingenio al momento de vendernos este universo submarino. Con un par de secuencias bien logradas y rindiendo más de un homenaje a La criatura del pantano e Indiana Jones, su versión de Aquaman se trapica bastante y a ratos parece ahogarse, pero termina sobreviviendo a la asfixia del exceso de historia y avidez.