Un grupo de niños, premunidos de piedras y hondas, encuentra un cadáver flotando en el canal: es el cuerpo tumefacto de una mujer temida por todo el pueblo. Le dicen la Bruja.

Como ocho pedradas se reciben los capítulos de Temporada de huracanes, la celebrada novela de Fernanda Melchor (Veracruz, 1982). Son piedras de distintos tamaños: cada capítulo es un párrafo (sin puntos aparte), más o menos largo, desde unas pocas páginas a varias decenas. Allí se escuchan voces, voces que hablan como presas de un frenesí, voces llenas de modismos (el lenguaje es tan importante en la historia como la historia misma), voces que se mezclan: un personaje habla de otro, se relatan chismes, mitos y supersticiones; a veces, se cuenta la misma anécdota, pero desde otro ángulo o agregando detalles.

En el principio fue el cadáver, para después saber detalles de la infancia de la Bruja (de su madre, también llamada Bruja, ya muerta): ambas curanderas, coquetendo con hechizos. Se supone que guardan un tesoro. Luego se van revelando las vidas de los otros personajes, en torno a la sospecha sobre un grupo de jóvenes, generalmente drogados o borrachos, que tenían diferentes tipos de relaciones con esa mujer.

Si el narcotráfico, el maltrato, la marginación, la impunidad criminal, se han transformado en postales, probablemente no turísticas, de México, Melchor agrega el desamparo de los habitantes de un pueblo tropical medio olvidado, llamado La Matosa. No sólo la Bruja es una víctima, el pueblo está plagado de ellas, el pueblo entero es una víctima. Allí se ve el abandono de la familia (padres que se van, abuelas que crían nietos), también el de las autoridades, en el mejor de los casos ausentes o indiferentes, en el peor criminales o corruptas. La violencia está siempre presente, en particular contra la mujer: la seducción de una niña por el padrastro, o la violación múltiple que se supone sufría la Bruja y antes de ella su madre...

Fernanda Melchor es autora de un libro de crónicas (Aquí no es Miami, 2013, reeditado por Random House) y de la novela Falsa Liebre (2013). En Temporada de huracanes, según dice en los agradecimientos del libro, hay historias que se inspiraron en las noticias policiales.

-¿No las desdeña, entonces, como suele hacerse, por su truculencia o sensacionalismo?

-Me parece que son historias muy humanas que están contadas con mucha prisa y prejuicios, y que a veces vale la pena tratar de contarlas de otra manera.

-En un artículo señaló alguna vez que el problema de la nota roja no es su tema sino su forma.

-La nota roja está contada con un lenguaje muy pobre y muchos estereotipos que lastiman los derechos y la dignidad de las personas involucradas.

-¿Cómo decidió la estructura del libro?

-Lo decidió la historia, era la forma en que esta historia pedía ser contada, con un flujo de palabras vertiginoso y apretado.

-¿Una voz colectiva da mejor cuenta de los hechos en este caso?

-Esta historia necesitaba un narrador que puediera estar adentro y afuera de los personajes. Tenía que ser una voz muy fluida, casi como un demonio que entra y sale de los cuerpos involucrados y que conoce todos los secretos del lugar donde sucede la novela.

-¿Cuán importante es captar la oralidad popular y mexicana, quizá también con una inflexión de Veracruz?

-Me siento orgullosa de ser veracruzana y disfruto mucho los matices que aporta a la lengua, especialmente en cuanto a las obscenidades, pero en realidad la lengua de Temporada no es una calca de la jarocha. Es más bien como una traducción de esta, una reelaboración, artificial, como todo lo es en literatura.

-Al respecto, en la cárcel alguien habla de los "cuicos". En Chile se llama así a los que son o pretenden ser de clase alta...

-En México es una forma despectiva de llamar a los policías.

-¿Cómo ve la situación actual de su país?

-Muy jodida.

-La Matosa es un lugar desolado, con pocos habitantes y casi sin trabajo. ¿Refleja una realidad?

-Sí, cuando escribí la novela quería pintar un cuadro realista.

-Figuran violencias de distinto tipo, pero el abuso contra la mujer parece destacar...

-Yo quería hablar de cómo las mujeres son asesinadas diariamente sin que nadie haga nada para evitarlo o para castigar esos crímenes. Quería mostrar lo gratuitos y sin sentido que son muchos de los crímenes que se cometen contra las mujeres, y cuál es el papel de las creencias machistas que la sociedad nos inculca. Pero, lo repito, es sólo una reflexión que hice mientras escribía la novela. No me interesa hacer sociología cuando escribo novelas, simplemente me interesa contar bien una historia.

-En esta épica del macho también está la ambivalente relación de varios personajes con la homosexualidad.

-Sí, quise explorar un poco lo que hay detrás de lo que ahora se llama masculinidades tóxicas.

-En un momento se habla de un carnaval. ¿Es una expresión de, a pesar de todo, alegría?

-No lo sé, cualquier veracruzano te diría que sí, que la fiesta carnestolenda es alegría liberadora, pero para mí el carnaval se trata más de máscaras que de rostros, de muecas más que de sonrisas. Hay una tristeza lánguida en el carnaval de la que pocos hablan: esta sensación de vacío que sigue al derroche de bebida y baile y confeti y que se parece a las melancólicas postrimerías de una orgía.

Actividades

Fernanda Melchor participará en varios de los Diálogos Latinoamericanos: además de lo hecho el jueves en "Resistencia cultural: cómo hacemos para no volvernos tan gringos"; y el viernes en "Al calor de las armas", tiene, el domingo 16 (16 horas), la charla "Cómo hablar de libros en tiempos de internet".