Es un domingo pasadas las seis de la tarde y Slavoj Žižek responde esta entrevista en pantuflas y tirado sobre el sillón de su casa, cerca de la Universidad de Liubliana, donde hace clases. De entrada, se disculpa: dice estar enfermo y presa de un ánimo "poco colaborativo y creativo".
Pero a medida que la entrevista avanza, a Žižek se le oye energizado, tal como sucede en los miles de videos en Youtube con sus conferencias, así como en los documentales en que analiza y cruza cine y pensamiento contemporáneo; es decir, se le escucha con un marcado acento balcánico y su muletilla en inglés and so on and so on (algo así como "y así sucesivamente, y así sucesivamente").
Nacido en 1949 en Liubliana, Eslovenia, Žižek es un académico que ha sobrepasado la dictadura del paper y del publish or perish. Hoy se le considera una celebridad intelectual, alguien que tiene un journal dedicado a su obra, el International Journal of Žižek Studies, pero que también aparece en medios pop como Vice y Buzzfeed.
Así, a lo largo de una hora Žižek saltará de tema en tema con facilidad. Comentará sobre Hugo Chávez ("Era como Fidel Castro con dinero; tiraba plata sobre los problemas, en lugar de resolverlos"); sus encuentros con el actor mexicano Gael García Bernal ("Le dije que estaba aburrido de sus personajes bienintencionados tipo Che Guevara. Lo que necesitamos son personajes buenos que a la vez sean odiables"); la imagen que se tiene de América Latina en los países balcánicos ("Básicamente, el llamado realismo mágico sigue eclipsando otras cosas, tal vez más interesantes, que suceden en tu país"); y finalmente su niñez y juventud en la ex Yugoslavia, donde un socialismo relativamente abierto le permitió ver cine tanto del bloque soviético como capitalista.
"Cuando estaba en el colegio incluso pensé en ser director", dice. "Pero luego, luego de ver muchas películas, descubrí que no era lo suficientemente bueno. Entonces, me mudé a la filosofía".
Fue durante esos años, además, cuando tuvo su primer encuentro con Chile. "Por supuesto, como todos, tengo recuerdos míticos de los 70. Lloré cuando Allende murió", cuenta. "Aunque es un tema complejo. Porque me he convertido en un izquierdista amargado y me pregunto qué hubiera pasado con Allende de haber seguido con vida".
No solo Allende conoce Žižek de Chile: entre otras cosas, dice admirar la geografía local: "Me encantan esos países, ya sabes, que uno ve en el mapa y se pregunta, '¿Cómo es posible que exista un país así? Me encantan las fronteras completamente irracionales de Chile. Y también sus paisajes irracionales, como Tierra del Fuego, Patagonia, etc. Creo que el comienzo de la tolerancia y de las buenas relaciones internacionales es cuando te olvidas de la geopolítica racional y aceptas la irracionalidad de las fronteras. De hecho, el momento en que buscas fronteras racionales es cuando se inicia una guerra global. En Europa tienes casos similares".
En Lacrimae rerum (Debate), su último libro de ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, algo de eso se incluye: Žižek escribe sobre Matrix, Krzysztof Kieslowski, Alfred Hitchcock, Andrei Tarkovski y David Lynch. No son ensayos totalmente académicos ni tampoco completamente cinéfilos, sino, como dice el mismo Žižek, instrumentales. "Me gusta escribir sobre películas como un indicador de dónde estamos hoy en nuestra situación ideológica", asegura.
"El cine es la más perversa de las artes porque no te dice sólo qué desear sino cómo desear", dice en uno de sus documentales. Pero hoy en día parece que el medio predominante son las series. De ser así, ¿cuál es la diferencia entre la perversión del cine sobre nosotros y la perversión (en episodios) que ofrece Netflix?
La mayoría de las series de televisión de hoy están destinadas a verse en un fin de semana. Y eso ya es un nuevo fenómeno. Puedes hacer mucho más en el sentido del desarrollo gradual del personaje en una serie que en el cine. Realmente es una nueva forma de arte, pero me gustaría agregar otra cosa, que creo que todavía no es una forma de arte pero potencialmente podría serlo.
-¿Cuál?
-Los videojuegos. No hay que subestimarlos. Los videojuegos ya traen más dinero que las películas y la televisión. Son importantes. Forman nuestros deseos de nuestras subjetividades. En mi nuevo libro habrá un capítulo completamente nuevo sobre cómo los videojuegos implican esta nueva forma de no-muerte, de inmortalidad. En los videojuegos puedes tener 10 vidas; mueres, comienzas de nuevo, y así sucesivamente, y así sucesivamente. Es una suerte de subjetividad pervertida y obscena.
-¿Y cómo se traspasa esto a la vida real?
-Por ejemplo, sé esto por muchos de mis estudiantes y amigos más jóvenes. Estos tratan su vida sexual de esta manera: "Tengo un romance con una chica, salimos, tenemos sexo y luego vuelvo al punto cero". Ahí está, una vez más, esta idea de una "vida no-muerta" a la que siempre se puede regresar. Es algo que está fracturando nuestra cotidianidad.
-Hace poco escribió que nos acercamos a una nueva sociedad autoritaria, pero que ésta no será el fascismo al viejo estilo, sino que "será algo así como la mejor película británica de todos los tiempos". Y entonces ejemplifica con Monty Python, ya que la nueva derecha populista, dice, es abiertamente hedonista, levemente desquiciada y propensa a comentarios provocadores. ¿Cree que el nuevo fascismo es una versión menos seria y payasa del fascismo anterior?
-Sí, aunque un fenómeno como el de Monty Python sigue siendo subversivo. Porque no son como Trump, quien busca llenar una figura paternal. Lo que hace Monty Python está marcado por un disgusto por la vida. Son en cierto modo profundamente pesimistas. Y eso no se puede decir de los nuevos movimientos de derecha. ¿Y sabes qué otra cosa? Hoy Monty Python son todavía subversivos para ambos polos. Son intolerables tanto para la derecha, pero también para la izquierda puritana. Es triste porque este tipo de ironía sarcástica está desapareciendo.
-¿Y a qué se debe?
-Bueno, lo que está sucediendo hoy es muy extraño. La izquierda radical era obscena y provocativa con chistes sucios que intentaban socavar la autoridad; y los conservadores representaban el lenguaje de la dignidad. Pero hoy eso se revirtió. Mira a Bolsonaro en Brasil o Trump, se apoderaron del espacio de la izquierda radical al usar ironía y obscenidad, y así sucesivamente, y así sucesivamente. Pero hay que tener mucho cuidado aquí. Porque la primera reacción para muchos es volverse políticamente correctos y puritanos.
-¿Hay un ejemplo en el cine que refleje lo políticamente correcto y puritano?
-La película Pantera Negra.
-¿Por qué?, ¿qué le pareció?
-Me decepcionó. Es un ejemplo de lo que está mal con la izquierda y con Hollywood. Pretende ser progresista y liberal y crítica del imperialismo estadounidense. Pero si miras lo que realmente dice, es una película sobre una antigua África autoritaria, con una monarquía, y la cual además está protegida por la CIA. ¡Es horrible! Por eso no pude ver la última de Los vengadores. Lo siento, pero el cine es una experiencia íntima. No aguanté más de 10 minutos. Y ojo que no estoy midiendo estas películas con estándares artísticos, sino con sus propios estándares comerciales. Ja, ja, ja. ¿Sabes qué cintas me gustan un poco?
-¿Cuáles?
-Las de superhéroes marginales. ¿Viste esa de M. Night Shyamalan, no en la que Bruce Willis ve gente muerta, sino la segunda, con Samuel L. Jackson?
-¿Unbreakable?
-Sí, esa. Explora la idea de que al héroe le cuesta aceptar que no es inmortal. Es una hermosa visión dentro de lo dramático que puede ser un héroe.
-¿Y qué le parece el choque que existe entre cine y televisión y las llamadas políticas de identidad? Para algunos es obligación que la raza y sexualidad del actor o actriz corresponda con el papel que interpreta.
-Es lamentable esta horrible idea de que si la película tiene lugar en cierta ciudad, esta debe reflejar su realidad étnica. Creo que algunas personas alegaron esto en contra de La La Land, película que sucede en Los Ángeles, donde una parte importante de la población es gay. '¿Cómo es posible que no haya personajes que sean gay?', se preguntaron algunas personas. Pero bueno, en el cine se debe permitir cualquier cosa. Un hombre blanco puede interpretar a un hombre negro y al revés también. Es horrible este tipo de falsa autenticidad que se está forzando. No es así como se lucha contra el racismo.
-Hoy se habla mucho de apropiación cultural, ¿qué le parece esto?
-Bueno, dime tú: ¿Qué es el jazz?, ¿y qué pasa cuando la apropiación es al revés, cuando la cultura negra toma algo de la cultura blanca? Si estamos robando de una cultura, significa que esta es lo suficientemente fuerte como para que se le pueda robar. No es algo malo. Pero esta ola puritana, te lo digo, terminará en una nueva forma de racismo político-correcto, en la cual toda identidad será protegida. Y este será, si me preguntas, un mundo nuevo y horrible.
-En su libro Viviendo en el final de los tiempos, Ud. cita brevemente las memorias de Pablo Neruda. Es el pasaje en que el poeta confiesa haber violado a una joven tamil. ¿Por qué lo escogió?
-No era un ataque dirigido a Neruda. Aunque debo decir que hay algo de sus patéticos cantos largos sobre el dolor que me molesta. Pero bueno, reflexionemos: probablemente todos los hombres en ese tiempo, en ese contexto, se estaban comportando como Neruda. Hay que tener eso en cuenta. Es injusto cuando se habla de alguien de manera retroactiva, ¿sabes? Es similar a lo que está sucediendo en los Estados Unidos con Mark Twain. En los colegios se leen sus libros sin la palabra nigger; o sea, son libros censurados. Cuando por Dios, ¡Mark Twain era muy, pero muy progresista!
-Puede que algunos vean esto no como una censura, sino como un gesto de buena intención y reflexión.
-La gente olvida que el arte es cruel. Puedes hacer arte con todas las mejores intenciones políticas del mundo y tal vez su impacto, al final, sea nulo.