Dice Brett Anderson (51), el líder de Suede, que cuando era pequeño creció con una fobia al compositor romántico húngaro Franz Liszt. Su padre era un fanático de su música y bordeaba la obsesión: escuchaba sus canciones todos los días y, una vez al año, acudía a los lugares donde el pianista había desarrollado su carrera.

Cuando el futuro cantante descubrió el punk fue como un cachetazo a sus tradiciones familiares. Sintió que la solemnidad de la música clásica estaba obsoleta y lo que realmente importaba eran esas canciones viscerales, primitivas y crudas que adscribían a una rebeldía generacional. Trabajó repartiendo periódicos en su natal Lindfield, un olvidado pueblo a medio camino entre Brighton y Londres, y compró su primer disco: Never mind the bollocks, here's the Sex Pistols (1977), de la agrupación londinense.

"Me enorgullece hablar que fue mi primer disco. Fue el presagio de una historia de amor vitalicia con la música alternativa. Me aprendí cada instante de su hermosa insurrección y aún hoy suelo utilizar el tema Bodies (de los Sex Pistols) como intro de mis shows", relata Anderson en Mañanas negras como el carbón, su recién publicada autobiografía en español, precedida de buenas críticas y ventas en Reino Unido.

El músico, uno de los puntales del britpop, comenzó a escribir su historia -que abarca desde su infancia hasta el día en que su banda firma por el sello Nude Records- para reconciliarse con su pasado y dejarle un testimonio a su único hijo. En principio, fueron ideas sueltas que, posteriormente, lo llevaron a rememorar imágenes familiares y a recrear el entorno social británico en los 70 y 80.

El autor de "Trash" recuerda que uno de los mayores miedos de la gente en esa época -azuzado, por cierto, por la prensa amarillista- era la posibilidad de un ataque nuclear. Se conversaba en el colegio, en la casa y con amigos: los ataques, en medio de la guerra fría, eran inminentes y podían ocurrir en cualquier momento.

Anderson dibuja una Inglaterra sombría y pobre económicamente. La comida no sobraba y el clima era rudo. "La única vez que me compraron ropa tenía ocho años. El resto me la hizo mi madre", afirma. Aunque vivieron con lo justo, el músico señala que siempre tuvo una inclinación artística. Su madre leía muchos libros y su padre escuchaba a compositores clásicos. Pero la relación entre ellos era tirante. Sin espacio para mayores libertades, la mujer era una empleada en su propia casa, mientras el Anderson mayor venía dañado por las agresiones infantiles que sufrió y que lo distanciaron tanto de su padre que cuando le avisaron que había muerto, tras años de alcoholismo, ni siquiera fue a su entierro.

Gracias a las sugerencias de su hermana Blandine -que le regaló su primera guitarra-, el vocalista de Suede amplió su radar musical. Si Rush, la banda que escuchaban sus amigos, le parecía compleja y aburrida, el descubrimiento de grupos como The Kinks, The Who, David Bowie, Pink Floyd, Love y Led Zeppelin fue vital para desarrollar sus propias canciones. "Mientras otros se aficionaban al pop de las listas de éxitos como Thompson Twins, yo empezaba a desenterrar discos de Jefferson Airplane y Robert Wyatt", escribe.

Una estadía en Manchester tras salir del colegio lo hizo identificarse con bandas de esa ciudad: The Fall, Joy Division y, sobre todo, The Smiths fueron su trampolín para escribir canciones y contactar a otros emergentes artistas que estaban en la misma. Uno de sus primeros hits, "She's not dead", por ejemplo, está basada en la historia de una tía que, tras un matrimonio aparentemente feliz, apareció muerta en 1980 en el interior de un auto junto a su amante tras haber inhalado monóxido de carbono.

En 1987, Anderson estudia en el Bartlet School of Architecture and Planning de Londres, y conoce al amor de su vida: Justine Frischmann. Ella venía de una familia adinerada y, unos años más tarde, se convertiría en la líder de Elastica, otro referente de los 90.

Mientras vive su mejor momento, ensayando sus nuevas composiciones y conociendo a su dupla, el guitarrista Bernard Butler, a través de un aviso en la revista Melody Maker, Anderson sufre por dos: su madre le avisa que tiene un cáncer terminal y su novia lo deja por otro incipiente artista: Damon Albarn, el cantante de Blur.

Anderson menciona la depresión de aquellos días, pero salta rápidamente a la creación de canciones, una tocata para bandas nuevas organizada por la revista NME -y que llama la atención de un escocés dueño de un sello que los editará-, las fiestas en las que se burla de las engreídas personalidades de Peter Gabriel y Cher, hasta el primer show donde asumen que los sigue una multitud, entre la que aparecen espectadores célebres, como Morrissey y Suggs, de Madness. ¿Por qué no relata el éxito de Suede? Ese periodo lo contará en un próximo libro que se publicará en la primavera de 2019.