En los años sesenta, cuando su nombre todavía era Walter Carlos, una identidad masculina que no la representaba y que pronto dejaría atrás, Wendy Carlos fue una de las primeras visionarias en advertir el potencial de los sintetizadores, abordados en un comienzo por músicos de vanguardia como novedosos chiches tecnológicos y no como verdaderos instrumentos. La opinión de Carlos, nutrida por sus estudios de física y composición musical, además de un decisivo paso por el Columbia-Princeton Electronic Music Center, era que las aparatosas máquinas usadas por otros como meros emisores de ruidos curiosos daban para mucho más que eso: creía que estaban al mismo nivel de los pianos o los órganos.
Para demostrarlo, decidió hacer un disco usando el sintetizador como único recurso. Pionera en más de un sentido, intervino ella misma en la fabricación del instrumento, trabajando codo a codo con Robert Moog, el hombre que le dio su apellido a la célebre marca. Carlos empezó, minuciosamente, a reproducir con un sintetizador modular Moog canciones de rock, de jazz y también algo de repertorio propio hasta estacionarse en las partituras de Johann Sebastian Bach. La grabación fue un proceso arduo debido a la cantidad de trabajo necesario para extraer sonidos del complejo e inestable artefacto. En términos exactos, más de mil horas a lo largo de cinco meses de experimentación que tuvieron un final feliz: el disco, Switched-on-Bach, aparecido en 1968, fue un inesperado éxito comercial.
Wendy Carlos probó su punto con ingenio. Los sintetizadores comenzaron a ganar terreno en manos de otros curiosos, como el japonés Isao Tomita, cuyo debut, Switched-on rock, le debía su apócrifo título a la tendencia que ella inició. El de Tomita fue uno más dentro de muchos discos que imitaban el esquema de Switched-on-Bach, inamovible por dos años y 49 semanas del número uno de la lista de música clásica de Billboard. La propia autora del concepto siguió explotándolo al año siguiente en The well-tempered synthesizer, con versiones de Bach y Handel, entre otros. Naturalmente, sus discos causaban cierto escozor entre los puristas, pero lo cierto es que su habilidad fue ampliamente reconocida. A fines de los sesenta, su trabajo era homenajeado en el Carnegie Hall por Leonard Bernstein.
Ante el mundo, Wendy siguió presentándose como Walter hasta 1979, cuando dio una entrevista en Playboy para revelarse como mujer transgénero. Siete años pasaron entre su cirugía de reasignación de sexo y el anuncio en sociedad, período en el que acentuó su característico aislamiento y mantuvo viva la idea de que era un hombre mientras su carrera despegaba, éxito que contrastaba con sus dilemas y conflictos internos. Horas antes de una presentación junto a la Orquesta Sinfónica de St. Louis, sufrió una crisis nerviosa por la ansiedad que le producía ser vista en público mientras se preparaba para ser operada. Aunque cumplió con el compromiso pactado, lo hizo escondiendo su pelo largo en una peluca de hombre y dibujando vello facial en su rostro lampiño por los estrógenos.
Carlos lo pasó mal durante su período de mayor reconocimiento. No solamente debía lidiar con los demonios de una vida entera sintiéndose alienada, sino también con la frustración que le provocaba sentirse incomprendida como artista. Pese a firmar un nada despreciable contrato con CBS junto a su mano derecha, la productora Rachel Elkind, creía que el sello no era respetuoso con su música. Hizo público el rechazo que le causó la portada de Switched-on-Bach, con un hombre disfrazado de Bach al lado de un sintetizador, audífonos en mano. Le parecía una trivialización de su propuesta, y su ojo perfeccionista no dejaba pasar el hecho de que en las manos del cosplayer hubiese audífonos mal conectados al sintetizador. En cierto punto, admite, consideró suicidarse. De su conversación con Playboy: "Hice una lista de las cosas que necesitaba para sobrevivir. La primera era un doctor que me ayudara".
Durante su transición, Carlos estableció un vínculo colaborativo con Stanley Kubrick, quien la buscó tras escuchar sus versiones de Bach ("me identificaban con Bach como a Leonard Nimoy con Spock", diría en una entrevista ochentera). Musicalizó La naranja mecánica, aunque el director finalmente descartó mucho de su material en el soundtrack. En 1972, un año después del estreno de la película, publicó Walter Carlos' Clockwork Orange con todo el material excluido. Se trata de un lanzamiento crucial: incluía el uso de un prototipo de lo que ahora conocemos como vocoder, una distorsión para voz que antecede a la creación del ahora omnipresente autotune. El eco de Carlos llegó hasta Alemania, donde unos incipientes y aún rockeros Kraftwerk comenzaron a usar vocoder apenas la escucharon.
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La influencia de Wendy Carlos no puede ser despreciada. Se extiende incluso hacia terrenos como la música new age, que considera trascendental su poema electrónico "Sonic seasonings / Land of the midnight sun". Para el rock, sus avances junto a Robert Moog fueron vitales en la futura eclosión del sintetizador. Una vez iniciados los ochenta, luego de hacer pública su vida como transgénero, la creatividad de Carlos se elevó por los cielos. Hizo las bandas sonoras de El resplandor y Tron, grabó el disco Beauty and the Beast experimentando con una escala de notas totalmente alternativa e incluso lanzó un disco infantil con Weird Al Yankovic. Con el tiempo, su rol dejó de ser activo para volverse patrimonial, pero su visión de la música y la tecnología como aliados está más vigente que nunca. Vivimos el futuro que ella imaginó.