Era 1969 y los Beatles y los Stones estaban en plena euforia nostálgica del primer rock & roll. Mareados tras barroquismos y experimentos, ansiaban volver a esa energía rústica y salvaje que los había seducido de preadolescentes. Ese mismo año John Lennon tocaba en un festival en Toronto donde alineaba Chuck Berry, y unos teddy boys londinenses vestidos como los primeros rockeros de los 50 fueron a recibir al aeropuerto a un alcoholizado Gene Vincent, el genio opacado por el one hit wonder Be-bop-a-Lula y de quien Johnny Rotten imitaría en la manera de coger el micrófono como una gárgola al acecho.
A casi medio siglo de esa primera oleada de nostalgia pura de la música popular cerramos 2018 aferrados a la misma tabla, a un saldo de nostalgias y melancolías que la industria maneja con un cálculo extraordinario y que ha sabido reinventarse por décadas -un éxito de 1978 como Grease se rendía a los 50-, buscando yacimientos en los recuerdos de un periodo que además, como ningún otro, está profusamente registrado en audio e imágenes. Cuando crees haber visto y escuchado todo de un ídolo legendario, Youtube se encarga de demostrar que siempre hay algo más.
El año termina con el éxito avasallador en cines de Bohemian rhapsody, la sanitizada historia apta para la familia de Freddie Mercury junto a Queen, también un recordatorio de la brillante obra musical del grupo británico en las antípodas de la arquitectura del pop actual, que economiza y optimiza ganancias al focalizar el andamiaje en la percusión y los efectos vocales con las guitarras en franca retirada. A su lado, la música de Queen se parece al palacio de Versalles. Pero no solo tiene que ver con la voluptuosidad de la composición sino con el efecto generacional tras la cinta y las canciones que arrastra a padres, hijos y nietos. En el frente latino la serie de Luis Miguel provocó un efecto similar al humanizar su figura y encontrar en el padre un villano que redimió su cartel de espeso.
Los ingleses, expertos en sacar lustre al patrimonio musical, cerraron la temporada con la portentosa reedición aniversario del Álbum Blanco de The Beatles y un libro de fotografías de 400 páginas de Led Zeppelin que cierra los 50 años del grupo, maniobra comercial equivalente a bombardear con las armas de mayor calibre del ex imperio. En Chile y probablemente en muchos países por donde pasó la última gira de Roger Waters fue el espectáculo más portentoso de la temporada seguido de cerca por el regreso de Radiohead.
Justo en Gran Bretaña este fue el primer año del festival Cool Britannia, un encuentro nostálgico con bandas de segundo orden como The Bluetones, Echobelly y Sleeper, y números como el actor Phil Daniels recitando su monólogo en Parklife de Blur. Sus organizadores David Heartfield y Jack Gray son los mismos que desde 2009 estuvieron tras Rewind, festival que se encargó de reflotar a viejas glorias del pop de los 80, luego exportado a Sudáfrica, Tailandia y los Emiratos Árabes Unidos. Cuando percibieron que la curva nostálgica por los 80 había llegado a su punto máximo vendieron el evento por 30 millones de libras para lanzarse con el brit pop y un público 10 años más joven dispuesto a usar poleras con la leyenda "fue mejor en los 90".
¿Habrá giras en el futuro con los grandes clásicos del reggaetón? Firmado que si. La serie autobiográfica de Nicky Jam en Netflix es un presagio de ese mañana. No importa el contenido, lo que vale es llamar al recuerdo y la nostalgia, un negocio con medio siglo de perfeccionamiento.