Polaco de nacimiento, egresado de literatura y filosofía en Oxford, el guionista y realizador Pawel Pawlikowski (61) ha construido la mayor parte de su reconocida carrera fílmica en el Reino Unido (Las resort, Mi verano de amor). Pero solo en esta década, tras decidir hacer cine en Polonia y en polaco, ha ganado reconocimiento planetario: Ida (2013) le significó un Oscar a Mejor película extranjera, mientras Cold war ha sido un golazo en todos los terrenos (y se pensaría en una nueva estatuilla para Pawlikowski si no fuera porque existe Roma, la aún más venerada cinta de Alfonso Cuarón).

Al igual que Ida, Cold war es un drama histórico filmado en blanco y negro, con pantalla semicuadrada, que favoreció la centralidad del rostro y que dominó sin contrapeso en el cine mundial hasta los 50. Es una historia de amor irredento que atraviesa Europa a lo largo de 15 años de plena Guerra Fría. Una historia de amour fou que orbita en torno a una pareja inspirada en los padres del realizador.

Corre 1949 y en una zona campesina de Polonia se ve a Wiktor (Tomasz Kot), registrando con una grabadora el mundo semiolvidado del folclor local. Es director musical dentro de una iniciativa del régimen comunista destinada a rescatar sonidos y voces de la tierra, pero que a poco andar se tiñó de propaganda estalinista desembozada. En el proceso conoce a Zula (Joanna Kulik), joven que ha estado en la cárcel por matar, según se dice, a su propio padre. Hay pasión en ambos, aparte de la delación, pero cuando está la oportunidad de pasar al otro lado de la naciente Cortina de Hierro, la historia con mayúscula parece separarlos con saña, favoreciendo según el caso la dicha o la desgracia.

La sutileza de la elipsis, el arte noble del encuadre y una serie de otros recursos operan en conjunto, al servicio de lo que pasa con esta pareja que no logra encontrarse del todo, y no solo para el goce de la cinefilia académica, esa que Pawlikowski integra a mucha hora. La intuición para estar cerca hace lo propio, así como la sensatez para tomar distancia cuando la situación lo demanda. Para pasar la historia y la política por el tamiz de lo personal. Y con honores, por si faltara explicitarlo, más allá de que su estética y su caligrafía puedan espantar a los amigos del chasconeo o de la transgresión formal.