Reeditado varias veces desde su publicación en 1981, el poemario Aguas servidas, del escritor Carlos Cociña, sufrió ciertas modificaciones antes de llegar a imprenta: Raúl Zurita intervino algunos textos y redujo el número de partes y Nicanor Parra cambió el título, que originalmente era Aguas potables, y consideró que los poemas debieran enmarcarse entre dos fechas trascendentes: 1973 y 1980. Esto lo cuenta en el prólogo de la presente edición el editor y poeta Guido Arroyo, donde también repara, sin equivocarse, en la notable actualidad de poemas escritos hace casi 40 años.
En la primera parte, titulada "De la estructura de la mirada a la estructura del ojo", Cociña describe diversas maniobras de observación que, en un caso extremo, le permiten ver su propio ojo sin necesidad de espejos. Podría hablarse de un ojo omnipresente, el ojo que protagoniza esta sección, especialmente a juzgar por los siguientes versos: "Soy el ojo que recorre, / el ojo de la voz que descubre cada objeto / y en lo negro, / y en lo blanco / soy los matices que revientan cada instante".
El asunto oftalmológico, sin embargo, no alcanza una trascendencia fuera de lo humano, puesto que es el mismo ojo, supone uno, el que en ocasiones se delata fisgón y en otras incluso pícaro a la antigua, como en este fragmento: "En tanto que de rosa y azucena / se muestra la color en vuestro gesto, / y que vuestro mirar ardiente, honesto // desordena a nivel de hormonas esta mirada inocente / para sexualizar el ojo de la papa / poco a poco visto".
Luego, en "Descripciones y actos penitenciales", el hablante propone situaciones extrañas de las que siempre consigue salir airoso (física y poéticamente hablando). A veces se trata de exigir un poco la imaginación de quien lee, situación que agradecerá el lector atento y capaz, y que con certeza decepcionará al zángano. Las imágenes cambian con rapidez, efecto que conduce a una sorprendente variedad de escenarios dentro de un mismo poema. Y en ocasiones, claro, no todo acaba siendo aquello que aparentaba ser al principio.
En "Histórica relación", la parte final del poemario, la fascinación de anatomista de Cociña cobra una traza mucho más oscura. Los poemas se acercan a la prosa y el mensaje trascendental, que podría resumirse en la frase "Nadie tiene derecho a morir antes de tiempo", alude a que pese a que en general creíamos que estábamos ciegos, y por cierto mudos, "eran nuestros ojos quienes iban acumulando todos los posibles contornos de cada objeto que nos fue negado y la mirada no fue hacia adentro sino hacia afuera".
Hay aquí un reporte de horrores y abusos inusual para la época en que fue publicado. Inusual por la forma artística, pero también por un ánimo de denuncia corajuda. "Se destapó la olla, ya no hay posibilidad de amedrentar y que se frene la ebullición de los condimentos que todos sabían que eran sepulcros blanqueados con cal, mientras el olor a muerte se despedía de todos los manjares (…)".
La especificidad siniestra tampoco escapa a la percepción cientificista del hablante: "Una gota de saliva cubre lo cóncavo de una pieza de goma que al acercarse al pedazo de piel, la absorbe en el vacío, dejando / una elevación convexa y cerrada de epidermis. Los electrodos se afirman, cuando los polos se intercambian en los destellos del roce que cae / de los electrones desencadenados para alcanzar al próximo, y así seguir hasta tener la posibilidad de alcanzar la tierra".
Curiosamente, Aguas servidas reposó cerca de seis meses en algún vericueto del Ministerio del Interior -el autor quiso seguir los pasos indicados para publicar- y finalmente obtuvo el permiso necesario para ser impreso y distribuido. Muchos piensan que en aquellas dependencias, el militar encargado de tales quehaceres ni siquiera leyó el poemario, o, en caso de haberlo hecho, no entendió ni pizca.
Aguas servidas
Carlos Cociña
Ediciones UDP
109 pp.
$ 12.000