El rollo del arte y el imán de la taquilla
Bohemian Rhapsody impuso un mix de nostalgia planetaria y taquilla incontestable que hizo irrelevantes sus facilismos narrativos: para las estadísticas y el recuerdo quedó el premio en la categoría principal, así como el otorgado a Rami Malek. El tipo ni siquiera se parece a Freddie Mercury, pero terminó convenciéndonos a todos de que podía encarnarlo.
De un buen tiempo a esta parte, los Globos de Oro vienen haciendo esfuerzos ingentes por ser más que "la antesala del Oscar", más que un alegre y regado comparsa. Para que tal cosa termine ocurriendo, tal vez la prensa extranjera de Hollywood podría ser más escrupulosa, en lo que toca al cine, y no caer en las omisiones vergonzantes de cada año, que en esta pasada dieron cuenta, entre otras, de las últimas películas de Clint Eastwood (The mule), Paul Schrader (First reformed) y Jacques Audiard (The Sisters brothers). Pero algo se hace, partiendo por el show.
Se toma nota, en primer lugar, del carisma y la comicidad de los animadores, Andy Samberg y Sandra Oh, que dieron margen para la chunga, pero también, como dejó de manifiesto la actriz de Entre copas, para emocionarse y para constatar la presencia en el Beverly Hilton de "los rostros del cambio". Y si hubo ahí un guiño político, el rizo se rizó con el paso al estrado de Regina King, mejor actriz de reparto por If Beale Street could talk: la intérprete afrodescendiente reinstaló el ítem de la equidad de género en el corazón la industria, al tiempo que reivindicó la cinta de Barry Jenkins (Luz de luna), que de momentó no tiene siquiera un distribuidor local.
Puestas a un costado las categorías televisivas, y habida cuenta de las artificiosas divisiones que premian el cine, hay paño que cortar. Están, por cierto, las sorpresas, partiendo por el reconocimiento a Glenn Close (La esposa), quien pareció quitarle la estatuilla de las manos a Lady Gaga, cuyo favoritismo era ajeno a toda discusión: la noche consagratoria, en el caso de esta última, quedó pendiente.
Otro tema fue el de los reconocimientos a Green book que, acaso por venir de un pionero de la trash comedy, no traía mucho viento de cola. Ahora, las otras grandes ganadoras de la noche plantean cuestiones de interés. Por un lado está Roma, con la que Netflix alimenta su pedigrí artístico al apoyar al mexicano Alfonso Cuarón, quien produjo, escribió, dirigió, montó e hizo la foto, en blanco y negro, de una historia personal donde las haya. Y que reafirmó el discurso ecuménico que sus compatriotas han levantado en estas instancias.
Por el otro, Bohemian Rhapsody impuso un mix de nostalgia planetaria y taquilla incontestable que hizo irrelevantes sus facilismos narrativos: para las estadísticas y el recuerdo quedó el premio en la categoría principal, así como el otorgado a Rami Malek. El tipo ni siquiera se parece a Freddie Mercury, pero terminó convenciéndonos a todos de que podía encarnarlo.
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