Una muerte en Ciudad Gótica: cuando DC Comics mató a Robin

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30 años atrás, en 1989, se publicó uno de los comics más polémicos en la historia de Batman. En Una muerte en la familia, serie de cuatro volúmenes, el destino del chico maravilla quedó en mano de los lectores.


Fines de los ochenta: Estados Unidos pasaba de Ronald Reagan a Bush padre; es decir, de un actor que interpretaba vaqueros a un millonario vaquero tejano. Todavía faltaba para que una estrella de reality-shows llegara a la Casa Blanca, es cierto, pero de a poco la realidad se volvía una parodia de sí misma.

De fondo, además, pasaban sucesos como el fin de la Guerra Fría, el bombardeo de Libia y el escándalo Irán-Contra.

Y en otra parte de Estados Unidos, en esa metrópolis ficticia llamada Ciudad Gótica, Batman y su nuevo compañero, Jason Todd, el segundo Robin, se encargaban de mantener el crimen a raya.

Jason Todd, al igual que Bruce Wayne, era huérfano. Un par de años atrás Batman lo había descubierto robando las llantas del Batmóvil, en uno de los barrios más peligrosos de Ciudad Gótica. Su madre había muerto de una enfermedad; su padre era criminal; y por eso Bruce Wayne lo apadrinó, entrenó y educó: le enseñó a combatir el crimen. "Pero sin involucrarse emocionalmente", como le recuerda Batman a Robin en una de las viñetas de Una muerte en la familia. "Hay que diferenciar entre hacer justicia con nuestras propias manos y la ley".

Publicado originalmente en los números 426 a 429 de Batman, de diciembre de 1988 a marzo de 1989, Una muerte en la familia es uno de esos hitos comiqueros. Uno que hoy, además, se puede leer como documento de la época. Porque en este se aprecian las ansiedades de la época (el imperialismo estadounidense; el cuestionamiento de Batman como vigilante que pasa por alto la ley; y la relación homo-paternal entre este y Robin). Una muerte en la familia son apenas cuatro números en los que DC Comics hizo algo inaudito: dejó el destino de uno de sus personajes en mano de los lectores. Ellos decidirían si Robin continuaba con vida; o si lo mataban.

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Todo sucede luego de un ataque de rabia, luego de haber sido retado por Batman por ser demasiado violento; Jason Todd decide salir a caminar. Batman se preocupa. "Este nuevo Robin venía con demasiada carga emocional", piensa.

Todd regresa a su barrio de infancia. Y por casualidad se encuentra con una vecina: esta le pasa una caja con papeles que pertenecieron a la familia Todd. Entre aquellos hay un certificado de nacimiento y sorpresa-sorpresa: Todd descubre que es adoptado. De regreso a la Baticueva (donde hay un computador, tipo Google, que tiene casi toda la información del mundo) se entera que hay tres mujeres que podrían ser su madre.

Las tres, por lo demás, están en Medio Oriente.

Es el mismo destino escogido por el Guasón, quien posee un arma nuclear y planea vendérsela a ciertos "terroristas". Así, mientras Batman intenta evitar un cataclismo en Medio Oriente, su compañero novato, Robin (Jason Todd), se encuentra en una misión para encontrar a su madre biológica.

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Si bien fue publicada a fines de los ochenta, Una muerte en la familia no se tradujo hasta comienzos de los noventa. Y no llegó a Chile hasta esos mismos años.

Y claro: entonces comprar comics era una aventura. Había que recorrer los kioscos del centro incansablemente. Preguntar en cada uno. Esperar semanas y hasta meses si es que tal número no había llegado. Y volver, una vez más, al centro y repetir la misma secuencia. El catálogo disponible era más bien a la suerte de la olla: títulos de la editorial argentina Perfil, la mexicana Vid y los saldos de la española Ediciones Zinco (que había quebrado unos años antes). En su mayoría eran DC Comics. Batman, Superman, La Liga de la Justicia, Lobo, La Liga de la Justicia Europa, Soldado Desconocido, La cosa del pantano. Y a veces esa variada oferta significaba que uno leyera historias que sucedían en distintas épocas. O que los superhéroes hablaran con distintos acentos (nunca acentos chilenos, claro).

Fue entonces cuando Una muerte en la familia circuló por kioscos locales, cuando la cultura nerd era como un archipiélago y los hoyos argumentales (causados por esos números que nunca llegaban a los kioscos), los llenábamos con nuestra propia imaginación y no con el Google. Por eso el efecto de Una muerte en la familia puede que haya marcado a varios lectores: en medio de la primera batmanmanía, esa causada por Tim Burton, leer que Robin era acribillado por el Guasón significó para aquellos lectores imberbes que fuimos, novatos tanto en las viñetas como en la vida, un choque.

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Una muerte en la familia fue uno de los últimos cómics que se leyeron durante esos primeros esplendores de la cultura nerd en Chile. Antes de The Big Bang Theory y la glamorización de la Comic Con, y de que el cine y la cultura de superhéroes comenzara a disneyficarse, leer comics significaba pertenecer a una cofradía secreta.

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Sucede en las primeras viñetas del tercer volumen de Una muerte en la familia.

Batman camina por el desierto. Horas atrás dejó a Robin, quien aparentemente encuentra a su madre. Se acerca a esta. La abraza. Pero su madre resulta ser una farsante; todo es parte de una emboscada por parte del Guasón, quien golpea a Robin violentamente con un fierro.

Horas más tarde Batman vuelve. Se encuentra con el cuerpo del chico maravilla. Está sangrando.

Y esto fue lo que se encontraron los lectores de entonces, en Estados Unidos; al final del segundo volumen, por primera vez DC Comics decide realizar un experimento. Ahora los lectores podrán afectar la trama. Decidir el destino de uno de los personajes. Para votar para que Robin viviese debían llamar a un número, y si querían que muriese, a otro.

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Batman le toma el pulso a Robin.

"Solo basta ver su condición para darme cuenta", dice. "Lo hemos perdido".

De esa forma DC Comics mató al segundo Robin.

Fueron 5.343 votos contra 5.271.

De todas maneras, ambas opciones estaban dibujadas. La que salió con Batman tomando el cuerpo de Robin y llorando; y la que permaneció inédita, con Batman celebrando que Robin todavía respira.

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Así, y cada vez más enrabiado, Batman disminuiría la distancia entre ser un superhéroe y un defensor proto-fascista (y millonario) que no teme usar la violencia.

Y claro: ¿quién vigila a Batman si Batman es el hombre más poderoso de Ciudad Gótica?

Por lo menos en Una muerte en la una familia ese resulta ser Superman: en el tercer y cuarto volumen aparece el hijo de Krypton. Y habla con su colega encapuchado. "Temo que puedas hacer una locura en el estado en que estás", le dice Superman a Batman. Y este responde: "Ese es el problema con esta línea de trabajo. No siempre puedes hacer el trabajo y seguir siendo un héroe ante tus ojos".

Puede que Una muerte en la familia sea uno de los volúmenes más desquiciados de Batman. Uno que incluye a Bruce Wayne paseando por Beirut y Etiopía ("Este no es un lugar para un americano", dice Bruce Wayne), así como un cameo del Ayatollah Jomeini, quien convence al Guasón de que sea el embajador de Irán frente a las Naciones Unidas.

Ahí se puede ver la ansiedad estadounidense en cuanto a su política exterior. El agente disruptivo, por supuesto, es el Guasón. Batman es el superhéroe humano que no sabe si usar la violencia o la razón. Y Superman el encapado inmigrante (no olvidar que ni siquiera nació en esta tierra, menos en Estados Unidos) quien finalmente pone algo de orden cuando el Guasón toma la palabra en medio de la reunión de las Naciones Unidos y revela que su papel no es la diplomacia, sino un ataque terrorista.

En las páginas finales de Una muerte en la familia Superman y Batman derrotan al Guasón, quien por supuesto escapa. Porque este necesita tanto a Batman como Batman lo necesita a él.

"Siempre terminan de la misma forma las cosas con el Guasón", dice Batman en la última viñeta, mientras en el cielo explota un helicóptero "Sin resolver".

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Después de Una muerte en la familia Batman pasaría varios años solo. La sombra de la muerte de su compañero le pesaría por años. Tanto que el Robin anterior, Dick Grayson, tendría que volver a ayudarlo por un tiempo. Varios números más adelante vendría un reemplazante: Tim Drake. Drake sería el tercer Robin. Uno que estaría con Batman para ese otro momento clave de los cómics noventeros: cuando Bane lo dejó minusválido en La caída del murciélago.

No es azaroso que Una muerte en la familia sea uno de los últimos comics de los ochenta. Porque luego vendría una década para DC Comics en que se sucederían varios cambios. Superman moriría (y resucitaría); Batman quedaría en silla de ruedas; Flash correría hasta fallecer; y Jason Todd, claro, seguiría muerto por muchos años. El problema es que en los comics nunca se muere del todo. Porque las viñetas pasadas siempre se pueden rescribir. Así, en 2004, luego de casi 15 años de Una muerte en la familia, Todd fue resucitado por Ra's al Ghul, uno de los archienemigos de Batman. Fue uno de esos momentos en que alguien viajó en el tiempo y los universos paralelos se mezclaron. O algo así.

Un momento, en todo caso, muy propio de la moral de reciclaje cultural en que vivimos. Esa moral que se niega a aceptar que incluso los superhéroes deben morir.

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