Claudio era siempre un hombre más alto que sí mismo. Su equilibrio en el suelo era precario, su cabeza lo adelantaba siempre en todo. Era joven desde tanto tiempo que había sido siempre joven. Era absolutamente cosmopolita y completamente barcelonés. Era generoso pero le gustaba serlo de modo brusco y perentorio. Tenía un sentido del humor inderrotable y creía en todo lo que no creía y viceversa, sin que hubiera en él nada de cinismo. Le gustaba el misterio de la gente pero también huía siempre. Viajaba mucho y es imposible no pensar que eso está haciendo ahora, sacando la selfie en cualquier otro mundo en que esté para irse de nuevo. Era inescrutable porque era lo que parecía: un gran señor y un niño crecido.
Le gustaba viajar a Chile porque aquí vivían los poetas y sabía que en la poesía estaba el centro de todo. En una esquina podía decirte en dos frases qué estaba bien y mal de tu novela. Creía en las pandillas, las familias, creía en su propio instinto indestructible y creía en los autores más aún que en los libros. Era feliz, qué feliz era Claudio que seguramente debía sufrir del corazón y los pulmones más de lo que nunca dijo. Te protegía, o le gustaba hacerte sentir eso. Te leía, eso es lo que perdemos con toda certeza y para siempre y jamás, un editor que te leía.
Lo conocí, no lo entendí, pero lo disfruté. Alojé en su casa con Thor, el perro tan gigante y benigno como él y era como volver a ser estudiante entre libros y sin horario. Era eso, Claudio, una eterna adolescencia pospuesta, eso que algunos llaman también aristocracia, a lo que el marqués que Claudio también era nunca se negó. Todo eso era lo visible, lo invisible es que era tu compañero de curso y de andanza y que amaba de los escritores sus peculiaridades y caprichos que adoptaba como suyos. Leer y editar era para él su forma de viajar. Su hijo Jacobo cumple de alguna forma el destino de él de ser piloto de aviación. Vuela alto se le desea en Chile a los muertos.
No se puede volar más alto de lo que Claudio voló en vida. O quizás sí. No lo sé. Adios, amigo mío. (Escribo esto sin editar, sin mirar, como un homenaje al que fue entre todos mis editores, mi editor).