Es uno de los tantos documentos de José Donoso que se pueden revisar en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. La carta está fechada en 1990 y hoy, su autor, el escritor argentino César Aira, se sorprende al releerla.
"Querido maestro: no sabe cómo lamenté enterarme de su enfermedad", comienza la carta, la cual pasa del fanatismo a la fina ironía airana en unas pocas palabras. "Quiero decir, lamenté su enfermedad, no enterarme. Espero que sea psicosomática, como todo el mundo dice que hay hartos motivos de esperar, tratándose de usted".
Es una carta que el argentino, autor de más de 100 libros y de quien por estos días se reedita su Diccionario de autores latinoamericanos, le envió al chileno junto con una copia de Los fantasmas, el primer libro que publicó en un proyecto de autoedición que duró poco. "También me duró poco esa bochornosa costumbre de mandarle libros a escritores famosos", cuenta Aira (1949) desde Buenos Aires. "Tuve cariño por Donoso, al que veía todos los años en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde proyectaba una imagen jovial y distendida, que por lo que supe después no se correspondía con su personalidad más bien torturada. No tengo mucho más que decir sobre él. No he releído sus libros".
José Donoso, además, es uno de los más de 100 autores chilenos incluidos en el Diccionario de autores latinoamericanos, coedición entre un sello chileno (Tajamar) y otro español (Tres Puntos).
Tal como explica el mismo Aira en el prólogo, este es un libro para "los buscadores de tesoros ocultos". Se incluyen todos los países hispanoparlantes de América, además de Brasil, sin incluir a las lenguas indígenas o no-hispánicas del Caribe y las Guayanas.
De Chile, por ejemplo, Aira dice que comienza como un país de historiadores y luego se transforma en uno de poetas. Y de la narrativa afirma lo siguiente: "El regionalismo criollista se impuso a la narrativa universalista". Dice que Recuerdos del pasado de Vicente Pérez Rosales es "el mejor libro de su género en Chile y uno de los más representativos del país". También elogia (a su manera) a Juan Emar, Joaquín Edwards Bello, Enrique Lihn y al hablar de Eduardo de la Barra, autor del Chile fundacional, dice: "Es uno de los clásicos de la literatura chilena, pero como suele suceder con los clásicos nacionales, es muy poco lo que queda de su obra que valga la pena leer".
Aquella frase, de alguna manera, funciona como hilo conductor de este libro, el cual evidencia la purga entre esos autores que los gobiernos y la academia quieren imponer como clásicos, versus esos autores que silenciosamente le ganan la batalla al tiempo y finalmente encuentran más lectores que los oficialistas.
"Quizás hay casos en que 'autores oficiales' y 'tesoros ocultos' son lo mismo. Esos clásicos nacionales que nos hacen leer en la escuela, contra los que nos rebelamos cuando empezamos a leer a Rimbaud, son completamente desconocidos por lectores de un país vecino, y su descubrimiento puede ser una sorpresa bienvenida. Para mí lo fue más de una vez. Porque las historias y genealogías de las literaturas nacionales siguen encerradas en cada país. De todas maneras, no hubo intenciones didácticas al escribir este diccionario. Lo veo más bien como las anotaciones personales de un lector", comenta.
¿Fueron muy importantes los diccionarios y enciclopedias en sus comienzos de lector y escritor?
No, no tuve nunca una relación especial con enciclopedias o diccionarios, nada comparable con mi pasión innata por los libros, y mi preferencia adquirida por los libros delgados. Los diccionarios que tengo en mi casa están cubiertos de polvo porque no los uso nunca (salvo Corominas con las etimologías). Les debo de haber tomado fobia por haber tenido que usarlos tanto cuando trabajaba de traductor.
¿Hay algún nombre de la literatura chilena que le gustaría haber agregado a posteriori?
Hay muchos nombres chilenos que faltan, aun manteniendo como fecha límite de nacimiento 1939, escritores que descubrí demasiado tarde para incluirlos, por nombrar dos poetas, Armando Uribe y Alberto Rubio. Y hoy me habría extendido más con Rosamel del Valle, al que releo con admiración cada vez mayor.
Las lecturas en torno a los autores y su obra cambian. Por ejemplo, en la entrada de Neruda escribe que su vida "prácticamente no tuvo zonas oscuras, miserias o dolores". Pero hoy se discuten rincones oscuros biográficos de Neruda, como la violación de una joven tamil o el abandono de su hija y exesposa.
Seguiría sosteniendo lo mismo de Neruda. Su cinismo le permitió vivir sin sentir "miserias ni dolores" aunque se los infligiera a otros. Creo que era muy propio de aquellos izquierdistas de antes, tan infatuados con su postura de Amigos del Pueblo que se lo podían permitir todo, desde el adulterio hasta el champagne. De cualquier modo la calidad literaria corre por un canal distinto al de la moralidad.
¿Hay algún autor o autora inventado en este diccionario?
No. Seguramente (no lo recuerdo, pero conociéndome puedo imaginármelo) con alguno me permití alguna libertad en la interpretación de los datos biográficos. Pero no inventé nada.
¿Y cómo se imagina la entrada de Aira en un diccionario similar?
No creo que vuelva a haber un diccionario como el mío. No lo digo por jactancia sino porque la multiplicación informática de datos lo haría inútil.
Diccionario de autores latinoamericanos
César Aira
Tres Puntos/ Tajamar Ed.
2018
744 pp.
$ 39.500