Murakami se levanta a las 4 de la madrugada para escribir durante cinco o seis horas antes de correr 10 kilómetros. Es en medio de su rutina que el eterno candidato al Nobel de Literatura es reconocido por una de sus lectoras, quien al verlo le pregunta: "¿No es usted un famoso novelista japonés?". Ante esto, Murakami responde que, en realidad, solo es un escritor. Esta actitud demuestra una personalidad noble, lejos de esa fama que ha adquirido desde que comenzó a escribir, provocando una retrasada consagración.
A sus 70 años, no es un tema su estatus de celebridad mundial. Su fórmula literaria, donde realismo y fantasía se han combinado para crear un estilo que, con ciertas excepciones, caracteriza su obra, impacta en distintos puntos del mundo. Ejemplos hay varios, todos ellos relacionados con lo político. "Yo era tan popular en la década de 1990 en Rusia, cuando se estaban cambiando de la Unión Soviética; había una gran confusión, y la gente estaba confundida como mis libros... En Alemania, cuando se derrumbó el Muro de Berlín, hubo confusión, y a la gente le gustó mi obra", dijo Murakami en entrevista con The Guardian.
Según el medio británico, no es coincidencia que Murakami sea popular en estos tiempos. Los efectos que provoca su prosa en los lectores, gracias a las desconcertantes mundos que transitan sus personajes, se convierten en un refugio del mundo "real" al que su público está sometido.
Sin embargo, no se debe esperar que Murakami explique el significado de su trabajo. Él opera desde una base de confianza en su subconsciente: si una imagen surge de ese pozo interior oscuro, se imagina que debe ser significativo por definición, y su trabajo es registrar lo que surge en lugar de analizarlo. El japonés, tratando de ejemplificar su ideal, evoca su novela de 2002 Kafka en la orilla, específicamente un episodio en que los peces comienzan a caer, como si fuese granizo un día de lluvia. "La gente me pregunta: '¿Por qué peces?' ¿Y por qué están cayendo del cielo?'. Pero no tengo respuesta para ellos. Acabo de tener la idea de que algo debe caer del cielo. Entonces me pregunté: '¿Qué debería caer del cielo?' Y me dije a mí mismo:'¡Pescado!' Los peces estarían bien".
Murakami en sí es una especie de puente entre su subconsciente y el de sus lectores, algo que está marcado en su forma de relatar sus historias, logrando una conexión con quienes leen su trabajo. "No, no soy un narrador. Soy un observador de historias", afirma, recalcando que su relación con esos relatos es la de un soñador en un sueño, por lo mismo asegura que casi nunca sueña cuando duerme. "Bueno, tal vez una vez al mes, sueño", dice. "Pero normalmente no lo hago. Creo que es porque puedo soñar cuando estoy despierto, así que no tengo que soñar cuando estoy durmiendo".
Quizás esta creciente fama que le ha permitido ser traducido a 42 idiomas está conectada con esta sensación de haber surgido de un lugar más allá del control de su consciente. "Yo era una oveja negra en el mundo literario japonés", recuerda Murakami. Sus libros, con la ausencia de arraigo en Japón y sus constantes referencias a la cultura occidental, eran vistos por los especialistas como "demasiado americanos". "Nací después de la Segunda Guerra Mundial, crecí en la cultura americana. Pasaba escuchando jazz y pop americano, viendo programas de televisión americanos. Era una ventana a otro mundo pero, de todos modos, de a poco tengo mi propio estilo. No al estilo japonés o americano, es mi estilo", justifica el novelista en conversación con The Guardian.
Estas son parte de las características que le permiten esta vigencia a nivel mundial, con historias surrealistas escritas por un novelista desconcertado por su celebridad.