Cinismo, engaño y perversión; chantaje, sarcasmo y crueldad. Al espectador que busque en La favorita los rasgos más nobles y virtuosos de la especie humana, más le vale evitar el último filme del premiado director Yorgos Lanthimos (1973), que debuta el jueves en salas chilenas.

Reconocida en Venecia con el Premio Especial del Jurado y en los Globos de Oro por la actuación de Olivia Colman, es la segunda cinta de Lanthimos en llegar a salas locales, después de El sacrificio del ciervo sagrado, que asomó hace 10 meses con el aura transgresora y brutal que suele acompañar al realizador griego. Incorpora novedades, eso sí, partiendo por el mero hecho de tratarse de un filme de época, que de paso marca una pausa en su estrecha la colaboración con el guionista Efthymis Filippou. Pero no deja de llevar su sello.

A no equivocarse, entonces. Coprotagonizada por Rachel Weisz y Emma Stone, en La favorita puede adivinarse un impulso más comercial que en el resto de su filmografía: un salir al mundo que le ganará nuevos adeptos -y detractores-, también la posibilidad de entrar en la lógica del Oscar y la temporada de premios, como ya han entrado otros cineastas de la crueldad y las bajezas humanas, entre ellos el austríaco Michael Haneke (Amour). Pero mucho de lo que puede decirse de sus otras películas, vale también para esta.

Sexo, lujuria y sadismo

Hace unos días, el cineasta ateniense apareció entrevistado por el diario español El País. El entrevistador, al que un publicista del filme le deseó suerte en su conversación con "el griego loco", le preguntó acerca de algunas de las etiquetas que le han pegado (visionario, intruso, intenso). Acaso para propósitos generales, esta fue su respuesta: "Creo que son todas ciertas. Las personas son distintas y ven las cosas de manera diferente. Bienvenido sea. Ahora bien, afirmar eso sobre mí sin conocerme, por mi obra, no parece muy válido". Sin embargo, La favorita parece confirmar esas impresiones.

La cinta se ambienta a principios del siglo XVIII, en la corte de Ana, reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda (Colman). Hay en curso una guerra con Francia, pero la soberana, enfermiza, impulsiva y caprichosa, pareciera no enterarse demasiado, menos cuando las diversiones y bailes palaciegos prosiguen como si nada. Por lo demás, tiene una mujer de absoluta confianza en Lady Sarah (Rachel Weisz), en quien delega los asuntos de Estado y con quien sostiene una íntima amistad. Qué tan íntima, es algo que se irá descubriendo.

Tal estado de cosas se verá perturbado con la aparición de Abigail (Emma Stone), una joven pariente de Sarah que, pese a sus raíces aristocráticas, vivió en un hogar golpeado por el infortunio. De ahí que haya llegado a buscar trabajo en lo que le den, y lo que dan son tareas de la servidumbre. Por esta vía, sin embargo, y mientras la mano derecha de su alteza se ocupa de los múltiples y complejos asuntos de Estado, la recién aparecida va ganándose el favor de la monarca.

Lo que sigue es otra guerra, a escala personal, entre alguien que ha tenido poder y privilegios como nadie, y alguien que quiere tener al menos algunos de ellos. Mientras el partido del Primer Ministro y sus fieros opositores gritan y pelean en el Parlamento (por el fin o la continuidad de la guerra), ninguna de las dos mujeres vacilará en ponerle el pie encima a la otra: en intrigar, complotar y mentir, siempre con una sonrisa y pronunciando cada palabra en un inglés exquisito.

Admirador de Tarkovski, Kubrick y Buñuel, Lanthimos hace lo que hacen muchos cuando se trata de adaptaciones históricas: respeta ciertos verismos y fidelidades, y omite todas las demás. Filma casi todo con luz natural (incluyendo los interiores nocturnos, provisto solamente de velas, a lo Barry Lyndon) y en varias escenas destaca el uso de lentes del tipo "ojo de pez", que permiten un ángulo de visión de 180° o más, para no hablar de los travellings y demás desplazamientos de la cámara. Por eso, y por la fastuosidad de los vestuarios y los decorados, no puede sino recomendarse ver el filme en la pantalla más grande posible.

En eso de hacer cine de fondo histórico, el cineasta no se pierde, y el presente está siempre ahí. Si bien Ana puede parecer débil y pueril en comparación con monarcas "fuertes" como Isabel I y la reina Victoria, no siempre es el caso. Y de Sarah, ni decir: cuando el líder de los tories en el Parlamento arma en su propia cara una pataleta amenazante, ella no cede un centímetro. El propio Primer Ministro le recuerda que "la dignidad de un hombre es lo que único que lo inhibe de perder el control", y ella responde, no sin sorna: "A veces las damas quieren divertirse un poco".

Erosionar el status quo y mofarse de los privilegiados es parte de la política de Lanthimos, que con esta cinta vino a darle cuerpo a una historia que le ofrecieron hace 10 años. Conforme, según todo indica, a su política de control absoluto sobre lo que filma, y de seguir adelante sin un plan tan elaborado. Él lo ve así: "Intento evolucionar y aprender de lo que hago, cambiar para no aburrirme. Para mí, siempre es un experimento. Imagino una situación, creo una historia, la filmo y la suelto por el mundo. La gente hace lo que quiera con ella".