Javier Brahm, hepatólogo de la Clínica Las Condes y médico tratante de Álvaro Henríquez desde 2017, dice que hay un momento en que todo paciente internado en la UTI, frente al silencio propio del aislamiento obligado, comienza un diálogo interno.

El cantante, que pasó cerca de dos semanas en ese lugar desde que fue trasplantado de hígado el 1 de mayo del año pasado, no debe haber sido la excepción. "Cuando uno está en la UTI, horas y horas despierto mirando el techo, sin ni siquiera ver televisión, porque no tienes ni ganas ni fuerzas, el cerebro sigue funcionando; y se plantea, se cuestiona, se culpa, se exculpa, le echa la culpa a un tercero, a un quinto, y después vuelve donde uno mismo. Estás todo el rato dándole vueltas a todo lo que pasó y por qué pasó. Hay unos que se rearman, otros que no. Álvaro debe haber pasado por eso".

Gonzalo Henríquez - su hermano menor, también músico- recuerda: "Para cuidar su salud, la recuperación la tuvo que hacer más en solitario. Estaba contento, debe haber tenido mucho tiempo para pensar, pero lo hizo más hacia el lado optimista antes que irse a lo negativo".

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Henríquez en el camarín que ocupó para la Yein Fonda, más delgado y con buen ánimo.[/caption]

El extenista Fernando González se ha convertido en uno de los mejores amigos del compositor y dice: "debe ser bien fuerte entrar a un pabellón y no saber si vas a salir. Uno cree que va a vivir toda la vida, pero me imagino cómo tiene que ser pensar en que quizás ya no vuelves. Como amigo y fan, me alegro mucho que tenga este renacer".

En 2004, hace 15 años, Álvaro Henríquez pareció adelantarse a todas esas opiniones con una canción de su primer disco solista, titulada bajo una dualidad que ahora asoma profética: "Vida o muerte". En sus primeras líneas, canta: "Vida o muerte/ me dijo un señor/ Cuando sufres/ empieza el amor".

Y después de todo el sufrimiento, empezó quizás el amor. Tras de seguro pensar en un destino incierto durante esos días y noches en la UCI, el hombre de "La espada y la pared" decidió abrazar algunos de los cambios más drásticos de su existencia. Después del fatídico show de hace un año en Talagante -cuando no pudo concluir su presentación y se hicieron públicas las complejidades de su salud-, y luego del trasplante de principios de mayo, el día 24 de ese mismo mes fue dado de alta y pudo volver a su casa en Ñuñoa.

En las primeras semanas, un grupo de enfermeras lo asistió de forma periódica. Además la recuperación lo obligaba a estar apartado de casi toda visita, para evitar contagiarse de alguna infección. Lo mismo corrió para su dieta: no podía ingerir algunas verduras, hortalizas y alimentos crudos. Y por supuesto, ni una gota de alcohol. También un kinesiólogo aparecía todos los días, ya que prácticamente tuvo que aprender a caminar de nuevo. "Lo más complejo fue lidiar con el paso del tiempo. Eso se hizo muy tedioso", detalla su hermano Gonzalo.

Ya entre junio y julio, poco más de un mes después del trasplante, Henríquez empezó a tantear la opción de volver pronto a los escenarios. "Él estaba operado, pero quería volver, y me preguntaba '¿doctor, usted cree que yo podré?'", cuenta Brahm.

Aunque precisa que en ningún trasplantado hay plazos exactos para retomar la normalidad, se estima que el promedio es de seis meses. Por tanto, cualquier regreso a la música se proyectaba para fines de 2018 o inicios de 2019. Pero para sorpresa incluso de su círculo privado, el guitarrista lo hizo mucho antes, el 18 de agosto, como invitado a un concierto de Café Tacvba en el Gran Arena Monticello. Casi un mes después, concretó un espectáculo de mayor duración junto a Los Tres en la Yein Fonda.

El doctor contextualiza: "diría que fue un poco adelantado, aunque esto de los trasplantes es variable, hay gente que a los 30 días está de vuelta y otros que se demoran un año. La de él ha sido una recuperación de las rápidas, bastante precoz dentro de los parámetros. Podemos decir que está casi un 100% recuperado". Cuti Aste, actual músico del penquista, acota: "desde septiembre nos sorprendimos todos por la rapidez de su recuperación, porque esperábamos estar un año entero sin tocar".

Según sus cercanos, la clave no sólo ha estado en adherir de forma disciplinada a las exigencias de la rehabilitación, lo que incluye ingerir fármacos inmunosupresores durante el resto de su vida. También ha sido fundamental su cambio de actitud hacia la adversidad, una voluntad pocas veces vista en el cantautor. Una suerte de reinvención definida por el propio Brahm: ha sido una manera de demostrarse a sí mismo, y también al resto, que puede dejar atrás la fase más crítica de su adultez.

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Álvaro Henríquez junto a su hermana Jimena en septiembre del año pasado, en el backstage de uno de sus shows. Foto: Carlos Müller.[/caption]

Hoy está en un tratamiento multidisciplinario que incluye a profesionales responsables de la parte nutricional y psiquiátrica. Es el equipo que se reunió en varias ocasiones no sólo para autorizarlo a recuperar su vida pública, sino que también para intentar mantener en alto su estado anímico. "Cuando pasaron estos shows, no tuvimos dudas en decirle que estaba bien, porque eso tiene un efecto curativo. El psiquiatra que lo ve una de las cosas que más nos pedía era que pudiéramos reinsertarlo en su actividad musical y en todo esto que para él es su vida", cuenta su médico tratante.

Una de las figuras que más se ha acercado a esa intimidad es precisamente Fernando González, quien lo conoció a principios de esta década en uno de sus recitales y que desde el año pasado lo ha visitado dos veces en su casa. El exdeportista rememora: "la primera vez que lo vi tras la operación lo noté súper reflexivo, más tranquilo en la forma en que se estaba planteando las cosas, me sorprendió gratamente. Cuando uno está más tiempo solo, se pone a pensar mucho más las cosas. Y cuando lo llamé la primera vez me dijo 'ya pues, vente a tomar un tecito'".

González, la relación semeja la atracción de polos opuestos. Al conocerse, ambos coincidían en que habían trazado una vida similar, con viajes por el mundo durante meses, uno con la raqueta y el otro con la guitarra. Sin embargo, mientras el tenista respetaba una rutina solitaria y estricta que le impedía lanzarse a la juerga nocturna, Henríquez siempre estaba con sus compañeros de grupo y por lo general la diversión se extendía más allá de los conciertos.

Son esas historias las que suelen compartir en sus conversaciones. Y ya retirado, González ve en el pasado del vocalista la juventud que nunca pudo tener. "Él pasó sus etapas de rockstar y yo le decía '¡pero cuéntame de eso!'. Gozaba de esas historias que yo como deportista no tenía. Le decía que envidiaba a los músicos, porque después de tocar salían a comer o tomarse algo, cosa que, si yo hubiera hecho, mi carrera no duraba ni seis meses (se ríe)".

Los días de reposo del artista también le han dado tiempo para meditar acerca de su obra y de cómo multiplicarla hacia otras generaciones. El 9 de marzo repasará su disco solista de 2004 en el Teatro Biobío de Concepción, mientras que el 10 de mayo hará lo mismo con Fome (1997) de Los Tres en el Teatro Coliseo de la capital. Atrás pareció quedar ese desafortunado show de hace un año en Talagante, como si su presente ya hubiera estado escrito en "Me arrendé", esa canción de Fome que interpretará en unos meses más y que en su inicio dice: "Me arrendé una vida/ para poder matar a la antigua".