"Complicado". El calificativo aparece prácticamente de inmediato, segundo párrafo de la introducción. Es una manera justa de resumir a Lou Reed según esta biografía escrita por Anthony DeCurtis, una de las firmas clásicas de la revista Rolling Stone, peso pesado del periodismo y la crítica musical estadounidense con un doctorado en literatura. DeCurtis advierte de inmediato que es fan por décadas de Reed y Velvet Underground y se la juega temerariamente cuando asegura que el sitio del rockero fallecido en 2013 alínea con Bob Dylan, Los Beatles y James Brown. "Nadie ejerció una influencia tan grande en la música popular como él", proclama.

El reportero cuenta que disfrutó de una buena relación con Lou, tan famoso por sus excesos y el gusto por experimentar y reportar en sus canciones los bajos fondos de Nueva York cuando la ciudad era realmente peligrosa, como por el pésimo trato a los periodistas que solían reseñarlo estupendo. Como buen fanático, DeCurtis repasa en detalle cada disco de Lou Reed según sus propias opiniones y los comentarios de los grandes medios en plumas afamadas. Casi sin excepción toda la discografía se lleva vítores en una soterrada competencia sobre quién escribía el texto más elaborado respecto de un artista musical cuyo máximo anhelo era ser considerado como un escritor.

Zorro viejo, DeCurtis deja en claro que la relación con el músico era utilitaria. "Escribí bien y elogiosamente de él", reconoce y Reed -tirando por la borda una vez más aquello de que a los artistas la crítica les resbala- estaba absolutamente al tanto de las opiniones del periodista sobre su material.

"Usted reseñó Nueva York para la Rolling Stone, ¿verdad?", inquirió el rockero cuando se conocieron casualmente en un aeropuerto.

"Así es".

"¿Cuántas estrellas le puso?".

"Cuatro".

"Tendría que haberle puesto cinco".

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Aunque la crítica siempre favoreció su obra fascinada por las letras afiladas y descriptivas que indagaban en experiencias al interior de círculos con debilidad narcótica y una sexualidad de minorías sin tabúes, el músico nunca gozó de un gran éxito comercial dado el carácter árido de una musicalidad dura esculpida fuera del parámetro hard rock a pesar del permanente deseo por el estrellato masivo.

En el mundo de las disqueras llevarse los enojos y las ácidas reprimendas de Lou Reed era equivalente a cumplir con el servicio militar, una especie de medalla de honor cuando las víctimas lo tomaban con humor, pero la mayoría de las veces un martirio. Reed podía llamar a cualquier hora y a los gritos reclamando por el mercadeo de sus álbumes. Sin embargo su reputación como artista osado le reportaba muchísimo respeto y aún a sabiendas del mal carácter y que vender sus canciones sobre drogas y sexo duro era un trabajo complicadísimo, los sellos más reputados siempre estuvieron dispuestos a publicar su material. Lou Reed sostuvo una larga relación de amistad y laboral con el legendario ejecutivo Clive Davis, quien en los 70 se derretía por igual ante las edulcoradas canciones de Barry Manilow y los oscuros versos de Lou Reed.

El relato de DeCurtis detalla los distintos vínculos personales que el músico sostuvo con algunas de las figuras artísticas más grandes de la segunda mitad del siglo XX como Andy Warhol, David Bowie y John Cale, periodistas renombrados como Lester Bangs y académicos universitarios deseosos de desentrañar su trabajo. Con la gran mayoría Lou Reed sostuvo intensas amistades interrumpidas generalmente por celos. En sus bandas cualquier músico que cobrara notoriedad tenía los días contados. Particularmente ilustrativo es el homenaje póstumo que él y John Cale hicieron de Warhol titulado Songs for Drella (1990), tributo con resabio a un ajuste de cuentas: Drella era un apodo que el artista multimedia odiaba. Con Bowie cortó lazos apenas vio que su nombre resaltaba por la producción de Transformer (1972) como intentó minimizar ante la prensa los arreglos de Mick Ronson en el mismo álbum.

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La histórica mala relación de Lou Reed con los medios y los periodistas musicales se explica no solo por el carácter difícil y la construcción ex profeso de un personaje hosco vestido de cuero negro. DeCurtis describe básicamente a un alcohólico y drogadicto con preferencia por las anfetaminas y los pinchazos que a comienzos de los 70 sólo era superado por Keith Richards en las predicciones de rockeros candidatos a la muerte. Reed dio muchísimas entrevistas agrias.

Ejemplo. Australia 1974:

-¿No consume drogas de ningún tipo?

No, ni por asomo, apuesto a la vida

-Y sin embargo, compones canciones sobre ellas. ¿Te parece bien que la gente consuma drogas?

Si, prefiero que lo hagan.

-¿Por qué?

Porque es mejor que jugar al Monopolio.

Cuando comenzó a desintoxicarse en los 80 esas declaraciones se aparecían como fantasmas y dejó de hablar asuntos personales. A Reed su pasado le incomodaba al punto que hubo personas las que nunca más se refirió como Rachel, una transexual que tuvo como amante por varios años en los 70.

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Una Vida refleja a un artista que a pesar de su talento y singularidad -los parámetros del rock indie quedaron tallados en piedra gracias a Lou Reed y Velvet Underground- batalló hasta el final de sus días por superar el costado gris y amargo de su personalidad sin conseguirlo del todo. Las secuelas de una adolescencia marcada por tratamientos de electroshock a los que fue sometido por sus padres al manifestar rasgos asociados al homosexualismo (práctica común hace más de medio siglo en EE.UU.) y la sensación de que nunca se le reconocía en justa medida, tallaron una ira permanente acompañada de un ego desbocado. Hay varios episodios que retratan a un hombre envanecido con dificultades para disfrutar de las incontables oportunidades que tuvo para ampliar su carrera y estatus intelectual. Grabando con Metallica el repudiado álbum Lulu (2011), desafió a Lars Ulrich a pelear en la calle aún cuando la banda más grande del metal se sometió plenamente a sus ideas.

Anthony DeCurtis muestra su oficio y categoría. La biografía no solo está estupendamente escrita sino que a pesar del fanatismo del periodista por su obra artística, cuando describe al ser humano resuena justo e implacable. Son los hechos los que confirman que Lou Reed disfrutó de la amargura.