Está bien: los escritores son -supuestamente- seres dañados y se suicidan o sufren en silencio o mienten o se vuelven locos ante la página en blanco como en El resplandor, ¿pero son tan desastrosos como para tener que pasar el próximo 14 sin Valentín? El gigantesco Albert Finney, que murió el viernes, interpretó al menos tres escritores excesivos: el alter ego borracho de Malcolm Lowry en la adaptación de John Huston de la inadaptable Bajo el volcán; un autor de libros de no ficción cuyas infidelidades terminan por derrumbarlo a él y a toda su familia, Diane Keaton incluida en la soberbia Donde hay cenizas de Alan Parker y, por cierto, en la entrañable El gran pez, acaso la última cinta de Tim Burton antes de transformarse en franquicia, como un padre y un autor y novelista tan intensamente exagerado y megalómano que termina opacando a todos sus cercanos.
La cultura pop nos insiste en machacar que también son seres levemente superiores porque han sido bendecidos con la gracia de crear. Son, algunos insisten, buenos personajes a pesar que casi nunca los vemos escribir en la pantalla y, por cierto, nunca leen porque leer en pantalla es tiempo muerto. Dos de las cinco actrices nominadas al Oscar interpretan a escritoras: ambas frustradas, ambas llenas de rabia, ambas dispuestas a mentir con tal de lograr que la prosa fluya y el éxito llegue. Glenn Close, que debería ganar aunque al final es una pena que triunfe por un cinta tan menor, remixea el mito de la mujer-del-escritor y seguro que muchas viudas de escritores con o sin Nobeles deben tener un afiche de ella en La esposa al lado de los libros de sus maridos que han sido traducidos al sueco. La cinta posee su propio morbo (¿qué se hace en Estocolmo para la ceremonia del Nobel?) y pone en escena el mito literario que, en muchos casos, es la mujer el componente clave de la dupla literaria. "Patricia es el Perú... ella hace todo, yo solo escribo" declaró Vargas Llosa ante todos y con la voz quebrada, unos años antes de abandonar a la que -se supone- era su tronco. Glenn Close en La esposa de manera notable canaliza a todas estas "writer´s wives" (desde María Kodama a Pilar del Río pasando por Pilar Donoso y Silvia Lemus de Fuentes) y da vuelta todo al insinuar que, ojo, la verdadera escritora era ella, la que está sentada aplaudiendo. La comediante Melissa McCarthy se pasa al drama con dignidad en la próxima ¿Puedes perdonarme? donde se hace cargo de un bochorno del mundillo literario neoyorquino de los 80s: es Lee Israel, una escritora regordeta de biografías de celebridades de nicho que no venden y son rápidamente saldadas y que decide sobresalir mediante el arte del plagio. Esta mujer sola, con gato, descubre que falsificando y luego inventando cartas inexistentes de escritores de la era del jazz es capaz de encontrar su propia voz y un muy buen pasar. Imitando logra crear. Es una idea interesante. Y la cinta funciona pero todo se ve muy ochentero: no por la época en que está ambientada sino por la manera que la cineasta decide plasmar ese mundo.
Hace poco leí este tweet del poeta y novelista español Manuel Vilas, autor de ese portentoso réquiem que es Ordesa. "No hay cosa más vulnerable en la vida que un escritor", tuiteó. "Los mejores son los más vulnerables, los más asustados, los más niños. Escriben porque la noche del mundo les da pánico. Si ves a un escritor, invítale a una limonada (siempre limonada, ojo allí) y dile que le quieres". La precisa editora Andrea Palet, que hace poco publicó Leo y olvido, le respondió: "No, no y no. Solo merecen respeto si se comportan como adultos. O ¿creen que al resto no nos da pánico la noche del mundo?".
Hay un pequeño deslizamiento de placas culturales y va por el lado de dejar de creer que sólo los artistas o poetas o escritores sufren y son vulnerables. Estas películas acerca de narradores funcionan pero no por eso parecen un poco pasadas de moda porque insistir en la idea que los escritores son, uno, los únicos que crean y son vulnerables es algo casi inaceptable. Lo otro es que dejan de lado la nueva noción de que los verdaderos creadores son aquellos que leen y consumen y premian y compran cartas falsificadas (los apropiadores). El otro día, revisando bajo la ola de calor películas antiguas, me di cuenta lo modernas y adelantadas que son cintas como El rey de la comedia de Scorsese (todos quieren fama, sobre todo aquellos que no lo necesitan) y, por cierto, Misery, donde Stephen King se hace cargo del poder creativo y autodestructivo de los fans y los groupies.
Quizás por eso You, la nueva serie "basura" (basada en una certera novela comercial de esas que no ganan premios) de Netflix, me ha cautivado tanto. Al principio fue por su cuestionable ADN (literatura para mujeres no feministas, estreno en el canal Lifetime, su conexión con la moral CW y Gossip Girl, los ojos de cachorro abandonado del guapillo pero poco amenazante Penn Badgley, todos esos personajes millennials que no paran de mirar sus celulares), pero ahora que terminé de verla (la recomiendo mucho: básicamente es Dexter light) me encanta que coloque al escritor como víctima (rubia posera y necesitada que va a talleres y que escribe más en instagram que en su novela en ciernes) y al librero como el malo. Justo la vi en medio de la polémica concitada por el alcalde Jadue y su librería popular de Recoleta. Nunca había visto ni se me había ocurrido la idea de colocar a un librero como el malo. En You es el chico tierno, dañado pero lindo, poco alfa, el que es de temer; el sicópata es aquel que lee y tiene gustos estéticos, que desprecia a los que leen Dan Brown y se obsesiona con aquellas chicas inseguras que devoran Personajes desesperados de Paula Fox (atención libreros: está agotada). El librero siglo 21, según You, acosa, sicopatea las redes sociales y sabe como colarse en la vida de alguien usando la tecnología. Es tan culto como prejuiciado y juzga lo que compras. La escritora que no escribe desea un chico sensible que sea su fan y lo acepta en su vida. Le parece misterioso y su lado hipster la conquista: no usa redes, lee primeras ediciones, escucha vinilos, recomienda Mary Shelley. You no es gran arte pero capta e ilumina y no solo habla de libros y procesos creativos sino que entiende algo que pocas películas y series y acaso personas asumen: las redes son redes y que hay mucha gente necesitada y sola y ansiosa que está enviando mensajes. En You, Penn Badgley simplemente hace lo que le gusta: lee atento lo que el resto escribe.