Hace unas semanas se recordaron los cuatro años de la muerte de Pedro Lemebel y en general creo que se recordó con justicia, sobre todo porque el 23 de enero coincide con el aniversario de la muerte de Nicanor Parra, el último vate de la gran tradición poética de nuestro país. Pero además después del incidente en el liceo de Independencia había, como dicen en Argentina, que "remarla" para ubicar a Lemebel no en el lugar que merece, sino en el lugar que le pertenece, porque su obra literaria y artística lo había ganado. No se trata, como algunos equivocadamente creen, de canonizar a un autor, sino de ponerlo en el lugar incómodo –tal vez marginal por eso mismo– que siempre fue para el campo cultural chileno.
En The Velvet Underground & Nico, Joe Harvard señala que "existe una innegable tendencia a canonizar rumores como si fueran hechos reales, aceptados siempre y cuando se hubieran repetido una suficiente cantidad de veces". Cito este libro sobre los Velvet Underground porque me parece pertinente, ya que como aclara su autor esta banda liderada por Lou Reed y John Cale fue tan marginal que se mantuvo así hasta la irrupción del punk en 1977. Algo parecido le pasó a Lemebel, guardando las distancias, ya que tuvo que llegar la democracia para que su crónica o neocrónica, como en algunas entrevistas nombraba a su ejercicio literario, irrumpiera. Aunque claro no es tan normal en Chile como en Estados Unidos que lo marginal se vuelva central. Durante la transición algo de eso pasó con algunos de nuestros artistas: Pablo Domínguez, Los Prisioneros y Pedro Lemebel.
Pero como lo sucedido en dictadura tiene un componente de difícil comprobación, hay que creer en los rumores, y tal vez el primero en la vida literaria de Lemebel fue su inicio, su punto de partida. En 1982 ganó un concurso de cuentos y, tal como relató en una entrevista en 1995 para explicar por qué se había cambiado de apellido, "los periodistas fueron a mi casa, lo fotografiaron [a mi padre], y él, que es un señor mayor, salió en los diarios como el autor del cuento. Fue terrible. Así, para evitar confusiones, me puse como mi madre, Violeta Lemebel". Sin embargo siguió firmando como Pedro Mardones por cuatro años más; de hecho su libro de cuentos Incontables (1986) está firmado así. Casi veinte años después de aquella entrevista –en la última que concedió, al menos para un medio escrito– contó que el cambio de apellido "fue un gesto de alianza con lo femenino, inscribir el apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti".
El caso de este escritor es particular, porque el mito de su vida siempre estuvo unido a lo que él tenía que decir, no había terceros o muy pocos que intervinieran, por eso el encargado en última instancia de contar su vida fue siempre él. La escritora María Moreno, en una larga nota en Página 12 a propósito de la publicación de Lemebel Oral: 20 años de entrevistas que tuve el agrado de compilar y prologar, señaló a propósito de esto que leer las entrevistas de corrido era "reponer lo que el mito deglute de un personaje, repasar el cuento de hadas prole narrado por Pedro Lemebel desde el niño pollerudo del Zanjón de la Aguada que fue hasta su gloria de beca Guggenheim incumplida como buena Malinche renegada, pasando por su mitad como integrante junto a Francisco Casas del dúo performer Las Yeguas del Apocalipsis y las vísperas de su muerte y pase al panteón popular sudaca". Y tiene razón, porque su vida tuvo características épicas, que hicieron que mucha gente del mundo popular se identificara con él. Porque si se detienen a pensar un minuto, ¿sucede todos los días que un niño de una población se haga escritor y no sólo escritor, sino artista, y no sólo escritor y artista, sino que sea exitoso y reconocido en buena parte de Latinoamérica?
El segundo rumor, que a mí me llamó mucho la atención, es que hacia finales de los 80 él era un fanático de Julio Cortázar. Esto me lo contó recientemente Francisco Casas en una entrevista que le hice y de verdad no pude creer cuando me dijo: "Recuerdo que Pedro era muy admirador de Cortázar y, sin mentirte, creo que sabía de memoria Rayuela". Muchos saben que el encuentro con la obra de Néstor Perlongher fue determinante para él, por el barroco que luego trasplantó en sus crónicas y que es reconocible, sobre todo en La esquina es mi corazón, pero lo de Cortázar no sólo es un tanto inverosímil, sino que no es reconocible en sus crónicas. Además Cortázar ocupó la centralidad en la literatura argentina antes que Borges y, por su lado, Perlongher siempre se ha mantenido en cierta marginalidad. Aquí de nuevo sólo Pedro puede explicar este tránsito de Cortázar a Perlongher, cosa que hizo en una entrevista hecha por Juan Francisco Coloane en 2012, y que por alguna razón no incluí en el libro: "También mis profesores de la UP me hicieron leer filosofía, Sartre, el boom latinoamericano, a García Márquez y Cortázar, y se me abrió la cabeza". Es decir que la lectura de Cortázar tenía que ver con la adhesión a un proyecto político y a los años de formación del joven Mardones Lemebel. Y Cortázar era bien visto por la izquierda latinoamericana, a diferencia de Borges.
El tercer rumor tiene que ver con su estadía en Buenos Aires y de la cual se podría escribir un libro entero. Era 1984 y su amigo Jaime Lepé vivía con su padre en la capital argentina y lo invitó a pasar una temporada. Entonces se tomó un bus y cruzó la cordillera; se mantendría vendiendo artesanías cerca del Obelisco, donde aún artesanos de distintas nacionalidades venden sus productos. En una entrevista concedida al escritor Cristian Alarcón, Lemebel cuenta que "era la primavera del retorno democrático, recién asumido Alfonsín. Buenos Aires era una fiesta. Chile era una mazmorra, y algunos cruzábamos la cordillera para respirar un poco de libertad". Jaime Lepé agrega que "la pasamos muy bien. Buenos Aires era una fiesta interminable, salíamos a las seis de la mañana de La Academia ahí en Callao. En ese tiempo, en todo caso, Pedro no tomaba alcohol".
Lo de la fiesta es tal cual para Pedro y Jaime, pero cuesta imaginar a un Lemebel sin tomar alcohol, bebiendo, en contrapartida, de toda la literatura y la cultura argentina que después lo marcaría. Obviamente que en ese momento estaba dejando de admirar a Cortázar, ¿pero en qué momento trasladó su fervor a Perlongher? Según Francisco "Pancho" Casas, en eso fue fundamental la intelectual Nelly Richard, quien lo había conocido en San Pablo junto al artista Juan Dávila; de hecho ella le pidió un texto para publicarlo en la Revista de Crítica Cultural que dirigía. Tiempo después vino el encuentro entre Pedro, Pancho y Perlongher en 1990 para un encuentro de poesía chileno-argentina en Valparaíso.
Todo artista o escritor contemporáneo que ha trascendido lo ha hecho gracias a su obra y a la construcción de un mito, y Lemebel no fue la excepción. De hecho hay una frase de Joe Harvard dirigida a Velvet Underground (VU) que perfectamente podría haber estado dirigida a él: "La música de VU no solamente buscaba escandalizar a los oyentes más conservadores (si bien a la banda le encantaba hacerlo), sino que también pretendía expandir las opciones temáticas y los puntos de vista que estaban al alcance de los letristas de rock". Hay que recordar que entre esas opciones temáticas estaba la inclusión de todo un mundo marginal de Nueva York: travestis, prostitutas, drogadictos.
Lemebel abrió de manera similar para la literatura chilena y latinoamericana las opciones temáticas, centrándose en el travesti prostibular. En una entrevista que le hizo Florencia Preatoni en 2003, explicó que la elección del término "loca" del travesti prostibular se había dado porque "son las formas políticamente incorrectas. O sea, son las palabras más duras, más difíciles de oír, son las más discriminatorias. Pero al mismo tiempo es la forma como nosotras nos llamamos en confianza".
La vida y la obra de Pedro Lemebel están unidas a la construcción de un mito, que hoy recién se está descubriendo. En una conversación personal con María Moreno me dijo que le parecía que en todas las entrevistas que concedió le parecía plenamente consciente de qué figura de escritor o artista quería instalar. No respondía por obligación, respondía porque estaba construyendo ese mito. Hay algunas preguntas que le hacían sobre su vida privada y él no contestaba, porque no quería exponer esa vida; para excusarse decía que muchas de las cosas que escribía eran metáforas. A fines de los 90 cuando le preguntan cómo prevenía el contagio de VIH, él responde que "esa pregunta es muy personal y no sé si contestarla porque yo nunca hablo en forma personal, siempre metaforizo". Creo que en ese metaforizar estaba la construcción de su mito.