Luis Miguel es un animal nocturno. Al menos así se ha movido en su paso por Chile: sigiloso, hermético, siempre en la penumbra, cuando ya nadie puede ver algo de su rastro entre los vidrios polarizados de la camioneta que lo traslada.
Para alistar su seguidilla de cuatro conciertos que partían anoche en el Movistar Arena, el mexicano salió desde el hotel Sheraton a ensayar al recinto el pasado domingo cerca de las 21 horas. Su equipo tenía pedido el lugar desde el sábado, para que el artista tuviera disponibilidad total durante estos días.
También hicieron otras exigencias: que el sitio estuviera prácticamente vacío, sin miradas ajenas ni extraños que pudiesen grabar algo de los preparativos del hombre de "Cuando calienta el sol". Por lo mismo, en la prueba de sonido sólo había presente tres guardias en las afueras, dos encargadas del aseo y un responsable del escenario.
El cantante salió al montaje pasadas las 22 horas junto a su conjunto de músicos, repitiendo sobre todo la extensa introducción instrumental que da la bienvenida en sus conciertos. Luego también cantó los clásicos más insignes de su repertorio junto a su banda, los que terminan marcando cada uno de sus espectáculos
Turbulencias pasadas
Los ajustes para su debut en Santiago han sido particularmente meticulosos. Su última presentación fue en diciembre pasado en México, luego de varios shows marcados por los retrasos, el olvido en las letras de sus temas y en general varias performances erráticas que detonaron toda clase de rumores. "Luis Miguel defrauda a sus fans en el Auditorio de Ciudad de México"; "El cantante fue abucheado en pleno concierto", fueron algunos de los titulares que por esos días coparon los medios de su país.
De hecho, por esa razón -entre otros aspectos contractuales- no se materializó su paso por el próximo Festival de Viña, ya que cualquier tropezón en vivo podía derivar en un fiasco emitido a nivel continental.
Ahora no quería repetir el bochorno: sus fechas en Santiago son las primeras de 2019 y las primeras fuera de Norteamérica en su actual gira. Y el pasado domingo, como consecuencia de todo eso, el ensayo se extendió hasta cerca de las tres de la madrugada. O sea, estuvo seis horas probando repertorio.
Por otro lado, el plan es evitar el acoso de sus fans y de los medios -tanto al llegar como al salir del Movistar Arena-, y que a esa hora nadie del lugar esté trabajando en sus oficinas.
El lunes por la noche habría vuelto a repetir el ejercicio, pero sólo cerca de tres horas, ya que probó el espectáculo entre 21.00 y la medianoche.
Todo en él parece un universo inaccesible y estrafalario que, desde siempre, quiebra el molde de la estrella latina más cercana y afable. Se estima que anoche saldría del Sheraton, llegaría al recinto y se iría de inmediato al escenario, sin pasar por camarines, ni backstages, ni bienvenidas, ni nada. Llegaría vestido desde el hotel y saltaría casi de inmediato bajo los focos y las luces. Es una de los pocos astros de la región que tiene tal modus operandi.
Para anoche se esperaban cerca de 12 mil personas, en conciertos que continúan hoy, el viernes 22 y sábado 23. La fiebre de amor por Micky no aflojará durante toda esta semana.
Eso sí, hay un solo día que tiene libre, precisamente mañana. Aunque no hay nada cerrado, se espera que visite la viña Ventisquero de Santa Cruz, la misma que hace poco más de una década produjo su vino Único. Pero todos coinciden en que con él nunca se sabe. Que claramente se maneja solo. Y que su mundo sigue siendo infranqueable para el resto de los mortales.