Si Cleo (Yalitza Aparicio) llegara a trabajar a la casa de la familia chilena de los Valdés sus días estarían contados: saldría corriendo con un nudo de lágrimas en la garganta o desaparecería alejada por alguna amenaza de ribetes siniestros. En este ejercicio de "Frankenstein" cinematográfico entre Roma de Alfonso Cuarón y La nana de Sebastián Silva, la casa del barrio alto santiaguino no tendría ni la mitad del calor humano que la de la colonia Roma en Ciudad de México.
Hace una década, la película La nana (2009) de Sebastián Silva nos entregó uno de los personajes más perturbantes del cine chileno. Se trató de Raquel, la empleada puertas adentro que en su afán por cuidar el territorio y blindar a la familia de los intrusos, iba deshaciéndose una por una de las mujeres que la familia contraba como su "ayuda".
Raquel usaba un traje oscuro, a diferencia del uniforme a cuadros de Cleo en Roma, y estaba acostumbrada a la soledad. Se sentía, además, empoderada y más que miedo a compartir su trabajo con ayudantes, tenía temor a que sus patrones dividieran sus gratitudes entre ella y las recién llegadas.
La película, con guión de Silva y Pedro Peirano, estuvo en el Festival de Sundance, donde logró el Gran Premio del Jurado para Sebastián Silva y el Premio Especial del Jurado para Catalina Saavedra en el rol de Raquel. Luego postuló a un Globo de Oro y hubo una controversia no menor cuando Chile la desestimó para enviarla al Oscar extranjero en favor de Dawson Isla 10 de Miguel Littin.
Diez años después un filme con otra nana sí llegó a los Oscar. Roma postula a 10 estatuillas y su personaje central es a estas alturas un símbolo de múltiples significados: étnico, nacional, político. La cinta chilena La nana también tiene varias interpretaciones y, en cierto sentido, Raquel está tan alienada como Cleo. Ambas se mimetizan con la familia a la que sirven. La diferencia es que Cleo tiene cierta bondad inherente, habla poco y conserva la cordura. Raquel, por el contrario, es impredecible, dice lo que piensa y probablemente está loca.
He aquí algo de anatomía comparada entre ambos filmes:
La palabra. El verbo no es abundante en la lengua de Cleo. Lo suyo es más bien corporal y seguramente su mirada dice más que el "sí señora" o la "no señora" con que se comunica en casa.
Raquel es más articulada en el lenguaje. No es parlanchina, pero es clara. Cuando una de las hijas de la familia le pide que le sirva una colación fuera de horario, ella le responde que ya es muy tarde. Y cierra así: "De qué estái hablando. No molestís, querís". Hubiera sido imposible imaginar a Cleo negarse a servirle a los chicos de la casa, aunque le pidieran almuerzo a las 3 de la mañana,
Padres de familia. Tanto en la familia de Cleo como en la de Raquel la madre asume la voz de mando en la casa. Hay diferencias por supuesto. En Roma, el padre es un ocupado médico y su falta en el hogar responde primero a su trabajo y luego a una aventura amorosa. En La nana, el padre (interpretado por Alejandro Goic) sale a jugar a golf y cuando llega a casa, pareciera estar en otra parte: lo que más le importa es terminar de armar un barquito de madera.
Las otras nanas. En Roma, la magnánima Cleo encuentra en Adela una compinche y compañera de secretos. En La nana, Raquel rechaza sucesivamente a la empleada peruana Mercedes (Mercedes Villanueva) y a la experimentada Sonia (Anita Reeves). A ambas las humilla desinfectando la tina con cloro después de bañarse, no les abre la puerta de la casa y hasta les pierde el gato. A duras penas sólo parece aceptar a Lucy (Mariana Loyola), pero ésta se va de casa antes de que la echen.
La abuela. Personaje lateral en ambas películas, la abuela tiene algo más de presencia en Roma. Es la señora Teresa (Verónica García), quien suele estar callada, pero acompaña a su hija Sofía (Marina de Tavira) y a Cleo a todas partes y en cualquier circunstancia. En La nana, la abuela es una graciosa caricatura. Es Delfina Guzmán interpretándose a sí misma.
La casa. El hogar es un personaje en ambas películas. En el largometraje de Alfonso Cuarón es esencial y gran parte del clima del filme obedece a la manera en que el realizador coreografía una casa hecha a imagen y semejanza de la que habitó cuando niño. Para La nana, cinta que costó 500 mil dólares en comparación a los 15 millones de Roma, Sebastián Silva no se complicó: filmó en su propia casa.