La última palabra siempre la tiene la celebridad que lee el sobre de la categoría final de los Oscar, pero si se atienden las señales de los recientes premios, los favoritismos de los críticos y el despliegue mediáticos, es más o menos evidente que la película Roma tiene muchas posibilidades de quedarse esta noche con el Oscar a Mejor Película.
La única señal en su contra fue el premio que la Asociación de Productores de América (PGA) entregó el 20 de enero a Green book. Sus elecciones se suelen replicar en los Oscar, pero hay dos notorios casos recientes donde erraron el tiro: en 2016 premiaron La gran apuesta y la estatuilla fue para Spotlight; en 2017 prefirieron La La Land y el Oscar lo ganó Moonlight.
Realizada con un presupuesto de 15 millones de dólares, igualando con La favorita y El infiltrado del KkKlan el costo más bajo entre las ocho nominadas a Mejor película, Roma ha escrito en menos de seis meses una historia por la que Hollywood siempre paga bien: es la de la Cenicienta o la de David contra Goliath, dependiendo de la perspectiva. Es el camino de lo que en la cultura angloparlante se conoce como underdog. Es decir, los que van de menos a más.
Hablada en español y lengua mixteca, filmada en blanco y negro y carente de estrellas en el reparto, la película era teóricamente una clásica producción hecha para cosechar todo el honor y la gloria en los festivales clase A del mundo. El nombre de un director importante avalaba su calidad, pero nada más parecía asegurar su brillante paso por las condecoraciones y las celebraciones anuales de Hollywood. Nada más, excepto el respaldo de Netflix, la compañía que más ha remecido el mundo audiovisual en los últimos años.
Veamos su historia.
El factor rojo
En el cine, la distribución lo es todo. Si una película no sale de la burbuja de los festivales de cine, no la conoce nadie. En ese sentido, la suerte de Roma se decidió en abril del 2018, cuando Netflix adquirió los derechos de distribución. La compañía del logo rojo ya había debutado un año antes con dos filmes en el Festival de Cannes, pero el tiro salió por la culata: los dueños de salas francesas las boicotearon. En esta ocasión, el jefe de contenidos de Netflix, Ted Sarandos, prefirió el Festival de Venecia, un encuentro donde no tienen problemas con el streaming y en el que Alfonso Cuarón ya había ganado en 2013 con Gravedad. El mexicano volvió a quedarse con el León de Oro y la suerte de los premios quedó echada: en adelante Roma ganaría el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Directores (DGA) y los de los críticos de Nueva York y Los Angeles.
La campaña
La estrategia para ganarse un Oscar tiene bastantes similitudes con una campaña electoral. Se potencia al candidato, se lo hace conocido entre el electorado, se dan miles de entrevistas y se gasta mucho dinero. En esta máquina electoral los operadores políticos son el corazón y se aconseja tener a los mejores. Netflix, que este año ha gastado 25 millones de dólares en promoción, contrató a la lobista Lisa Taback, formada con Harvey Weinstein y conocida por sus campañas para El artista y El discurso del rey. Es decir, dos filmes que sin trabajo de persuasión difícilmente habrían sido Mejor película. Entre otras iniciativas, Taback montó un museo en Los Angeles para "vivir la experiencia Roma". Se incluían chocolates y stickers alusivos a la película.
El director
A diferencia de El artista y El discurso del rey, cuya calidad es al menos discutible, Roma escapa a la media. Antes del lobby de Netflix, gran parte de los críticos en el Festival de Venecia la bendijo y abundó la expresión "obra maestra". Sea maestra o no, es patente el talento de su realizador, capaz de transformar a Ciudad de México en un personaje y a un Ford Galaxie en el símbolo del cariño paterno. Su manejo del diseño sonoro es sorprendente y le basta con darle relieve a la flauta del afilador de cuchillos o al canto de los pájaros para construir una época que no volverá. Si a esto se suma un blanco y negro en alto contraste (en digital, no celuloide), lo que hay es un prodigio técnico.
La inspiración
La película está dedicada a Libo. Ella es la inspiración de Cleo (Yalitza Aparicio), la empleada doméstica que protagoniza Roma. Libo Rodríguez, hoy con 78 años, crió a Alfonso Cuarón y sus hermanos cuando vivían en la colonia Roma de Ciudad de México. Su vida puertas afueras no significaba mucho, pero en la casa todo cobraba sentido. Al respecto, el director ha recordado que cuando invitó a Libo al rodaje la sorprendió llorando en una escena donde están Cleo y los niños. Pensó que era por verse a sí misma, pero ni en ese momento se puso ella por delante. "Lloro por el sufrimiento de los chicos", le respondió.
Un filme personal
Pero más allá de las destrezas formales y técnicas, las películas ganan las batallas por su honestidad. Fue la razón por la que la sencilla Moonlight le ganó la mano a la sorprendente La La Land en el Oscar a Mejor película. En este sentido, no hay muchas razones para dudar de que esta es la película "más personal" de Cuarón. Es evidente. Si uno atiende a su génesis también lo puede constatar: el director la quería hacer al menos desde el año 2006, tras Hijos del hombre. Pero vinieron las ofertas de Hollywood y la separación de su esposa. Pasaron siete años, hizo Gravedad y se transformó en el primer mexicano en ganar un Oscar a Mejor director. A esas alturas el fantasma de Roma era imparable. "En ese momento hacer esta película era ya una necesidad emocional", decía el año pasado. Queda por ver si la Academia de Hollywood también siente la necesidad de darle el Oscar a Mejor película.