La noche del martes, Dino Gordillo siguió al pie de la letra el manual del humorista aterrado por las pifias en la Quinta Vergara. Entró al escenario y no hubo aplausos, pero apeló al sentimentalismo de estar ahí, con los ojos al borde las lágrimas, y se ganó las primeras palmas. Luego, echó mano a tener una edad similar al público que había ido a ver a Raphael. Lo que vino a continuación fue una seguidilla de chistes repetidos (como el de la avispa y el obispo o el de los clavos González, por nombrar dos), uno sobre una violación, otro de acoso sexual y también de mujeres "que salen hasta en el calendario del motel".
Pero Gordillo había reservado algo para el final. Cuando María Luisa Godoy iba a dar el pase a comerciales, dijo que no se iba y partió un show extra artístico que solo podría calificarse como uno de los más kitsch de los últimos años en el Festival: se puso a llorar, forzó para que le cantaran el cumpleaños feliz e invitó a su pareja a que subiera para pedirle matrimonio. Un día antes Felipe Avello lo había vaticinado mientras recibía la Gaviota de Plata, ante una ovación del público que gritaba por ese premio. Dijo que quería ganársela así, y "no como otros colegas que se victimizan: 'Mi mamá, que tiene diabetis' (sic), y le dan los premios".
Gordillo, quien se compara con "los grandes del humor" como Coco Legrand, aunque en rigor él nunca ha integrado ese club, tuvo su época más exitosa en los años 90 con chistes machistas, homofóbicos y que se burlaban de la gente con algún tipo de discapacidad. El tiempo avanzó, pero él parece haberse quedado momificado, quejándose de que "ya no se puede hacer chistes de nada".
El problema no está en reírse de todo, sino en la forma en que se hace, aunque habría que concordar que una violación nunca será motivo de chiste. Y él, en su incapacidad para reinventarse (o tal vez solo sea flojera de intentarlo), montó un show francamente vergonzoso, machista y que no cumplió con los mínimos estándares de calidad, para un profesional que se presenta en el evento televisado más visto del año.
El problema no está en que sea un humorista de la "vieja escuela". Se trata puntualmente de Gordillo, porque Coco Legrand -por ejemplo- mantiene intacta su vigencia con el espectáculo Viejos de mierda, demostrando que la edad no es impedimento para renovarse, mantener prestigio, ser gracioso y, sobre todo, digno. No era necesario televisar en vivo y en directo la penosa decadencia de Dino Gordillo.