"¡Te estoy grabando cabrón apunta, apunta, te estoy grabando, que te vean cómo le apuntan a estudiantes (...). Bonitos se ven matando estudiantes. Míralo para eso sí eres bueno, para apuntar cabrón. Ojalá así fueras con los narcos!".
La voz enfurecida del muchacho registrada en un video borroso cede a otras que imploran una ambulancia por un compañero abatido con un tiro en la cabeza. Es el anochecer del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala en el estado de Guerrero al sur de México. Tres de los cinco buses que transportan a decenas de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa rumbo al DF han sido acribillados en dos puntos de la urbe. Además de las balas, una de las máquinas es invadida con gases lacrimógenos. De milagro no hay más muertos y la paradoja no puede ser más siniestra porque los muchachos viajan tal como lo hacen desde hace años para participar en la conmemoración de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, cuando fuerzas militares masacraron entre 300 y 400 personas en la capital al arremeter contra un poderoso movimiento estudiantil hastiado de represiones sangrientas.
Las balas de aquella noche y todo el operativo siguiente se conectan con una política estatal donde la corrupción es el elemento común por décadas en México con raíces previas a la masacre del 68, y con la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos como paradigma del tipo de institución que el sistema desea debilitar y eliminar. Los documentales El paso de la tortuga (2018) dirigido por Enrique García Meza con la producción de Guillermo del Toro entre otros, y Los días de Ayotzinapa del realizador Matías Gueilburt, explican casi en su totalidad lo sucedido con los estudiantes hasta el momento en que una parte de ellos es apresada y desaparece hasta hoy. Eso sí, una ligera cojera asoma en ambas investigaciones para dimensionar el por qué del ataque y el ensañamiento. Ese detalle apunta a la particular historia de la Escuela Normal de Ayotzinapa.
Fundada hace 93 años prepara pedagogos con una clara inclinación de izquierda radical que históricamente ha incomodado al estado y distintos gobiernos que consideran al establecimiento como un nido de guerrillas. La escuela resiste permanentemente la intención de clausura con bajísimos aportes a pesar de la expresa voluntad de los estudiantes de trabajar en beneficio de sus comunidades.
La desaparición de los 43 jóvenes abrió otro flanco que los documentales soslayan, una considerable baja de matrículas porque el temor se apoderó de los campesinos y no quieren enviar a sus hijos a la escuela.
Resistiré
El paso de la tortuga resulta más conmovedor al estar construido principalmente con testimonios de sobrevivientes, compañeros y padres de los desaparecidos. Primero ahonda en qué significa para los jóvenes pertenecer a una institución como esa con una concepción del mundo contrapuesta al capitalismo reinante, y que además representa una de las escasas opciones de estudio para los hijos de campesinos. Resalta el componente indígena de la comunidad y la manera en que comprenden la relación con la naturaleza y el uso de la tierra junto a la alta valoración de la pedagogía y su importancia en una zona de escasos recursos.
La lucidez y compromiso de muchachos criados en la pobreza conmueve. "Me gusta de hecho ser maestro", dice Eduardo, un alumno normalista convencido de la importancia de su profesión y que iba en uno de los buses atacados. "Un médico, un reportero, un militar, un policía, un senador, un diputado. Todos pasan por un maestro".
Dividido en dos capítulos Los días de Ayotzinapa es más pretencioso como narración audiovisual con la figuración del escritor y activista hispano-mexicano Paco Taibo II. Mediante entrevistas a investigadores, periodistas y abogados se reconstruyen cronológicamente los hechos y su abrupto corte cuando tras las balaceras son tomados presos decenas de estudiantes a los que rápidamente se les pierde el rastro.
Por su extensión en dos capítulos esta investigación baraja más hipótesis e información que el otro documental. Por ejemplo, que el ataque fue ordenado por el alcalde de Guerrero José Luis Abarca para prevenir una eventual protesta de los estudiantes en un acto proselitista de su esposa María de los Ángeles Pineda, movilizando fuerzas paramilitares.
Los documentales comparten algunas fuentes como la periodista Anabel Hernández quien ofrece una de las explicaciones más acabadas de lo sucedido. Según su relato una de las motivaciones del destemplado ataque a buses repletos de estudiantes desarmados fue recuperar de dos máquinas un cargamento de heroína. La orden la habría dado un capo local del narcotráfico a un alto oficial del ejército, una de las fuerzas que en conjunto a la policía son identificados por los estudiantes como sus agresores.
Las maniobras de la administración del presidente Enrique Peña Nieto para montar una burda explicación a la desaparación de los estudiantes, cuya hipótesis se concentra en un crimen perpetrado por narcotraficantes quienes en pocas horas lograron incinerar los cuerpos de los muchachos en una gigantesca hoguera al aire libre que nadie divisó -algo científicamente imposible como bien explica el segundo documental-, son impresionantes en su descaro.
Las declaraciones del abogado chileno Francisco Cox, nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA como uno de los cinco expertos a cargo del caso, dejan en evidencia la escasa disposición del gobierno de Peña Nieto a colaborar en la investigación. Cox apenas contiene las lágrimas cuando relata las súplicas de las familias para que la comisión siguiera trabajando porque una de las conclusiones del selecto equipo fue que la explicación oficial carecía de rigor científico e investigativo, como se negaron en redondo a permitir cualquier interrogatorio a personal uniformado a pesar de las atribuciones reconocidas internacionalmente a una instancia así. La misma sensación expresa el reputado equipo argentino de análisis forense en restos óseos, impedidos por las autoridades de realizar su trabajo como también convencidos que los restos calcinados que la Procuraduría General de la República presentó como rastros de los chicos requerían análisis más concluyentes.
La sensación de impunidad y abandono que dejan estos documentales sobre una de las tragedias colectivas más brutales de América Latina en este siglo resulta tristísima. Muchachos baleados y asesinados sin piedad por la policía y el ejército durante horas sin provocación mediante, la salvaje cacería a los que lograron huir despavoridos en medio de una ciudad que desconocían, y las torturas a las que fueron sometidos -el desollamiento del rostro del joven Julio César Mondragón es escalofriante-, arrojan una pesadumbre insoslayable. México padece un cáncer que elimina salvaje y sin pudor cualquier rastro de resistencia a un sistema interesado en la desigualdad y en mantener el status quo.
https://www.youtube.com/watch?v=FKWsNdplbhk