Durante los 90 me sentí parte de lo que yo creía que era el pop. Abracé la moral pop hasta dejarla sin respiración. No todo era rock sino además era pop. Incluso había basura fina. Warhol no había errado. No tomarse tan en serio, gozar la vida porque valía la pena gozarla. Esto se podía aplicar a todo. De eso escribía en la Rock & Pop y en la Zona de Contacto. Escribía desde adentro, por gusto, con convicción, pero también con odio y rencor y ganas de hacer justicia: el enemigo era la alta cultura. El gen del resentimiento insertado por mis compañeros de Periodismo de la Chile fue eficaz. Nadie rubio, nadie guapo, era de fiar, me enseñaron. El provocar morbo, el gatillar fantasías, hacían de alguien ilegítimo, cuestionable. Si alguien era agraciado, debía demostrar que era algo más y, ojalá, negar que lo era. Lo importante no era como te veías, era la ideología que profesabas. Varias décadas después, veo que quizás me estaba engañando. No fui tan opened-minded en los 90 como pensé. Podía ir a la Spandex pero despreciaba la televisión. Prefería Perros de la calle a las calles de Bevery Hills. Tenía un snob en mí. En la revista mirábamos en menos a Luke Perry. Despreciaba o al menos evitaba hablar y escribir de algunas series de televisión ligadas al melodrama y a la cultura juvenil que me parecían inferiores. Una cosa era gozar con los placeres culpables del pop (nefasto invento: ¿por qué el placer debe crear culpa?) y otra ver televisión light como Beverly Hills 90210. Mucha gente bonita, mucho drama de amor. Confieso que desprecié todo un mundo ligado a ciertos chicos jóvenes lindos cuyo símbolo, Luke Perry, murió esta semana. ¿Desde cuándo mueren a los 50? Fuimos criados creyendo que las estrellas se mueren muy joven o ya muy mayores. O son River Phoenix o Kurt Cobain, para seguir en los 90, o ya veteranos con un pasado glorioso atrás. Luke Perry murió como un ídolo y no lo era tanto. Siguió joven sin morirse quizás porque no superó o no quiso superar su rol de Dylan McKay. ¿Qué pasó para que su muerte causara tanto dolor? Quizás tiene que ver con sus viudos y viudas, con los que fueron sus fans. Ya sabemos: los millenial lloran digitalmente. Luke Perry no tuvo culpa de no ser más de lo que era. Eso lo hizo grande. No intentó reinventarse como toda su generación que lo hace cada cinco años.
Escribo esto mientras capto y leo y converso con amigos que quedaron consternados. Me siento algo ajeno. Nunca fui fan de los ídolos de los 90 porque quizás ya era mayor. Tuve mis ídolos juveniles en los 80 (Matt Dillon, Christopher Atkins, Richard Gere) pero algo en los 90 me hizo no estar atento a esos fenómenos demasiados pop. Creo que fue prejuicio. Supongo que siempre sucede. Dudo que muchos que hoy se sienten muy-al-día saben conjugar todas las aristas del K-Pop y las telenovelas coreanas en Netflix (aún no veo una, deuda pendiente).
El luto hacia Luke Perry me está llegando tarde, desfasado. No me duele tanto que haya muerto, me duele que no estuviera más ligado a mi disco duro emocional. Me he quedado ajeno. Algo me pasó también, a fines de febrero, con la llegada de los Backstreet Boys. Soy incapaz de distinguir uno del otro. Quedé impactado con un meme que me dejó algo claro que nunca había procesado: la cantidad de Bryan y Kevins nacidos de chicas fans noventeras. Es más: Luke Perry y luego todas las series juveniles del canal CW fueron los radioteatros de los 90 y ayudaron a formar y unir y cohesionar y acompañar a familias enteras, sí, pero más que nada fueron un lazo entre madres insatisfechas e hijos deseosos: la atracción y la obsesión por ciertos chicos. Por los mismos chicos. Madres e hijos suspirando por los BSB o nombrando a un chico Bryan o Brian o Byron para nunca olvidarse del chico de la banda que los fascinaba. Queremos tanto a Luke. Quisieron tanto a Luke. El despertar emocional y sexual de muchos. Un chico milenial me dice: lo primero que hice fue llamar, no wasapear a mi madre; los dos lo quisimos tanto. Otro amigo, uno de mi edad, me dijo:
-Lo que murió fue mi juventud, macho. La cantidad de pajas que me provocó.
Todo ídolo juvenil debe atraer a todos los sexos y orientaciones para triunfar pero fue recién a partir de los 90 que los fans se atrevieron a reconocerlo. Vi Sensación de vivir (como se llamó Beverly Hills 90210 en España, qué título) en el closet, como basura, esperando que apareciera Luke Perry. Nadie quería ser guapo o cool en mi entorno. El no tenía problemas con ser deseado. Despreciaba a Luke Perry mientras miraba su portada sin camisa y botas vaqueras en Vanity Fair en mi cama. Johnny Depp me parecía más de fiar que Luke Perry. Corrí a ver Cry Baby de John Waters pero la verdad es que no pasó mucho. Depp era guapo pero intelectual o eso creímos: fetiche de Tim Burton, cintas en blanco y negro con Jarmusch, videos con Tom Petty, novio de Winona. Depp "escapó" de la basura (la tele no era un artefacto cultural, era entretención). Hizo su carrera negando su pasado de 21 Jump Street (que luego se convirtió en dos películas trash con Channing Tatum y Jonah Hill) y ser el chico lindo desechable de Pesadilla II. Luke Perry no quiso ser otro y canalizó las patillas y la idea del ciervo herido de James Dean. Tampoco se vendió a Los piratas del Caribe o hizo el ridículo. Ahora era el padre de Archie en Riverdale. Luke Perry tenía claro qué botas calzaba y eso lo hizo enorme. Por algo, creo, Tarantino lo llamó para su nueva cinta; ese rol será su despedida. Nunca fue un actor icónico pero fue un ícono pop. Perry, además, se atrevió a envejecer porque, a diferencia de tantos, fue joven cuando le correspondió por edad y eso es la definición de cool.