Todos hemos escuchado, quizás saliendo de nuestras propias bocas, una defensa de Michael Jackson del siguiente tipo: "Yo no creo que haya sido pedófilo. Puede que se juntara con niños, pero lo hacía porque el también era uno". Porque, claro, el Rey del Pop nunca tuvo una infancia de verdad, así que de seguro era una especie de Peter Pan, estancado para siempre en su infancia, que se consideraba a sí mismo igual a los menores que frecuentaba.
Pero esa lógica se viene abajo después de ver Leaving Neverland.
El documental muestra a un adulto en plena conciencia de sus actos. Un hombre con mucho poder que utiliza su status de megaestrella para mantenerse impune mientras abusa sexualmente de niños. Un manipulador que se valía de su fama para atraer a sus víctimas, seleccionadas mediante un criterio establecido que consideraba factores como la extrema juventud (los dos acusadores tenían menos de diez años al momento de conocerlo), la belleza física (uno era actor de comerciales y el otro era un bailarín) y la devoción que sentían hacia su figura. Los otros niños involucrados, aunque no dan su testimonio, cumplen con los mismos requisitos.
Leaving Neverland indaga en el modus operandi de Jackson con escalofriante lujo de detalles. En un recorrido fotográfico por las instalaciones de su gigantesco rancho, queda claro que ciertas partes del lugar eran estratégicamente utilizadas para cometer actos pederastas debido a su lejanía, difícil acceso e incluso alertas ante la presencia de un tercero en el pasillo. Por lo que cuentan sus acusadores, pese a su aspecto infantil, gran parte de Neverland era un sórdido patio de juegos sexuales.
Abundan las pistas sobre la conducta sistemáticamente criminal de Jackson a lo largo de las cuatro angustiantes horas que dura el documental. No hay defensa que resista: el argumento del ser de luz dañado se viene abajo y hablar de excentricidad a estas alturas resulta iluso. La evidencia de una situación completamente irregular se amontona en forma de testimonios, audios y videos que forman un cuadro incómodo de ver para cualquiera de los que amamos su música, pero al mismo tiempo demasiado verosímil como para seguir negando su existencia.
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Leaving Neverland no es un documental sobre Michael Jackson, en el sentido de que no ofrece un vistazo biográfico ni se propone caracterizarlo. Se enfoca más bien en el sinfín de ramificaciones que tiene el abuso sexual en la vida de sus víctimas y de todo su entorno. Es la historia de dos hombres destrozados, James Safechuck y Wade Robson. El primero fue el protagonista de un comercial de Pepsi junto a Jackson, el segundo llegó al cantante en calidad de bailarín imitador mediante un concurso. Ambos terminaron entablando relaciones en las que, encandilados por una promesa de amistad con la mayor estrella de la canción mundial, terminaron siendo los juguetes sexuales de un pedófilo que los usó hasta aburrirse de ellos.
Abruma la crudeza con la que Safechuck y Robson relatan lo ocurrido. Hay descripciones gráficas de los vejámenes que sufrieron, pero quizás lo más impactante es ver cómo ambos declaran haberse sentido enamorados de Jackson, quien los convencía de que sus aberraciones eran una forma de expresar afecto. Ambos confiesan que, tras ser desechados, sintieron celos al verlo con chicos aun menores que ellos. A tal punto llega la manipulación emocional que sufrieron, que Robson incluso accedió a defender a Jackson en uno de sus juicios por abuso sexual a menores aun sabiendo que los cargos eran reales.
James Safechuck y Wade Robson, más tarde coreógrafo de Britney Spears y NSYNC, sirven de ejemplos del nexo enfermizo y retorcido que puede formarse entre un abusador y sus víctimas, un lazo inquebrantable incluso tras la muerte de Jackson. Las acciones del músico siguen perjudicando sus existencias hasta hoy, desde la forma en que se relacionan con sus parejas hasta la valoración que tienen de sí mismos. Los dos viven en un estado crítico de estrés postraumático que se mezcla con el acoso virtual que sufren de parte de los fans y el asedio de una prensa que se divide entre creerles o no. La justicia, en tanto, ya desestimó sus casos, por lo que ni siquiera tienen la posibilidad de un cierre legal.
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En su exploración de los alcances del abuso pederasta, Leaving Neverland ahonda en las oscuras consecuencias que conocer a Michael Jackson trajo para las familias Safechuck y Robson, seducidas por el cantante y su aura de extravagante genio solitario en busca de amor, capaz de hacerse querer e impresionar a los padres de sus víctimas con gestos como ir a visitarlos cual ciudadano de a pie, sacarlos de viaje para acompañarlo en sus giras y regalarles de todo, desde chaquetas hasta una casa. Las madres quedaban encantadas, los padres confiaban en el. Así es cómo Jackson poco a poco se introducía en los hogares hasta terminar rompiéndolos.
Con vergüenza, la madre de Safechuck admite lo encandilada que se sentía ante la presencia de un popstar que se acercaba a ella como si fuese otro niño más de la escuela o del barrio. En los minutos finales, declara su felicidad al enterarse de la muerte de Jackson, causante del quiebre entre ella y su hijo, quien la culpa de no haberlo cuidado como correspondía. Igualmente triste es el caso de la mamá de Robson, que dejó atrás Australia para irse a Estados Unidos y estar cerca de Michael Jackson junto a Wade. En la isla quedó su ex marido con problemas psiquiátricos, que terminó suicidándose, así como su hijo mayor, que la culpa de haber roto a la familia justificando su escape con las aspiraciones artísticas de Wade.
Una vez que Jackson se instaló en la intimidad de los Safechuck y a los Robson, comenzó a tirar de las cuerdas influyendo en sus vidas (a los papás de James los convenció de que lo dejaran abandonar el colegio, por ejemplo) y a conseguir cada vez más licencias y permisos hasta prácticamente apropiarse de sus hijos. Los relatos coinciden en que tenía formas de alejar a sus víctimas de las familias de forma paulatina. Una de ellas consistía en hospedarse en la misma habitación de hotel junto a Wade o James, pero con sus parientes a varias piezas de distancia o en otro piso del hotel, siempre bajo la excusa de que no había más cuartos.
Los chicos, entrenados por el propio Jackson para disimular y encubrirlo, guardaron silencio hasta la adultez respecto a lo que sufrieron. El músico los amenazaba con que caerían presos si es que la verdad se destapaba. Por eso el clímax de Leaving Neverland llega cuando finalmente todos se enteran de lo ocurrido, que es justo el momento en que las familias acaban por desmoronarse. Lo más triste es cuando la madre de Robson cuenta que perdió toda conexión emocional con su hijo y que se transformó en persona non grata en la casa donde vive junto a su mujer y su pequeña hija. Quizás lo único peor que eso es cuando la propia señora Robson afirma que no quiere enfrentarse a la realidad y que prefiere no conocer los detalles sexuales escabrosos. Por lo que muestra el documental, esa familia nunca estará unida de nuevo, ni menos en paz, como tampoco lo estará la memoria de Michael Jackson por mucho que algunos se empecinen en seguir negando lo innegable.
https://www.youtube.com/watch?v=R_Ze8LjzV7Q