Un hombre se le pone en frente con su cámara de cajón y un trípode. Toma posición, enfoca y dispara. No parece conforme. Vuelve a pedirle que se siente apegado al respaldo, erguido, como si una regla de madera le delineara la espalda. El fotógrafo repite la toma, pero sabe que habrá una más. Esta vez le pide que sostenga un lápiz y lo apoye sobre su cuaderno. Al tercer intento el retrato se imprime. Casi 60 años después, al escritor cubano Leonardo Padura (1955) le sigue pareciendo difusa y lejana esa imagen suya en blanco y negro, donde se lo ve uniformado de la cabeza a los pies. Recuerda que tenía 5 años y que ese fue su primer día de clases en la escuela privada Plantel Ruta 4, cercana al centro de La Habana y que solo un año después fue intervenida por el gobierno.
Solo un "aparente detalle" se le repite como un loop interminable, comenta el periodista y escritor cubano. "Me colocaron la pluma en la mano derecha, con la que se suponía que debía escribir, pero yo soy zurdo total y por eso se ve que la posición de mi mano no es natural. Por suerte no me obligaron a escribir con la derecha, como le había ocurrido -sin éxito- a mi padre y a dos tías paternas", cuenta desde el antiguo y descascarado barrio de Mantilla, en la misma casa que su familia levantó hace más de 60 años.
Esa imagen que su madre conserva hasta hoy, reluce ahora en la portada de su más reciente libro, Agua por todas partes (Tusquets, 2019), que reúne una serie de ensayos y artículos escritos a lo largo de 20 años. En ellos, dice el autor de las novelas policiales protagonizadas por Mario Conde, "evacúo algunas de mis mayores y mejores obsesiones: el arte de escribir novelas, la vida del escritor en Cuba, La Habana y la literatura, el drama del exilio, la responsabilidad civil y la intencionalidad del escritor". En estos días, el volumen editado por Tusquets aparecerá en España, y en abril llegará a librerías locales.
Está leyendo Serotonina de Michel Houellebecq, "que a veces me gusta mucho y otras no tanto, pero que nunca me deja indiferente", dice Padura. En las más de 300 páginas de Agua por todas partes, el autor desclasifica otras de sus lecturas: allí comparecen Hammett y Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia, y Salinger y Paul Auster. Además, acerca la lupa a sus propios procesos creativos, como los cinco años que tardó en escribir su novela El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009).
"Dejé el periodismo en 1995 como profesión pero no como expresión", comenta. "Liberarme del trabajo de periodista fue una necesidad, pues quería dedicar todas mis energías y espacio mental a trabajar en mis novelas, y la presión de una labor que se mide en el tiempo, con cierres y compromisos, me resultaba desgastante. Pero debo reconocer que el periodismo me dio una capacidad de expresión que fue decisiva en mi crecimiento como escritor", agrega.
Cubano refugiado en Cuba
Escribe seis horas al día, entre las 7.30 de la mañana y la 1 de la tarde. Bebe café en exceso y fuma cuatro cigarrillos en dos tandas cada uno. "Oigo los ruidos de la calle, pero no me afectan. La música sí, me distrae, y mis vecinos a veces me agreden con un reguetón a todo volumen. Como si uno estuviera jugando en la computadora, ¿no?", dice Padura, quien lleva meses trabajando en una nueva novela, esta vez sin Mario Conde y centrada en la diáspora de su generación, en la Cuba de los 70 y 80.
Como en un manifiesto, el texto que abre Agua por todas partes, "Desproporción, singularidad y escritura", enumera las razones por las cuales el autor decidió permanecer en la isla y volverse testigo de los vestigios de la Revolución, así como de sus intentos por abrirse paso hacia el futuro. "Soy un escritor cubano que vive y escribe en Cuba porque no puedo ni quiero ser otra cosa, porque (y siempre puedo decir que a pesar de los más diversos pesares) necesito a Cuba para vivir y escribir", anota.
La pertenencia cruza todos sus libros. ¿Cómo define ese término ante los constantes éxodos en el mundo?
En algún momento afirmo que soy porque pertenezco... y me explico ahora. En mi decisión de vivir y escribir en Cuba ha sido fundamental ese sentido de pertenencia a un territorio, una cultura, una forma de ver el mundo, una manera de expresión que son cubanas, habaneras, incluso son sobre todo de Mantilla, el barrio de la periferia donde nací y vivo. Este sentido de la pertenencia me crea una relación muy estrecha con un medio físico y espiritual que trato de expresar en mis novelas y otros textos, pues es a la vez la expresión de lo que soy y de donde estoy.
¿No siente curiosidad de vivir en otro lugar y que eso amplíe los escenarios de su literatura?
Yo he viajado siempre por razones de trabajo, y he tenido la ocasión de conocer no sé ni cuántos países. De todos esos mi preferido es España, por razones históricas, culturales, laborales. Allí tengo mi editorial, Tusquets, y comidas que me encantan, pero para mí Cuba es una fuente inagotable de historias. Cada día conozco episodios y actitudes que alimentan mis novelas. Y que la realidad y la vida cubana tengan muchos componentes muy peculiares, hacen que lo novelesco esté en el aire que se respira, aunque siempre al procesarlo se debe tener el cuidado de magnificar lo singular y caer en la práctica del costumbrismo, o en la necesidad de ser explícito y dejar de ser implícito, como debe ser el buen escritor de ficciones.
¿Cómo definiría el imaginario que hoy se tiene de Cuba?
Todos los países y sociedades han sufrido el estigma de los estereotipos, pero en Cuba ha sido francamente exagerado, hasta el punto del antagonismo de las visiones del paraíso socialista, por un lado, o del infierno comunista, por el otro. En Cuba la industria turística es una creadora incontenible de estereotipos, igual que muchos discursos políticos. Entre esa industria y los discursos, pues la imagen de Cuba va de la playa paradisíaca al bastión del antiimperialismo, está la Cuba más real y que yo trato de llevar a mi literatura.
¿Qué opina del Decreto 349 que regula la creación artística en Cuba? ¿Lo considera censura?
Hasta donde yo lo entiendo, no regula la creación artística. Intenta regular, diría que controlar, la difusión de los productos culturales, que es otra cosa. Y ahí se equivoca, pues se ataca a la consecuencia y no a la causa, que no se va a eliminar por ningún decreto sino con cambios socio-económicos que ya son urgentes. La reacción de algunos artistas fue de rechazo al decreto, tanto, que con una inteligencia loable, el gobierno suspendió. Espero, espero, que la inteligencia no abandone a ciertos funcionarios del Estado, y no pongan en práctica ese decreto y lancen un gesto de comprensión que públicamente los beneficiaría mucho más que aparecer como defensores del control y la censura.