Con una expresión de felicidad en su rosto, Hitler se sumerge en una piscina de aguas termales. El lugar está rodeado por el aparataje de seguridad de las SS y afuera le esperan algunos jerarcas del nazismo como Heinrich Himmler y Albert Spee.

La escena pudo ocurrir en algún bucólico pueblo alemán en el bosque bávaro durante el primer tercio del siglo XX, pero el escritor Carlos Basso, en su novela República Nazi de Chile (2019, Suma), la sitúa en las termas de Puyehue, en la zona sur de nuestra larga y angosta faja de tierra, a comienzos de los sesenta.

El volumen es una ucronía, un género que consiste en la construcción de universos alternativos ficticios a partir de sucesos reales. "Una de las características es el uso de personajes históricos a los que uno les cambia la función", detalla Basso en conversación con Culto. En este caso, plantea lo que hubiera ocurrido si los alemanes ganaban la Segunda Guerra Mundial, y hubiesen expandido los límites del Tercer Reich hacia Sudamérica.

El tema del nazismo no es desconocido para el autor, pues lo ha trabajado a lo largo de 20 años en libros como América Nazi (2014, Aguilar) —junto a Jorge Camarasa—, Chile Top Secret (2017, Aguilar) y otros. Por ello cuenta con mucho material de archivo al respecto. Uno de ellos es un mapa de Sudamérica dibujado en Alemania que la inteligencia británica hizo llegar al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. En éste los germanos planteaban una nueva división administrativa para la región que llamarían Estados Unidos de Sudamérica. Ese documento hizo volar la imaginación del escritor.

-República Nazi de Chile se ambienta en el sur chileno, donde hubo importante presencia alemana, ¿cuánta simpatía tuvo el nazismo en la zona? ¿ese fue el fundamento para situar allí la historia?

-En Chile hubo dos nazismos. Uno, escrito "z" que llega implementado desde Alemania. El otro, el que denominan con "c" –el Partido Naci Chileno-, liderado por Jorge González Von Marees, que no tenía nada que ver con ese otro. No tenían vasos comunicantes. El alemán arribó en 1932 y se instaló en todo el país, pero fundamentalmente en Santiago y Valparaíso. La inteligencia nazi tuvo dos sistemas de espionaje en la capital y un equipo de sabotaje en Valparaíso que estaba destinado, en última instancia, a destruir el canal de Panamá. Entonces la elección del sur de Chile como escenario tiene que ver con motivos ficcionales más que verídicos.

-¿Cuáles fueron esos motivos ficcionales?

-Si uno piensa en los paisajes que le gustaban al nazismo, son muy semejantes a los que hay en el sur, donde existe una colonia alemana más menos importante, entonces era plausible. Además había un motivo técnico, pues necesitaba encontrar una ciudad que tuviera unas termas muy cerca, y la única que cumplía ese requisito era Osorno. Ciudad que conozco muy bien porque crecí ahí.

-Respecto a los criminales de guerra nazis que huyeron de Europa una vez acabada la guerra, ¿alguno vino a Chile?

-Por supuesto. A distintas partes del país llegaron tipos fugados de la justicia de diferentes países —polaca, austríaca—. ¿Quiénes son? Ahí falta investigar, conocemos algunas identidades, pero muy pocas. El criminal nazi más famoso en nuestro país fue Walter Rauff. La Fiscalía de Hamburgo, que encabezó las persecuciones a estos individuos, estimó que a Chile habían escapado, como mínimo, 500 individuos buscados por la justicia alemana por crímenes vinculados al nazismo. Una cifra importante pero mucho menor que la estimada para el caso argentino, que si no me equivoco, son cerca de 3 mil personas.

-Esta novela es una ucronía en que se permite usar personajes reales como Hitler, Himmler, Goebbels, hasta Pinochet y Manuel Contreras, ¿hay algún límite para el uso de estas personas en la ficción?

-Los personajes históricos, por su trascendencia, así como están sujetos a revisión histórica, están sujetos a convertirse en mera ficción. En literatura son usados desde muchos puntos de vista. Por ejemplo, La novela de Perón (2003, Alfaguara), de Tomas Eloy Martínez, donde ficciona la vida completa de Juan Domingo Perón. También Facundo, escrita por Domingo Faustino Sarmiento, en que el Facundo ficcionado, no tiene nada que ver con el de verdad —el caudillo riojano Facundo Quiroga—. Hay muchos casos. Por ejemplo, la novela La sombra de fuego (2011, Ediciones B), de Alberto Rojas es una ucronía donde se cuenta que pasó con el Teniente Bello. Entonces los límites de la ficción hacia los personajes de mucha trascendencia son prácticamente infinitos

-¿Cuál es su ucronía favorita?

-La que más me gusta y a la que he hecho algunos guiños en algunos detallitos en el libro, es Patria (1992, Hutchinson), de Robert Harris, que es muy parecida en muchas cosas estructurales a esta. Todo el mundo cree que es una copia de El hombre en el castillo (1962, Minotaur), se nota que no la han leído ni han visto la serie en Amazon. Además, tiene elementos de ciencia ficción que en mi caso no existen.

-La ficción histórica también ha tenido varios cultores en el país, ¿cómo explica esa atención?

-Yo creo que tenemos una historia patria tremendamente apasionante, llamativa y llena de antecedentes desconocidos. Eso explica el interés que ha habido en los últimos años por una serie de textos que juegan con la historia del país o bien buscan dar nuevos antecedentes sobre ella.

-¿Cuáles son sus próximos proyectos?

-Tengo un trabajo de no ficción en que estoy trabajando, una investigación periodística de la que no puedo dar por el momento más detalles. Y en ficción tenemos en carpeta, con la editorial Suma, hacer una nueva edición de mi primera novela, que se publicó solo en España, que se llamó en su momento Los pasos perdidos de Shakespeare (2008, Destino). Tenemos el plan de reeditarla, actualizada por supuesto, acá en Chile.