En 1961, 25 años antes de que al director Juan Pablo Izquierdo le impidieran interpretar Egmont de Beethoven en idioma español, el Ballet de Santiago ya había herido la compostura de la autoridad. Si el contenido libertario de la composición germana motivó que se presentara sólo en alemán en los años 80, el ballet El mandarín maravilloso de Béla Bartók fue considerado altamente erótico para todo público y quedó "sólo para mayores de 18 años". El director del ballet en ese momento era Octavio Cintolesi (1924-1995), uno de los alumnos aventajados de Ernst Uthoff en el Ballet Nacional Chileno junto a Malucha Solari y Patricio Bunster. El mismo Cintolesi, en un golpe a la cátedra, le pediría dos años después al músico Arturo Giolito que musicalizara su obra coreográfica El grito.
A más de medio siglo de aquellas incursiones de Cintolesi en la compañía del Teatro Municipal, este año se prepara el estreno de otra coreografía de factura propia. Se trata de La casa de los espíritus, el ballet inspirado en la novela homónima de Isabel Allende que se estrenará nada menos que el 11 de septiembre y que tendrá música de José Luis Domínguez y coreografía de Eduardo Yedro.
La obra sobre el bestseller local forma parte de una temporada anual que la subdirectora del ballet, Luz Lorca, considera "un resumen de lo que ha sido el Ballet de Santiago durante su existencia". Habrá un festival dedicado a Stravinsky, con El pájaro de fuego y La consagración de la primavera (agosto), pero también los clásicos Oneguin (mayo) y La sylphide (noviembre). Y, por supuesto, Cascanueces (diciembre), el ballet que todas las compañías del mundo sacan a relucir para cerrar el año con sala llena.
Creado por Octavio Cintolesi a petición del Teatro Municipal el 13 de abril de 1959, el Ballet de Santiago ha tenido tres grandes períodos en sus 60 años. Al menos así lo ve Luz Lorca, quien fue bailarina en los 60, ayudante de dirección a fines de los 70, y es la actual subdirectora. "Creo que están las grandes épocas bajo la dirección de Cintolesi, luego Ivan Nagy en los años 80 y finalmente Marcia Haydée, que lleva 14 años", dice Lorca, mientras supervisa Raymonda, que hoy abre la temporada del ballet.
La "selección nacional"
Estrenado en 1898 en San Petersburgo, Raymonda es un ballet complejo, de esos que las compañías temen y que expone a los bailarines en un cien por ciento. "Sólo se ha hecho dos veces en el Teatro. O mejor dicho: una y media. La primera vez fue en 1984, cuando Ivan Nagy llevó a escena el segundo acto, que es el más clásico. En ese tiempo yo era asistente. Luego, en 2017, Luis Ortigoza hizo una nueva producción, que es la que volvemos a presentar", dice Lorca.
Esta historia ambientada en la Francia medieval y durante las cruzadas es básicamente un romance entre el caballero Jeanne de Brienne y la joven Raymonda. "Esta es una verdadera prueba de fuego, donde cualquier error mínimo sale a relucir. Y la coreografía de Luis tiene mucho paso clásico, variaciones y los grandes giros", dice, dejando ver un inocultable orgullo por la formación clásica de los bailarines de la Escuela de Ballet de la compañía.
El Ballet de Santiago es la única institución que regularmente presenta temporadas clásicas en el país. También hay danza al alero del Teatro del Lago en Frutillar o de la Academia de Sara Nieto, pero ninguna posee el repertorio, los recursos ni las figuras de la compañía de Agustinas.
"El Ballet de Santiago es algo así como la Selección Nacional del ballet de Chile. En ese sentido somos la elite. Pero nuestro cuerpo de baile no es de la elite nacional. Los bailarines no vienen de La Dehesa, sino que muchos son de poblaciones o de regiones", recalca Lorca.
Además, el ballet tiene una conexión con las audiencias que la ópera, por ejemplo, nunca tendrá. "Es más fácil entender el ballet que la ópera. No es necesario comprender palabras ni mensajes. El lago de los cisnes está ahí y tengas la cultura que tengas puedes apreciarlo", dice Luz Lorca.
A pesar de tener sólo 60 años versus los 162 de la ópera en el Teatro Municipal, el Ballet de Santiago ha acogido visitas de calibre planetario desde sus inicios: en 1960 vino Margot Fonteyn, primera bailarina del Royal Ballet de Londres que repitió el tour en 1974, en 1983 llegó el ruso Rudolf Nureyev, para muchos el más importante bailarín del siglo XX, y un año después arribó su compatriota Natalia Makarova, otra de las grandes en la danza.
La nostalgia también la ejercita Sara Nieto, que formó la pareja estrella del ballet en los años 80 con Edgardo Hartley (1945-2016). "Aquellos años teníamos muchas funciones y éramos muy populares, ya que los estrenos se pasaban en directo por Canal 13. La gente se inclinaba por ir a vernos porque éramos conocidos por la TV", dice la artista uruguaya.
Curiosamente la televisión volvió a ser una imprevista aliada del ballet la década pasada. Lo cuenta así Luz Lorca: "El programa Rojo (donde Edgardo Hartley era jurado) nos ayudó mucho. Paralelamente a Rojo, el público perdió el miedo y los prejuicios hacia la danza clásica. Empezaron a llegar muchos más niños a la escuela de ballet, que hasta ese momento era integrada mayoritariamente por niñas".