Una niña de 10 años, que se prepara para ver a Paul McCartney por segunda vez, le pide a su padre que le preste una polera del ex beatle para ir al concierto en el Estadio Nacional. La polera que atesora desde la vez que lo vio en el Movistar Arena en 2014 ya le queda chica. Pero aquella prenda de vestir, morada y de letras plateadas que dicen "Paul McCartney", la usará su hermana menor, que verá por primera vez al "Beatle Paul". A la entrada del recital, ambas se compran un cintillo de Macca y preguntan si en alguna parte venden poleras.
Una madre con su hija se sientan en la galería. Nunca han visto a Paul en vivo. Están emocionadas. La pequeña de ocho años tiene una cámara fotográfica y la quiere usar para grabar un par de canciones del show. Quiere atesorar el momento. Conoce a Macca porque es lo que ha escuchado en su casa desde que nació. El estadio comienza a llenarse.
Un par de amigos comentan la columna que Mauricio Redolés escribió sobre McCartney. Redolés lanza la teoría de que la noche del martes Macca durmió "con nosotros" en la misma ciudad. También fantasea con que Ringo anda por el barrio Yungay silbando "Octopus's Garden" y que pese a que Paul es multimillonario y podría estar tranquilo en su casa, "sigue trabajando". Esa es una gran enseñanza, comentan estos amigos. Finalmente el dinero pasa a ser algo secundario, porque para sentirse vivo, Paul McCartney necesita estar arriba de un escenario tocando sus canciones, las de los Beatles y las de Wings.
Aún no comienza el concierto. Una pareja que también llevó a su hija pequeña para que viera en vivo a una leyenda de la música, envía una foto familiar a un grupo WhatsApp. Los tres lucen orgullosos desde la tribuna Andes. Esperan que el show sea inolvidable. A la mañana siguiente contarán que cumplieron un sueño, que aún están emocionados y que disfrutaron de "Ob-La-Di, Ob-La-Da", porque es la que bailan en casa.
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EFE/Alberto Valdés[/caption]
En ese mismo grupo de WhatsApp, otro integrante del chat virtual cuenta que su hijo de cinco años está hiperventilado porque tanto él como su padre son ultra mega fanáticos de Paul. También verá por primera vez a Paul. Sus padres le compran una credencial con el rostro de Macca, pero lo que en realidad quiere es un cintillo que venden afuera a mil pesos. Su padre hace lo imposible por conseguirlo antes de que comience el concierto. Cualquier paso en falso, sabe, podría provocar una pataleta que arruinaría todo. Finalmente la consigue. Madre, padre e hijo se abrazan y esperan que comience el show.
Otra familia también llega al evento acompañado de sus hijos, de 12 y 9 años. Explican que esta vez vinieron en familia, porque piensan que será la última vez que Paul tocará en Chile. Y al rato se repite la misma escena, con otros padres que llevan a su hijo de 10 años para que en el futuro pueda contar que vio a un beatle en vivo. En escenas poco habituales en recitales masivos, el pequeño se encuentra con la niña que le pidió la polera a su padre. Ambos son compañeros de colegio. Se sientan juntos y comienzan a hablar de cómo se ve el estadio.
Comienza el show. Macca aparece con pantalón negro, camisa blanca y chaqueta azul. Saluda a los 51 mil asistentes. Recibe una ovación. Todo esto se ve desde las pantallas, porque desde galería Paul es apenas un punto. Pero a nadie parece importarle mucho la distancia. "A Hard Day's Night" y "Can't Buy me love" encienden a la audiencia, aunque el sonido no es impecable. Luego mejorará sustancialmente.
A algunos niños les llaman la atención las imágenes tipo videojuego de "Got to get you into my life", del disco Revolver (1966), en las que aparecen los Beatles en distintas épocas. Un fan cuarentón reconoce que le emociona ver a John Lennon incluso como figura animada por las pantallas gigantes. Y en eso, cuando comienza "Let 'em in", que Paul no tocaba hace rato, dos niñas comienzan a silbar y a repetir la melodía. Se la saben de memoria y miran atentas el escenario.
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EFE/Alberto Valdés[/caption]
El niño que quería el cintillo ya tiene su credencial colgada al pecho. Hay muchas familias que llegaron con sus hijos menores de 12 años. La mayoría también se saca fotografías para inmortalizar el momento. Cuando llega la parte acústica, la de "Love me do", "From me to you" y "I've just seen a face", algunos se duermen, pero piden que los despierten para "Live and let die", porque sus padres les han dicho que ese es el momento de la pirotecnia. Mientras, una madre baja al baño con su hija y debe hacer maniobras de contorsionista porque la escalera está colapsada.
La niña de ocho años que está vestida con la polera de su hermana escucha "In spite of al the danger", "la primera canción que grabamos antes de los Beatles" en palabras de Paul, y dice que se parece a Elvis Presley. Su padre sonríe. Y su hermana se entusiasma con "Queenie Eye", del disco New (2013), que es el álbum que conoce porque fue publicado cuando comenzó a deslumbrarse por el universo beatle.
Por el grupo de Whastapp comienzan a llegar más fotos familiares. Y hay consenso: Macca transporta a la audiencia a la infancia, revive momentos tristes y felices, trae a la memoria a familiares o amigos que ya partieron o simplemente hace revivir la beatlemanía contenida. El propio Paul ayuda a crear esta atmósfera, con "Here Today", dedicada a John y "Something", de George Harrison.
Cuando Paul menciona al "Presidente", provoca las pifias del público y algunos niños se ríen. Quien no lo hace es McCartney, sorprendido por la reacción de la audiencia. Todo queda atrás con la última parte del show, esa en la que estallan los fuegos de artificio en "Live and let die", y que también incluye "Birthday", "Sgt Pepper's", "Let it be" y "Hey Jude", cuando madres, padres e hijos se abrazan en un coro de alto tonelaje emotivo.
Desde la galería se encienden los celulares y los niños y niñas que se habían quedado dormidos, despiertan con el estruendo de los petardos. De ahí en adelante, Paul no se detiene y la galería también estalla. La despedida es con la parte final del medley del Abbey Road. El niño del cintillo y la credencial besa una puerta del estadio, en señal inequívoca de agradecimiento a lo que vivió. Una noche inolvidable.