Crítica de música: Sinfónica de Chile, ritos y americanismos
El programa del viernes y sábado se convirtió en una entrega redonda, en la que predominaron las sensaciones primitivistas. Que partió y terminó con piezas donde primaron las alusiones tribales.
Era de esperar que el inicio de la Temporada 2019 de la Orquesta Sinfónica de Chile comenzara en buena forma. Por sobre todo, por quienes la protagonizaban. Una agrupación que se encuentra en muy buen estado y una dirección que ha probado su calidad.
Helmuth Reichel es un director que enfrenta cada partitura con lecturas cuidadas, que dibuja filigranas, atmósferas y gestos musicales. Y la Sinfónica en sí, con sonidos potentes, con secciones instrumentales claras, atenta a los detalles, crea ambientes y texturas.
Con estos protagonistas, el programa del viernes y sábado se convirtió en una entrega redonda, en la que predominaron las sensaciones primitivistas. Que partió y terminó con piezas donde primaron las alusiones tribales.
Ya en la naturaleza descriptiva, el lirismo y la fuerza de la percusión de Panambí: suite Op. 1a, de Alberto Ginastera, Reichel mostró que incluso lo más rimbombante lo trata con compostura, conduciendo a la Sinfónica por ritmos poéticos y con reminiscencias tribales, remarcando las sonoridades salvajes y las repeticiones, a la vez que insertó al auditor en todo el entorno fronterizo de una localidad argentina y en la misma palabra que la titula, que significa en guaraní "mariposa".
Un pasaje a lo más primigenio fue el Concierto para clarinete de Aaron Copland, en el que los sonidos americanos se dejaron sentir claramente, sumado a un sentido de acercamiento al jazz. Como solista, el venezolano David Medina tuvo una participación impecable, manejando con agilidad el instrumento, con control de respiración, sorteando las constantes síncopas y variaciones de ritmo y solventando con acierto la cadencia.
Aunque muy conocida y tocada, La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, es siempre un plato fuerte. Y como cierre del programa, ésta logró dejar a la sala más que contenta. El compositor ruso pinta aquí un cuadro pagano sobre una inmensa tela tonal en la que describe, en cada una de sus partes, un rito primaveral que da la imagen de la adoración de la naturaleza por el hombre primitivo . Nuevamente riguroso y manteniendo la tensión, Reichel entretejió texturas, enfatizó colores y climas febriles a los que la Sinfónica respondió con rectitud, haciendo sentir la oscuridad y el misterio, el canto solemne y los ritmos vigorosos.
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