Fue a fines de 1804 o, quizás, a comienzos de 1805. En pleno verano y con 30 años, Joseph Mallord William Turner (1775-1851) alquiló una pequeña casa en Syon Ferry, junto al río Támesis, en Isleworth, al oeste de Londres. Era otro de sus solitarios y repentinos arranques de la bulliciosa ciudad, y no llegaría hasta allí sin sus hojas aún en blanco, además de lápices y pinceles. Desde su rincón, el artista británico y uno de los máximos exponentes del naturalismo que por entonces predominaba en los tímidos inicios del siglo XIX, Turner exploró a diario el río, cruzó senderos y, en su andar, trazó varios bosquejos en óleo y acuarela en uno de sus inseparables cuadernos.
Sus obras nacían recién en invierno: de regreso en Londres y rodeado por el frío británico, Turner se encerró en su taller y en pocas semanas terminó de pintar, al ritmo de sus recuerdos, una de las 85 obras que desde hoy se exhiben por primera vez en Chile, como parte de la muestra J.M.W. Turner. Acuarelas, Tate Collection, que hasta el 28 de julio se podrá visitar gratuitamente -desde las 15.00 horas- en el Centro Cultural La Moneda.
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El río Támesis cerca de Isleworth: Punt y Barges en primer plano
(1805). Grafito y acuarela sobre papel.[/caption]
"Esta acuarela pudo haber sido tomada desde la misma casa de verano en el jardín, mirando hacia el río", comentó ayer David Blayney Brown, el curador de la exposición y uno de los académicos que más ha estudiado la obra de Turner, frente a su obra El río Támesis cerca de Isleworth: Punt y Barges en primer plano (1805). "Él pintaba todo lo que veía. De alguna manera Turner tradujo todo lo orgánico a su alrededor en imágenes estáticas (...), y aunque muchos de esos trabajos quedaron en progreso, aun así todos podrían exhibirse pues nos revelan ese proceso creativo que hoy nos es más lejano y oculto", agrega.
Viajero y testigo obsesivo
En su mayoría acuarelas, pero también dibujos en grafito y óleos que pertenecen a la colección de la Tate Gallery de Londres desde 1856, cinco años después de la muerte del artista, componen la muestra. Fragmentada en seis apartados que cruzan de lado a lado su trayectoria, el recorrido comienza con su obra temprana, periodo que arranca en 1789, cuando estudió en la Royal Academy. Allí pronto se desmarcó de sus compañeros: mientras los últimos perfeccionaban sus trazos de la figura humana, Turner optó por desarrollar una técnica de dibujo topográfico, supervisado por arquitectos. Le siguen La naturaleza y el ideal: Inglaterra (1805-1815); En casa y en el extranjero (1815-1830), Luz y color, El turista anual: 1830-1840 y Maestro y mago: obra tardía"
"Los edificios, catedrales y castillos también eran de su total fascinación", recalcó ayer Blayney Brown, y agregó: "Turner no es solo un pintor de paisajes. Fue también uno de historias y de la vida moderna que lo rodeaba, aunque si él estuviese aquí ahora, y le preguntaran qué es lo que más lo define, de seguro diría que los paisajes. Para él la naturaleza tenía un alto valor estético".
Considerado según muchos el precursor del impresionismo y del expresionismo abstracto, Turner también pintó escenas de las que fue testigo. Una de ellas fue el Funeral de Sir Thomas Lawrence, presidente de la Royal Academy, en 1830. Su Boceto de memoria, que registró a horas de esa masiva despedida, se exhibe también en el centro cultural.
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Funeral de Sir Thomas Lawrance: un boceto de memoria.
Exhibida en 1830. Acuarela sobre papel.[/caption]
En Folkestone desde el mar (1822-1824), en tanto, Turner resalta la luna como un faro que ilumina a un grupo de contrabandistas ingleses que recibían barriles de ginebra ilegal por parte de marineros franceses. "En sus trabajos más tempranos se ve la esencia de la luz y la oscuridad, y en los más tardíos se ve un trabajo de la luz mucho más fuerte", señaló el curador. "Turner no solo contemplaba la naturaleza y la vida cotidiana, sino que además le daba un carácter dramático al pintarlas en medio de tormentas y atardeceres, y en este caso la luz de luna es fundamental", añadió.
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Folkestone desde el mar
(1822-1824). Acuarela y gouache sobre papel.[/caption]
La muestra recoge también registros de sus viajes, y, desde luego, sus destinos favoritos. Algunos de ellos fueron la región de Normandía, en Francia, y los Alpes suizos, que Turner pintó incluso hasta poco antes de su muerte, en 1851, además de Venecia y Génova, ciudades que recorrió en tres ocasiones. Según Blayney Brown, "Turner se convirtió y consideró más a sí mismo un artista europeo que uno británico".
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El gran reloj en Rouen, Normandía
(1832). Gouache y acuarela sobre papel.[/caption]
Y fue precisamente en sus viajes que el artista sacó a relucir su faceta de ilustrador. Turner dio forma y color a los textos de poetas románticos como Walter Scott, Lord Byron y Samuel Rogers. Fue este último quien le encargó traducir en una viñeta uno de los versos que formó parte de su poema Italia, de 1822, donde narró un viaje por Génova a bordo de un faluca, un tipo de barco de vela. Hecha de tinta, grafito y acuarela, Una villa en la noche de una fiesta de baile, para la Italia de Rogers (1826-1827) recogió las palabras del poeta, sí, pero también sus propias obsesiones: la arquitectura, la luz de luna y su luminoso reflejo sobre las aguas del puerto dormido.
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Una villa en la noche de una fiesta de baile, para la "Italia" de Rogers
, 1826-1827. Acuarela.[/caption]