Apenas suena el primer acorde, Josh Kiszka, el vocalista de Greta Van Fleet, grita. Levanta su brazo izquierdo en el aire, corre por el escenario y juega con el público, que corea las partes de "The cold wind" especialmente pensadas para su interpretación en estadios. Porque eso es lo que ofrece el cuarteto de Michigan, un show para entretener. Y no mucho más.

A pesar de su juventud, los cuatro integrantes del conjunto son músicos competentes con un dominio del escenario que nos recuerda la esencia orgánica del rock 'n' roll. Solo con guitarra, bajo, batería y teclado, el grupo es capaz de recrear su material discográfico de forma convincente. También dominan cada uno de los elementos del lenguaje básico del género. En ese sentido, la tarea la hicieron. Pero con eso no basta.

El punto es que el grupo no evita los clichés. Al contrario, los toman y los vuelven parte de su espectáculo. Los licks acelerados, los coros pegadizos, las lentejuelas de sus trajes de escenario, y las canciones muy similares a clásicos del rock –es imposible no recordar temas de Led Zeppelin como "Your time is gonna come"- por momentos los hacen parecer una versión deslavada de las leyendas del pasado como The Who. Y Kiszka, esa suerte de Roger Daltrey millenial, vuelve a gritar.

Pero eso es precisamente lo que su audiencia espera de ellos. Rock simple que trae al presente una porción de la mística de antaño que los nacidos después de 1980 solo han podido disfrutar por videos o por descripciones en las amarillentas páginas de añosas revistas musicales. El consumo de lo retro, muy presente en la sociedad actual, es lo que permite sostener el directo de la banda.

En su sideshow en el Caupolicán el grupo convocó a una audiencia transversal. Gente mayor, adultos y adolescentes se congregaron vistiendo la polera negra estampada con algún ídolo rockero del pasado. En ese contexto su performance lució mejor gracias al trabajado juego de luces, el buen sonido del lugar y el formato largaduración que permitió al grupo desplegar sus extensas improvisaciones.

La generación de Zeppelin, Badfinger y tantos otros, tenían un sustrato creativo y artístico en el rescate de las raíces afroamericanas y la exploración de la cultura inglesa. A diferencia de ellos, Greta Van Fleet se conforma con ser un conjunto de entertainers con buena facha y una propuesta que luce más por su espectáculo en vivo que por su peso musical. Tal vez en nuestros días con eso les basta. La gente que repletó sus presentaciones parece ratificarlo.