Annie Clark (36) no es la misma que hace cuatro años. Minutos antes de su segunda presentación en Lollapalooza, la estadounidense, una de las artistas más originales e influyentes del actual panorama musical, se concentra en un camarín a la luz de las velas, tocando guitarra y bebiendo un vaso de tequila. "Tengo un ritual muy específico en el que sólo bebo después de las siete", explica, mirando el reloj, para luego regalar una sonrisa relajada y ofrecer un trago. Una escena muy distante de la que dejó su paso por el festival en 2015, en el que además de un brillante show protagonizó un extraño incidente en su camarín, con cuadros destruidos y la solista retenida por la PDI en el aeropuerto.
Su posición en la industria tampoco es la misma, sobre todo tras el lanzamiento de Masseduction, en 2017, el LP ganador de un Grammy que no sólo cambió su carrera sino también la forma de abordar ciertos temas en el pop y el rock de esta era. Entre éstos, "el poder, la seducción, tanto a nivel personal como masivo", enumera St. Vincent, quien en este regreso a Sudamérica, que partió con una actuación en Buenos Aires y una salida con la artista trasandina Juana Molina ("nos presentó nuestro amigo en común David Byrne", cuenta), preparó especialmente "un show que se mueve entre lo hermoso y lo incómodo", según explica.
Es esa dualidad la que define todo lo que rodea a la solista, incluyendo lo que se vio anoche en el Parque O'Higgins, en una magnética presentación de estética futurista que califica entre las mejores de la cita, con su voz, la guitarra eléctrica y las visuales como únicas protagonistas.
-Por su impacto e influencia, ¿cree que Masseduction fue un punto de inflexión en su carrera?
-Es difícil determinar eso desde donde yo estoy. Creo eso sí que en ese disco mi aproximación a la cantautoría fue mucho más directa. Y que como resultado algunas canciones han conectado más directamente los que lo han escuchado. En ese sentido, creo que hay una fortaleza tremenda en mostrarse vulnerable. Al decir, "miren, aquí están mis sueños, esperanzas, falencias, debilidades". Traté de poner todas esas experiencias humanas en un mismo lugar.
-Sus shows son muy elaborados, e incluso ha dicho que el género es de alguna forma una performance. ¿Busca que el público conecte con sus ideas personales o en vivo es más bien un personaje?
-Para mí es importante asumir el artificio. Me estoy subiendo a un escenario, hay luces, humo, videos. Entre el público y yo hay una especie de acuerdo tácito en que lo que vendrá será una performance. Mi intención es conectar de manera visceral con el público, pero como parte de esta experiencia mayor, de este artificio, porque eso te da la libertad de hacer lo que quieras y no sentir que estás dando una lección.
-En sus primeras entrevistas dijo detestar que le preguntaran cómo se siente ser una mujer en la música. ¿Le siguen haciendo esa pregunta o el mundo cambió?
-Creo que el mundo está cambiando. Y me entusiasma mucho verlo cambiar. Creo que las cosas son levemente distintas a cuando partí en esto, ahora puedo tener ingenieras de sonido, compositoras, productoras y me siento afortunada de poder colaborar con eso.