Caminando de forma casi marcial, vestida con un traje de látex negro y con una guitarra naranja con golpeador animal print colgada al hombro, Anne Clark -la compositora que crea bajo el nombre de St. Vincent- subió a escena. El escenario está oscuro. De espaldas al escenario, la artista se da vuelta, se acerca lentamente al micrófono mientras suenan los beats y de manera operástica, comienza a cantar "Sugarboy".

Tal como ha sido la tónica de su última gira, el set de la cantautora se concentra en las canciones de su celebrado disco Masseduction. En temas como "Pills", "Savior" y "Slow disco", la estadounidense despliega su conocida habilidad para los riffs intrincados y los ritmos cuadrados cercanos al rock industrial, que le han valido el reconocimiento como una de las artistas imperdibles de la escena musical actual.

La cuidada puesta en escena es parte de su lenguaje. Los colores fuertes que caracterizan la estética de su último álbum -que alguna vez describió como "la paleta de colores de un hongo nuclear" - se aprecia en las visuales, su vestuario y los colores de sus múltiples guitarras -usó siete en total en pintadas en tonos como el dorado, azul, negro, rosa chicle, crema, plateado y naranja-.

Todo ello es parte de una cuidada narración sobre el poder, el sexo, y la seducción, en que Clark, como una dominatrix encantadora, pero brutal, controla el juego. Su interpretación, que exuda el erotismo del que carecen algunas bandas de rock, nos recuerda que ese género es ante todo jugar con el peligro. Ninguna cosa antes que eso.

En vivo, Anne deja en claro que ella es una de las guitarristas más creativas y talentosas de nuestros días. Empuñando la Ernie Ball Music Man que ella misma diseñó, la artista dispara riffs, maneja las tesituras y explora todas las posibilidades del instrumento. A partir de reconocidas influencias como Kurt Cobain y Jimi Hendrix, ella avanza con un lenguaje propio y sorpresivo, que nos permite cuestionar qué entendemos hoy por ese añoso cliché del "guitar hero". Clark, está en otra órbita.

Su espectáculo es tan coherente, que incluso se dio maña para reversionar dos temas de sus anteriores trabajos. "Digital Witness" -del álbum St.Vincent- y "Marrow" -de Actor-, sonaron en clave electrónica, con más énfasis en los patrones de las máquinas por sobre los riffs percusivos.

Tal vez el único punto débil está en que tras un rato, el show se hace algo repetitivo, tanto en sonido como en visualidad. Lo que puede ocasionar que el espectador distraiga su atención de la narrativa de su concierto. Pero allí hay también una fortaleza al lanzar un desafío a la excitación al oyente propia del pop.

Para el final, dos piezas poderosas, "New York" -que parece referir al quiebre con una expareja- y "Fear the future", cerraron un espectáculo aún más conceptual que su anterior presentación de 2015, el que tuvo un epílogo digno de la intensidad de la artista, al destrozar los cuadros que decoraban su camarín, lo que valió permanecer en el país un par de días más en el país. En esta ocasión atrapó a la audiencia como una felina que juega con su presa, a punta de guitarras y beats.