Son las 21.00 horas al interior del teatro La Cúpula. El público ya repletó gran parte de las ubicaciones del recinto y espera el inicio del sideshow de Foals, programado media hora más tarde, mientras oye por los altavoces los fuertes beats de música electrónica que suenan para amenizar la espera. Casi como si estos fueran una suerte de anticipo del show.
Con un set de larga duración de 18 temas cargado a las composiciones de su nuevo álbum Everything not saved will be lost, los ingleses presentaron un espectáculo intenso, en que dejaron en claro que en este momento de su carrera, su propuesta que cruza la intensidad y los fraseos breves de la electrónica, el peso y los riffs intrincados del rock progresivo y la soltura del funk, está más afiatada que nunca.
La presentación está pensada para que la gente baile. Pocas pausas y bloques de temas que invitan al movimiento, enganchan rápidamente a una fanaticada devota. Los músicos, conscientes de los cambios que ha tenido su repertorio con el tiempo, hacen algunos números de sus primeros años que tienden a ser los más celebrados por el público. Así pasan "Balloons" -incluida por primera vez en un tour desde 2016-, "Olympic Airways" y "Red socks pugie".
En su natal Oxford, el grupo se inició tocando en fiestas de casas. Esa experiencia se nota en la fuerza de su relato musical en que se enfatiza la sección de ritmo comandada por el baterista Jack Bevan, reforzada con un percusionista y otro músico que se ocupa del bajo eléctrico y algunas máquinas. Los millenials que visten las poleras negras y blancas del tour, se entregan al baile, e incluso, en algún momento un grupo arma un círculo y gira desaforado, sudado y excitado, al ritmo del indie rock.
Los nuevos temas del grupo aún conservan parte de los frenéticos fraseos de los guitarristas Yannis Phillipakis y Jimmy Smith en la tesitura alta de sus instrumentos. Pero ahora hay más espacio para las capas de teclados y las secciones instrumentales en que se enfatizan las texturas. Es decir, han vuelto aún más variado su material.
Con inteligencia, las composiciones más recientes como "Exits" e "In Degrees", ofrecen una nueva veta sónica a las canciones del grupo, en que la electrónica poco a poco toma al lugar que las guitarras ocuparon en el pasado. Por ello es que Smith, por ejemplo, deja las seis cuerdas y acompaña en el sintetizador a Phillpakis quien no suelta sus Travis Bean fabricadas en los setenta.
Todo ello alternado con fraseos funk que el grupo comenzó a usar con mayor frecuencia desde el álbum Holy Fire (2013), que les permitió dar el salto a ser unos fenómenos del math rock a una ecléctica máquina de ritmos indie. Lo de ellos es música total. Sin aspavientos, sin penosas imitaciones a leyendas del pasado, ni hype.
La puesta en escena es sobria. Nada más un telón ilustrado con la estética del nuevo álbum y luces laterales que acompañan los sorpresivos estallidos, nos señalan que el eje del espectáculo está en la fuerza del ahora cuarteto. Tranquilos, solo Phillipakis interactúa más con el respetable, tocando cerca de espinilludos jóvenes que a esa hora vibran con la intensa media hora final en que suenan "White Onions", "Inhaler", "What went down" y su clásico tema de cierre,"Two steps, twice".
Desde su debut en el país en 2011 como teloneros de Red Hot Chili Peppers en el Estadio Monumental, cada show de Foals en el país ha sido un delicioso paso hacia arriba en un escalón que los ha llevado a encumbrarse como una de las bandas más interesantes de la actualidad, por la inteligencia con que han articulado música que no es tan simple de oír con una acertada traducción para sus atractivos conciertos que siempre dejan una buena sensación.