A inicios de los años 20, Joaquín Torres García (1874-1949) creía haber encontrado la solución para su estrechez económica sin abandonar la pintura. El uruguayo que estudió arte en Barcelona y fue asistente de Gaudí en la elaboración de vitrales, se mudaba a EEUU con la idea de abrir su propia fábrica de juguetes.
Para Torres García se trataba de la mezcla perfecta entre una producción lucrativa y la posibilidad de seguir investigando las nociones de estructura transformable: sus juguetes de madera eran versiones 3D de lo que ya hacía en el plano con líneas, colores y formas sintéticas que tenían una belleza simple. En 1924, con un socio catalán y otro neoyorquino, el pintor cierra un contrato para abrir Aladdin Toys en Nueva York, la fábrica que trágicamente ardería en un incendio justo antes de la temporada navideña.
El negocio se hizo humo, pero Torres García no se rindió: se mudó con su familia al sur de Italia, donde retomó la creación de juguetes por dos años más, hasta que en 1926 se trasladó a París, ciudad en la que volvería definitivamente a la pintura.
Esos juguetes fueron el inicio de sus investigaciones para crear el movimiento artístico que décadas después acuñó como Universalismo Constructivo, y ahora son parte importante de la exposición Joaquín Torres García, Obra viva, que se abre mañana en el Centro Cultural La Moneda, con más de 80 piezas traídas directamente del Museo Torres García de Montevideo.
Se trata de una exposición inédita en el país y que cuenta con la curatoría del propio director del museo uruguayo y bisnieto del artista, Alejandro Díaz. "Torres es un universo completo y complejo y en él sus juguetes son materia importante. En el año 17 él se transforma en un artista plenamente moderno y decide por cuestiones económicas vaciar toda su pintura en los juguetes. Claro que en cierto grado fue perjudicial para su pintura, porque del año 22 al 24 pinta muy poco", cuenta el curador, que además dictará una conferencia el viernes, a las 11 horas, en el auditorio del centro cultural. En la muestra no sólo habrán originales de sus juguetes de madera y teatritos de papel (muchos hechos para sus propios hijos) sino también réplicas que el público podrá manipular.
Desde 1927 en adelante, Torres García se dedicó plenamente a su actividad plástica, a través de óleos y dibujos, y a su faceta intelectual con manuscritos y publicaciones en revistas de arte; dos vertientes que estarán presentes en la muestra. Una de las piezas más icónicas es el dibujo de la América invertida, que el uruguayo realiza por primera vez para una conferencia en los años 30, llamada Nuestro norte es el sur, y que se ha convertido en una de sus imágenes más reproducidas.
Obra quemada
En París, Torres García se unió a otros artistas abstractos como Piet Mondrian, Hans Arp y Theo van Doesburg, con quienes formó el grupo Cercle et Carré en oposición al movimiento surrealista y dadá de la época. Estrechó amistad con Pablo Picasso, sobre quien incluso comenzó a escribir un libro que titularía Picasso visto por un pintor, pero que tras ciertas desavenencias con el autor del Guernica, desechó en el fuego. Solo sobrevivió la portada.
En 1934, con 60 años, el pintor regresó a Uruguay. Creó el Taller Torres García, donde transmitía sus ideas a varios discípulos, y fundó el Universalismo Constructivo. "El piensa que en la creación deben convivir aspectos racionales y emocionales. No le interesa imitar la realidad, sino llevar al plano imágenes mentales. El pone en la tela ciudades, calles, personas, los elementos más dispares y modernos, pero siempre organizados en una lógica sintética y usando la sección áurea", explica Alejandro Díaz.
En 1978, a tres décadas de la muerte del pintor, el fuego vuelve a hacer de las suyas. Ese año la obra de Torres García estaba en préstamo en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro para participar de una muestra que incorporaba a Miró, Picasso y Van Gogh. El 9 de julio, una colilla de cigarrillo desató un incendio que destruyó más de mil obras y que se recuerda como uno de los peores siniestros para el arte del siglo XX. "Había 72 obras en esa muestra grupal y otras 53, que eran una selección de las mejores de su etapa constructiva. Se perdió todo", dice Díaz.
Fundado en 1955 por su propia familia, el Museo Torres García de Montevideo funciona hasta hoy en un edificio de cinco pisos de los años 20, difundiendo el legado del uruguayo. En 2015, realizaron su mayor retrospectiva en EEUU, en el MoMA de Nueva York. Hoy, quieren seguir creciendo de la mano de las nuevas tecnologías, como lo hacen con la muestra Tiempo de mirar, donde exhiben los restos de las obras quemadas y proyectan en las paredes blancas las imágenes de archivo de ellas, utilizando códigos QR de realidad aumentada.
"El museo es una iniciativa familiar que hacemos con mucha pasión. Ahora queremos mejorar la infraestructura. Todo esto implica que el Estado se involucre más y nos parece lógico, siendo Torres García, la figura cultural más importante del país y de mayor alcance internacional", resume Díaz.