Curvatura del ánimo, de Daniela Escobar: un planeta naranja
Curvatura del ánimo es el primer libro de Daniela Escobar, poeta y editora del sello Overol. El libro, lleno de imágenes sugerentes que parecen remontarnos a la infancia, fue ganador del Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral en 2018.
En una reseña de Curvatura del ánimo aparecida en el blog Revista Lecturas, se nos dice que el "el tiempo hará de Curvatura… un clásico. En cualquier época el libro sería crítico, corrosivo, vital". Gómez Matus, autor de la misma, no escatima en adjetivos elogiosos a una obra que, dicho sea de paso, obtuvo el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral el 2018 en la categoría poesía. Quizá Gómez Matus fue jurado en dicho concurso. Su entusiasmo, del que no sería malo cuidarse al momento de reseñar un texto literario, podría hacernos pensar tal cosa.
Descontado lo anterior, los poemas de Curvatura del ánimo están llenos de imágenes sugerentes y encuentros inusitados entre objetos que reconocemos en su cotidianeidad, todo dispuesto en un orden minucioso que hace pensar en un escaparate o en las simetrías de Wes Anderson. La autora, con esa agudeza con que algunas personas cuentan adoquines en la calle, dispone los versos en tercetos o dísticos que varían en su disposición de acuerdo a requerimientos que se nos escapan, pero cuya persistencia como recurso hace pensar en la escritura motorik de Mario Verdugo.
En los poemas, las imágenes parecen referir, de forma lateral, a la infancia y el hogar, pasadas por un cedazo que a ratos puede recordar a la Alicia de Lewis Carroll enfrentándose al lenguaje por primera vez. En el poema que abre el libre leemos: "Primero llorar, después aprender a leer./ La oración es una laguna enorme,/ atractiva.// Sobre esa laguna está mi mamá y me pregunta/ si quiero más torta, qué opino de mi actitud tan plana:/ en el fondo quiere decirme que es inmortal". Las estrategias en el texto, sin embargo, juegan a volver opaco ese cotidiano, a evitar el giro efectista a partir de imágenes lejanas en apariencia: "Torta de piña remojada en pisco,/ buzo, penicilina; la voluntad es una pelota/ en el hocico del perro que juega" escribe en el segundo poema del libro, para continuar: "Ángel de cerámica, palafito/ dentro del caparazón: ¿desde cuándo te da miedo/ dejar la casa sola?".
La ausencia de títulos en los poemas podría leerse también como una forma de sugerirnos, lectores, un paseo o avance a través de imágenes, pequeñas escenitas, que se van encadenando. La voz de los poemas, podría decirse también, interroga al lenguaje a su manera: "Tomo una pera, le saco el palito,/ ¿con qué letra del abecedario/ coincide este desgarro". Y así como las imágenes distantes son puestas unas junto a otras para distraer o difuminar un sentido, Escobar junta palabras para ver qué sucede con ellas puestas en el escaparate del poema: "Bismuto, bostezo, bastón; bolígrafo, boca, beber". O este otro: "Glutamato de sodio, crepúsculo, tartrazina./ Remedios piratas para achaques inventados.// Proteína barata, vainilla idéntica a la natural./ Snack fosforescente entre suspiros".
Y aunque parezca un cliché, Curvatura del ánimo lleva a pensar en esta idea que esboza Ben Lerner en El odio a la poesía: "¿no son precisamente los niños quienes no son aún capaces de distinguir con claridad entre lo que cuenta como trabajo y lo que cuenta como ocio? En sentido ese todos los niños son poetas". La voz de estos poemas a ratos parece querer sugerirnos que habita en un momento anterior a la domesticación de la imaginación. Leamos, por ejemplo, este:
"Tosí. Pequeños hombres atléticos
corrieron por el lavamanos.
Un brote alrededor de sus cabezas
--como si estuvieran felices y llenos de vida,
era el alimento que los ayudaba a multiplicarse.
Ahora viven conmigo,
quiebran tallos, mastican pétalos celestes.
A veces juegan a perseguirse
y cuando se ríen fuerte, muy fuerte,
me doy cuenta de que estoy muy enferma.
Difícil sugerir con tanta confianza si estos poemas se convertirán en un clásico o no. Habría que preguntarse, quizá, por la utilidad que eso podría tener no sólo para este, sino para todos los libros de poesía que nos gustan. En el poema que cierra el libro, se nos dice que existe un planeta naranja que nadie conoce y quienes lo han visto, no han regresado. El cielo es naranja, el mar es naranja y los peces huelen como naranjas. En ese lugar imposible, bello en su imposibilidad e inutilidad –"todo a lo que renuncio me pertenece"—, habría que fijar un horizonte posible para estos poemas.
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