Por estos días, los medios hacen de Billie Eilish la adolescente con más exposición en el mundo. Cámaras y micrófonos persiguen por doquier a la estadounidense de diecisiete años que con su disco debut, When we all fall asleep, where do we go?, rompe marcas generacionales a ambos lados del Atlántico. En su país natal, se convirtió en la primera artista nacida en este milenio en llegar a la cima del Billboard 200. Al otro lado del charco, la prensa inglesa reporta que es la mujer más joven de la historia en alcanzar el tope de las listas. Desde el despegue de su carrera con la sentida "Ocean Eyes", una balada deslumbrante que grabó a los catorce años, mucha de la cobertura que recibe la solista está enfocada en su edad.

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Con un lugar asegurado entre las mejores canciones de amor de esta década, "Ocean Eyes" hace creer a los entrevistadores que su fenomenal interpretación quizás canaliza sus propios sentimientos hacia alguien. La respuesta de ella ante la idea de enamorarse: un enfático "guácala". El tema lo escribió su hermano mayor, Finneas O'Connell, quien fue parte del elenco de la serie Glee y ahora es su principal socio creativo. La vocación por los escenarios viene de una familia de actores y cantantes de origen irlandés y escocés, lo que en parte explica la fortaleza de su temperamento, uno de los atributos que la han convertido en un imán de atención. Billie Eilish tiene los ojos del mundo encima en este momento.

Antes de lanzar su primer disco, pavimentó el camino con una serie de sencillos, contenidos en el EP Don't smile at me, en los que fue develando un sentido del humor tendiente a la oscuridad y una negativa absoluta al encasillamiento musical. Si bien podría haber seguido publicando baladas perfectas, optó por desarrollar una propuesta sobresaliente por su amplitud, muy representativa de una generación para la que han ido perdiendo sentido las amarras de la clasificación por estilos. El minuto de notoriedad de Billie Eilish coincide con el de Lil Nas X, un nacido el 99 que con su single "Old town road", mezcla de trap con country, dejó al desnudo la pronta obsolescencia de la separación por género de los rankings.

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Si la apuran, Billie Eilish define su música como "trap alternativo". En Spotify, uno de los compilados donde figura ofrece una descripción aun mejor: "gótico pastel". Así podría explicarse un hit suyo como "Bellyache", en el que un colorido beat de corte urbano y tropicaloide acompaña un relato lúgubre, escrito desde la perspectiva de un psicópata, sobre asesinar amigos y transportar sus cadáveres en auto. Es como si Robert Smith hubiese crecido escuchando a Drake. Sencillos más recientes como "You should see me in a crown" o "Bad guy" refuerzan la impresión de estar frente a una hija de su tiempo haciendo pop de autor con un giro perverso.

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El precio de la fama han sido las críticas fáciles y la degradación de persona a meme viviente. Los que toman de forma literal lo que dice en sus canciones, sin tomar en cuenta la naturaleza onírica y claramente novelesca de sus letras, la acusan de trivializar las enfermedades mentales como si ella, que sufre de depresión y trastornos del sueño, no supiera de lo que canta por ser tan joven. Lo cierto es que Billie Eilish, al referirse públicamente a sus problemas, ayuda a visibilizarlos. En YouTube, los compilados con sus tics durante las entrevistas la obligaron a emitir un comunicado declarando que padece el síndrome de Tourette.

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En el mundo angloparlante, ya sea para aplaudirla o tirarle dardos, pareciera que hoy por hoy todos quieren un poco de Billie Eilish. Independiente de su longevidad en la palestra, el gran momento que vive habla del cambio que trae consigo una camada para la que acceder a cultura e información nunca ha sido un problema. La mayoría de When we all fall asleep, where do we go? fue trabajada en un pequeño estudio casero, y aunque hace años que la tecnología permite operar así, para los adolescentes como Billie Eilish no se trata de una asombrosa innovación, sino de la cosa más normal del mundo.