A Lucho Barrios lo conocí en Lima hace muchísimos años, cuando él era un joven que comenzaba a hacerse un nombre en el mercado peruano y yo ya tenía una fama que me permitía girar por toda Latinoamérica. Siempre me llamó la atención lo cariñoso que era conmigo: me decía que yo era el padre de toda una generación que por esos años se dedicó a la música romántica. Algo así como un guía.
A mí me daba mucha ternura. Incluso, me relató una anécdota que me dejó muy sorprendido: me contó que él pidió que le dijeran Lucho, que ese fuera su seudónimo artístico, como una suerte de homenaje a mi persona.
Creo que esa sensibilidad y esa cercanía con el resto fueron la clave de su éxito y la gran razón que lo hizo tan reconocido en Chile. Fue un hombre que supo llegar al corazón del pueblo, a lo más profundo de la gente. Cada canción que tomaba, incluso algunas que yo había interpretado antes, las vestía de un estilo propio y cercano. Sin gran elegancia, sin grandes adornos, porque a él le gustaba el bolero simple, donde los sentimientos se cantaban con crudeza.
Eso, por ejemplo, también lo diferenció conmigo: en él había un impulso por crear canciones de corte muy popular, lejos de los salones o los parámetros más convencionales. Por eso me da mucha tristeza lo que ha sucedido con él. Porque, para mí, Lucho Barrios es el bolerista del pueblo.