La primera experiencia laboral de Alan McGee, como canillita en su niñez, duró hasta que se dio cuenta de que era más fácil hacer pillería. Aburrido de los porcentajes ínfimos, descubrió que podía llegar de madrugada, antes que hubiese testigos, y simplemente llevarse los fardos con diarios que ya estaban en la calle para venderlos y quedarse con todas las ganancias. Pese a venir de la Glasgow más humilde, McGee siempre intuyó que no tendría la vida de obrero para la que fue criado.
En sus años formativos, desarrolló la astucia de la que se valdría para convertirse en uno de los promotores musicales más importantes en la historia del rock británico. También se volvió un enemigo de la autoridad, a causa de su alcoholizado y violento padre. A los doce, McGee era golpeado porque escuchaba a David Bowie y su viejo creía tener un hijo homosexual. Hablamos de inicios de los años setenta, cuando el Duque Blanco consternaba a la sociedad británica solamente por apoyarse en el hombro de su guitarrista, Mick Ronson, frente a las cámaras de televisión.
La música fue su refugio en la pubertad. Seducido por Bowie, cayó de rodillas ante el glam rock de T. Rex y Slade. Aprovechando la indiferencia de sus padres, iba a ver conciertos de nombres como Queen, Thin Lizzy, Santana y The Who, un hábito que costeaba haciendo trabajillos por aquí y por allá. A los quince ya tenía varios shows en el cuerpo y uno de sus amigos era Bobby Gillespie, el futuro batero de The Jesus and Mary Chain que luego se transformaría en vocalista de Primal Scream.
Sin Alan McGee, no habría Primal Scream. Una de las bandas fundamentales de los noventa le debe su existencia al vínculo que formó con Gillespie alojando en su casa cada vez que recibía una paliza. Trabajando de electricista antes de salir del colegio, compró un bajo y respondió al aviso de un tal Andrew Innes buscando formar una banda. Poco después sumaron a Gillespie y fue así como los dos hombres que forman el núcleo de Primal Scream empezaron a hacer música juntos.
Emancipado a los dieciséis, McGee estaba hecho para volverse un punk. Cuando aparecieron los Ramones y los Sex Pistols en su vida, pensó por primera vez en dedicarse a la música para vivir. Congeniaba con la rebeldía de la nueva tendencia, pero además con su sencillez. Se dio cuenta de que bastan un par de acordes y mucho carisma para llegar más lejos de lo que le prometían los adultos. Antes de cumplir veinte, ya estaba instalado en Londres para cumplir su sueño.
En la capital inglesa, junto a su amigo Andrew Innes, tocó en todos los sucuchos posibles bajo el nombre de The Laughing Apples. El proyecto sirvió para que descubriera su don de la palabra. Siempre al borde de la charlatanería, McGee se dio cuenta de que podía hablar con el dueño de un local y conseguir una fecha aunque fuese por cansancio. Con los medios usaba la misma lógica. Logró colarse en las entonces influyentes revistas musicales y ser invitado por John Peel.
Aunque Innes tuvo que devolverse a Escocia, aquejado de una hepatitis y de un problema renal por culpa de las condiciones miserables en las que vivían, sin dinero y en un pequeño e insalubre espacio, McGee advirtió que tenía la capacidad de manipular las apariencias y se decidió a fingir ser exitoso hasta lograrlo de verdad. Le dio el palo al gato organizando un ciclo de tocatas indie, The Living Room, muy cotizado. Una vez que se aburrió de beber las ganancias, fundó el sello Creation.
"El mejor sello del mundo"
No es de extrañar que los hombres detrás de Trainspotting, el director Danny Boyle y el escritor Irvine Welsh, estén preparando una película sobre Alan McGee basada en Creation Stories, sus memorias. Se trata de un relato cándido sobre un personaje digno de antología, partícipe esencial y testigo privilegiado de la música británica, además de un pícaro vividor. Con los nombres involucrados en la biopic, es de esperar que la suavización histórica no llegue al extremo de Bohemian Rhapsody.
Varias de las anécdotas de Creation Records parecen diseñadas para el cine. Aunque en 1985, a dos años de su fundación, McGee aparecía en revistas diciendo que su sello era el mejor del mundo, lo cierto es que el amateurismo determinaba el acontecer de la naciente compañía. Estaban lejos de ser profesionales de gran nivel: una de sus primeras apuestas, el grupo escocés The Loft, se disolvió sobre el escenario tras una explosiva pelea de sus integrantes en pleno concierto.
La precariedad de la operación causó un accidente feliz que le trajo a McGee y Creation su primera victoria. Tras fichar por insistencia de Bobby Gillespie a The Jesus and Mary Chain, unos punks escoceses que nunca habían dado un concierto, los invitaron a tocar por primera vez. Como nadie en el sello sabía manejar una mesa de sonido y nadie en el grupo sabía manejar un amplificador, su ramoniana música quedó bañada en un ensordecedor feedback que se transformó en su sello distintivo y que los llevó a destacar en el panorama indie británico de la época.
El ruido seducía a McGee. Su espíritu punk y rompedor quedó conmovido al descubrir a My Bloody Valentine. Entre 1989 y 1990, su obsesión con ellos lo llevó a fichar a todas las bandas que sonaran similar: Ride, Slowdive, Adorable, Moonshake. Eventualmente, My Bloody Valentine casi lo llevó a la ruina. Financiar a Kevin Shields durante la carísima grabación de Loveless, acaso la mayor hazaña artística publicada bajo etiqueta Creation, estuvo a punto de dejarlo en bancarrota.
El buen ojo de McGee se traducía en momentos de intenso ajetreo. Loveless apareció un mes y medio después de Screamadelica de Primal Scream y dos semanas antes de Bandwagonesque de Teenage Fanclub. Tres obras maestras de los noventa al hilo. Con Screamadelica, Primal Scream pudo haber sido número uno si el sello hubiese tenido recursos para fabricar suficientes copias. Bandwagonesque, en tanto, pasó a la historia por dejar en segundo lugar a Nevermind de Nirvana en la lista de los mejores discos del 91 según la revista Spin.
Cuando descubrió a Oasis, a mediados de los noventa, su palabra era ley entre los conocedores y la prensa. Como hijo de la clase trabajadora y seguidor de la filosofía punk, abrazó a los Gallagher por su origen y su nula fastuosidad. Con ellos supo lo que era tener el mundo a sus pies. Buena parte de la mística proletaria de Oasis se debe a McGee, que entendió su costado social desde que vio la bandera de la unión yéndose por el WC en la portada de su primer demo. El éxito mainstream no se parecía al independiente: vender la mitad del sello a Sony y manejar a una banda famosa le llenó los bolsillos. Fue un período de estrés, cocaína y aeropuertos. De reuniones de trabajo que empezaban en Londres y terminaban convertidas en fiestas en Los Angeles. Con la nariz y los nervios sobregirados, acabó en un hospital.
Tras cerrar Creation en 1999, dejando un catálogo lleno de gemas de The House of Love, Sugar y Felt, entre otros, abrió el sello Poptones, con el que tuvo uno de sus últimos aciertos. De paso en Alemania, vio en la tele a un desconocido grupo sueco que le encantó por su energía y lo fichó apenas pudo. El nombre: The Hives. La gestión de McGee fue clave en darlos a conocer. Si bien después de Oasis nunca más volvió a la cima del mundo, le sobra material para una biopic sabrosa.