María Moreno, descarada
María Moreno no se parece a nadie, pese a que es rubia, intensa y con voz áspera. En una entrevista contó que escribía en las mañanas sin sacudirse el sueño. Escribir en trance es una manera de eludir el ego, de opacar la razón. En esas circunstancias aparece su voz genuina y original. Su entrega es sin cálculos.
Sigo a María Moreno. Leí una columna suya y quedé adicto a su forma de especular, de tejer historias y entrevistas. Su escritura tiene el cuerpo incorporado a la sintaxis: al leerla sentimos su ritmo, la cadencia de sus frases, sus atajos y vueltas. Las palabras que ocupa vienen sin inocencia. Cita, parodia o se apropia de lo que otros piensan con descaro.
María Moreno no se parece a nadie, pese a que es rubia, intensa y con voz áspera. Habla bajo y hace de la digresión un arte a la hora de conversar y escribir. Es tímida aunque tiene un look de actriz porno de los años 60. Cuando conversamos, por el chat de Facebook, disfruto del placer de hablar sin cursilerías con alguien que no esconde sus fracturas, ni sus deseos, ni sus fobias. Pasa lo mismo al leerla. Sus entrevistas son, en el fondo, conversaciones íntimas que Moreno filtra con sagacidad y sin atenerse a estereotipos periodísticos.
El primer libro que tuve de María Moreno se titula El fin del sexo y otras mentiras (2002, Sudamericana). Me lo trajo Germán Marín de Buenos Aires. La impresión que me dejó hasta hoy no la he podido borrar. Era un libro de ensayos, que agarraba la contingencia y la mezclaba con las obsesiones y lecturas. Indagar la experiencia es lo suyo. Black out (2016, Penguin Random House) es su libro cardinal por lo mismo. En él están expuestas sus obsesiones más reiteradas: el alcohol, la resaca y la vida de bares, la soledad, los amigos, la curiosidad y el deseo. Describe sin complejos, rompiendo el pudor, apostando por el "yo", por exponer su vida sin términos medios, con una prosa densa y transparente como un gin-tonic. Se inclina por lo híbrido, lo oblicuo, lo que está fuera de foco. Desde el psicoanálisis lacaniano hasta el panfleto under, su mirada cruza la baja y alta cultura. Es aguda para examinar síntomas sociales y personajes, y diestra para articular conjeturas y asociaciones inéditas.
La última vez que vi a Ricardo Piglia fumamos marihuana. Nos pusimos a hablar como loros, divagamos y fuimos a almorzar para bajar la volada. Fuimos a un café y en un momento se produjo un silencio que duró unos minutos. De repente Piglia me dice sin pregunta de por medio: "Sabés, María Moreno es el mejor narrador argentino, tenés que editarla". Quedé perplejo por su confesión. Y le hice caso. Publiqué Teoría de la noche (2011, Ediciones UDP). En ese libro viene "La pasarela del alcohol", un texto de María Moreno que Piglia admiraba sin recato.
Mis libros preferidos de María Moreno son dos. Subrayados (2013, Mardulce) es un conjunto de breves ensayos literarios donde la erudición está disuelta en un tono sarcástico, que no hace caso a los dictados del arte serio. Aborda las obras de autores varios, como M. Puig, O. Wilde, V. Woolf. Y se refiere al acto de leer, a ese vicio antiguo que acompaña y distrae. El otro, Banco a la sombra (2017, Sudamericana), consiste en una serie de escritos sobre distintas plazas de ciudades en las que estuvo. En vez de practicar el turismo exitista, explora estos lugares de paso y descanso para observar y hacer inferencias. Registra el ambiente, los pájaros, las estatuas, los jardines y el comportamiento de la gente. Inspecciona los trazos del pasado que aún surgen en estas zonas que poseen un aura única.
María Moreno se ha convertido en un ícono. Las causas en las que ella milita desde hace décadas han resurgido. Eso explica que muchos la consideren una feminista indomable y una periodista eximia en el arte de recuperar la memoria. En una entrevista contó que escribía en las mañanas sin sacudirse el sueño. Escribir en trance es una manera de eludir el ego, de opacar la razón. En esas circunstancias aparece su voz genuina y original. Su entrega es sin cálculos.
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