El director Eugene Jarecki atina casi todo en esta cinta que descifra a Elvis Presley como metáfora del sueño americano, menos en el auto escogido de la colección del rey del rock para montar este road trip que recorre las ciudades más relevantes en la trayectoria del artista que revolucionó para siempre la música y la cultura popular, hace más de 60 años.

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Uno de los entrevistados le comenta en cámara al realizador que debió elegir un símbolo estadounidense como Cadillac, la marca favorita de Elvis cuyos modelos solía regalar en las más insólitas circunstancias. Jarecki en cambio tomó un portentoso y anticuado Rolls Royce de 1963, que durante la filmación suele quedarse en pana.

Las fallas recurrentes del lujoso vehículo se convierten en parte de la tesis que este realizador ganador del Emmy y el festival Sundance esgrime sobre Elvis Aaron Presley: el sueño americano reluce magnífico como esperanza de conseguir lo que sea con tal de pretenderlo y trabajar duro, pero a menudo esa promesa se descarrila hasta convertirse en pesadilla.

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Rodada durante la última campaña presidencial de EE.UU., Jarecki invita al Rolls Royce a estrellas de Hollywood y cantantes de distintos calibres mientras recorre parte del país en las ciudades claves en la vida del astro. Arranca en su cuna en Tupelo, una ciudad miserable que si no fuera por Elvis sería aún más miserable, para continuar en Memphis donde la futura estrella absorbió toda la cultura musical posible en iglesias y antros de una urbe que funcionaba como bisagra entre el norte y el sur estadounidense.

En paralelo hay entrevistas a figuras como Chuck D de Public Enemy y el comentarista afroamericano de noticias Van Jones que discuten si Elvis ejerció apropiación cultural de la música negra y cómo se valora su figura en esa comunidad.

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Jones es más severo y cree que Elvis sacó partido de esa influencia sin dar nada a cambio. Chuck D, que en en clásico "Fight the power" vomita "Elvis fue un héroe para la mayoría pero nunca significó una mierda para mí", relativiza el asunto. Sam Phillips, el dueño de Sun Records donde Elvis debutó, no vendía mucho grabando artistas como B.B. King, pero ese chico blanco que cantaba como negro resultaba un batatazo y el hombre, a fin de cuentas, era un comerciante.

El relato suma antecedentes y lecturas con otros entrevistados sobre cómo EE.UU. se convierte a partir de su declaración de independencia en 1776 en un experimento mundial ajeno a la lógica monárquica reinante, cuyo éxito político y económico transforma a la nación en potencia imperial, una nueva Roma que se siente en el derecho de señalar al mundo sus destinos hasta llegar al siglo XX cuando el poderío económico decanta en la industria de los espectáculos, que contribuye entusiasta a perpetuar el poder hegemónico de la súper potencia.

La parada en Nueva York donde aparece el reputado periodista Dan Rather, analiza cómo un veinteañero se convirtió en poco más de un año en una figura de fama mundial, que llegando a la Gran Manzana se la comió de un mordisco sin que el establishment, aún desencajado por su personalidad, pudiera impedirlo.

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En Los Angeles, donde Elvis vegetó por años en decenas de películas estúpidas, Ashton Kutcher reflexiona sobre la fama y sus sinsabores mientras maneja el Rolls Royce y la gente que pasa a su lado le grita invasivamente.

Los años en Las Vegas de Elvis Presley hacen un paralelo con el presente estadounidense bajo el gobierno de Donald Trump. La ciudad donde el rey del rock se marchitó para siempre es definida como la auténtica representación del capitalismo sin pudores, un sitio fundado por maleantes que después cedió su dominio a corporaciones. Fue en ese periodo de transición que Elvis fijó residencia allí contratado por largas temporadas para cantar una y otra vez las mismas canciones en el gigantesco International hotel.

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A diferencia de otras figuras emblemáticas de los 60 como Mohamed Ali y Jane Fonda, The King subraya que un Elvis muy funcional al sistema nunca dijo nada sobre Vietnam. Luego comenzó a engordar y a narcotizarse cada vez más mientras Nixon declaraba la inútil guerra contra las drogas.

Jarecki y sus entrevistados siguen desentrañando cómo este hombre de origen pobre logró convertirse en tamaña estrella, un hijo de la clase trabajadora que triunfó para luego sucumbir víctima de sus propios demonios y de un sistema donde la opción número uno, tal como lo hace EE.UU. en sus decisiones geopolíticas, siempre es el dinero.

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Como dice Ethan Hawke, uno de los entrevistados más lúcido, crítico y a la vez entusiasta de Elvis, ante las encrucijadas comerciales y artísticas el rey siempre prefirió los billetes: cuando se fue del semillero de Sun Records por el contrato con RCA, al firmar un millonario acuerdo con Hollywood sin ninguna libertad artística, y finalmente al optar por Las Vegas tras su espectacular regreso en 1968, en vez de irse de gira por el mundo como oficialmente lo había manifestado. El rey del rock no pudo resistir el impulso capitalista y murió presa de los excesos ante la quimera de acceder a todos sus deseos.