El realizador chileno Patricio Guzmán (1941) es un amigo del Festival de Cannes. Comparte aquel privilegio con el fallecido Raúl Ruiz, quien hasta fue jurado en el encuentro de la Costa Azul francesa. El documentalista ha estrenado casi todas sus cintas en Cannes, a excepción de El botón de Nácar (2015), y es en este encuentro que se siente como en su casa. Vive además en Francia hace al menos cuatro décadas.
Ayer, fue el propio delegado general Thierry Frémaux quien introdujo su nuevo filme La cordillera de los sueños (2019) ante el público que abarrotaba la Sala de la Soixantième, en el Palacio de los Festivales. Es más, Frémaux le pidió a Guzmán que además de hablar en francés, dijera algunas palabras en español. El cineasta dio las gracias y fue modesto en sus apreciaciones: "Esta es una película muy simple, pero creo que poco a poco cautiva".
Puede ser simple, pero es seguramente la más desesperanzada de todas las que ha realizado. Su conclusión es que el país que él tiene en su imaginario no existe más. Lo que hoy pervive es Chile, pero tal y como fue diseñado por el gobierno de Augusto Pinochet. Evidentemente este tipo de reflexiones son declaraciones políticas: el cine de Guzmán es militante y la mayor de sus obras, La batalla de Chile (1975-1979), es la crónica del gobierno de la Unidad Popular, al que Guzmán adhirió.
Desde aquella obra referencial, el director ha querido reencontrarse una y otra vez con una nación que cada vez le es más ajena. El país neoliberal de hoy le parece un fantasma, aún más que el que revisitaba en Nostalgia de la luz (2010) y El botón de nácar, las dos partes anteriores de esta trilogía.
Si en aquellos trabajos el cineasta conectó respectivamente el desierto del norte y las aguas del sur de Chile con la memoria histórica, ahora el lazo es la cordillera. En ese contexto, entrevista a los escultores Francisco Gazitúa y Vicente Gajardo, el primero de los cuales vive literalmente a los pies de Los Andes. También le da la palabra al pintor Guillermo Muñoz Vera, radicado en España, y a Jorge Baradit.
Pero en los hechos el centro testimonial de la película es Pablo Salas, camarógrafo de estatura casi mítica entre los que registraron las protestas de los años 80 y cuyas imágenes han salido en varios documentales, incluyendo los de Guzmán. Hasta hoy Salas filma las marchas y conflictos callejeros, siempre en forma independiente.
Uno podría pensar fácilmente que Patricio Guzmán se identifica con Salas y viceversa. El documentalista en el lugar de los hechos cuando registró La batalla de Chile y Salas llegó en los años 80 como una posta de reemplazo. Guzmán siguió en Francia y Salas sólo tiene a Chile de horizonte. En la película, el camarógrafo se queja del modelo económico actual, se muestra pesimista sobre el futuro y su voz es la del documental, seguramente el más sombrío de los que ha hecho el realizador. No, el país de Patricio Guzmán ya no existe.