Cuatro cartas de adiós a Game of Thrones

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Daenerys Targaryen (Emilia Clarke), protagonista y una de las heroínas femeninas de Game of thrones, en una imagen de la última temporada de la serie de HBO.

La serie de TV más exitosa de este siglo llega hoy a su fin y deja uno de los legados más singulares en la cultura pop de los últimos años.


Aquí, cuatro figuras se despiden de la historia y narran lo bueno y lo malo que les dejó el fenómeno.

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Actor y protagonista de El Reemplazante.

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Cineasta y directora de Joven y alocada y Princesita.

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Realizador y Director de desarrollo de contenidos de Turner Latin America.

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Guionista y autor de Matadero Franklin.

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Se va mi serie

Por Iván Álvarez de Araya. Actor y protagonista de El reemplazante.

Como pasa con las grandes cosas, después de hoy quedará un gran vacío. Depende de los gustos, pero para mí Game of thrones es la serie de todos los tiempos. Fantasía, El señor de los anillos, intriga shakesperiana, crudeza, The walking dead. Todo eso me gusta y está incluido en esta historia, que empecé a seguir unos años atrás, cuando en medio de unas vacaciones encontré los DVD y quedé enganchado para siempre.

Desde ahí, ante cada nueva temporada, he mantenido sólo una certeza: que todo lo que esperamos nos lo pasen por la cara. Jamás íbamos a esperar que mataran a Jon Snow, y lo mataron y revivieron. Jamás íbamos a esperar que Daenerys, que era la más pro prueblo, se convirtiera en genocida. Yo creo que hoy va a ocurrir algo inesperado. La duda es a qué costo apelan a eso, cuando lo rico de los personajes siempre ha sido primordial.

Hoy sabremos qué tanto van a cerrar, qué tanto van a dejar abierto, qué tanta importancia darán a muchas cosas que desarrollaron durante las ocho temporadas. Es imposible hacer una serie a medida de todo el mundo, y obviamente el final no dejará a todos contentos. Pero pase lo que pase, quedarán grandes personajes y arcos maravillosos, sobre todo de secundarios como Jorah Mormont, Thormund o el Perro, que tienen unas cicatrices por fuera y por dentro que son muy bonitas de apreciar.

Si hay precuelas, como pasó con El señor de los anillos, nunca va a ser lo mismo, no serán los mismos personajes. Después de una gran serie, es muy difícil que alguien haga algo parecido. Hoy se va mi serie, la que reunía todo lo que me encanta.

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El fanatismo desbordado

Por Marialy Rivas. Directora de Joven y alocada.

Son infinitos los asuntos que se han discutido estas semanas sobre Game of thrones. Dentro de las muchas cosas que deja, por sobre la serie en sí misma o los análisis de las tramas mejor o peor resueltas, hay algo periférico que me parece mucho más fascinante: el alcance que tuvo para definir identidades. Es bonito ver que una ficción tenga tanta fidelidad y le importe tanto a la gente. Yo trabajo haciendo ficción, es increíble pensar que una obra pueda tener tal nivel de alcance. Y por supuesto entiendo que existan fans. Pero si en internet estos días se opina algo relativo a la historia, y algunos no están de acuerdo, se sienten profundamente ofendidos. La serie no funciona como algo que está fuera de ellos, sino que parece definirlos como personas.

Lo sentí yo misma: fue sorprendente cuando semanas atrás escribí en Twitter que discrepaba con lo que estaba ocurriendo con la mayoría de los personajes femeninos, como Daenerys o Brienne -cuyos cierres lamentablemente han confirmado que esta es una serie con una mirada casi exclusivamente masculina-. Nunca había tenido tantas interacciones ni tanta mala onda. Cuando respondí a eso con respeto, muchos razonaron y sostuvimos una buena conversación.

Pero lo que pude entrever, es que en algún punto lo que GOT generó es un fanatismo que tiene que ver más con las barras de fútbol o con las creencias religiosas; con sensaciones que se extreman y curiosamente siempre se juntan con la violencia que es exactamente lo que el autor de la saga, George R. R. Martin, férreo opositor a la guerra, quería denunciar y evitar con su obra.

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Mi entretención y mi terapia

Por Sergio Nakasone. Realizador y Director de desarrollo de contenidos de Turner Latin America.

Cómo quisiera decirle "Not today" a este domingo 19 de mayo de 2019. Ya pasaron cinco de los seis domingos… y sólo queda el último, sólo queda un capítulo de Game of thrones.

Estaba por trabajo en México y programé mi viaje, y sobre todo mi regreso a Santiago, para estar hoy a las 21 horas en el living de mi casa frente al televisor. Me subí a Game of thrones en el quinto ciclo y, como sucede con las buenas series, me devoré las primeras temporadas en días, cuántas gloriosas noches sin dormir con los árboles genealógicos de las familias a mano como "torpedo" para entender todo y no perderme nada.

En los últimos tiempos, GOT no sólo fue una gran fuente de entretención; también funcionó como terapia. Hasta incluso como una suerte de religión a la que uno se aferra para escapar de los problemas.

Coincidentemente, miré las temporadas más álgidas de Game of thrones en tiempos en que se producía mi salida de Canal 13: por ese entonces, los villanos de la serie se parecían mucho a los directivos del canal y, particularmente, sentía que un Ramsay Bolton de saco y corbata llegaba a destruir nuestro equipo, nuestro reino, nuestra "Invernalia". Obviamente éramos los Stark y veía gestos de Viserion, el dragón dorado de Daenerys, en nuestra gata Malibú; cambiando de ámbito, también reconocía a una exnovia en las escenas de Cersei y Jaime, o recordaba algún cahuín al ver cómo procedía Lord Baelish. Y pensaba: "¿Me habré vuelto loco?". Quizás. Pero loco y fan del ecosistema creado por George R. R. Martin y recreado por David Benioff y D.B. Weiss.

Esto será por siempre Game of thrones: la mayor fantasía imaginada, entretejida y entramada por conflictos terrenales, humanos y cotidianos que nos tocan a todos; una construcción narrativa perfecta que genera una identificación tan potente que hace que una madre que parió dragones y un hombre que volvió de la muerte sean muy parecidos a una amiga o a un familiar.

Y en este viaje por los Siete Reinos, de golpe uno se siente un Stark, un Lannister o simplemente Samwell Tarly. Alguna vez leí que alguien muy acertadamente definió a GOT como el resultado de la suma de El señor de los anillos y Los sopranos. Magnífica y precisa definición.

Algunos se quejarán por el final, seguramente serán muchos los que se sentirán defraudados. Yo simplemente prefiero agradecer a Jon Snow, a Arya Stark y compañía por permitirme ser parte de su ejército y darme la posibilidad de sobrevivir a tantas cosas de la mano de la mejor entretención. No sé quién se quedará con el Trono de Hierro de los Siete Reinos; pero para mí, Game of thrones se quedó con el trono de la mejor serie que he visto hasta ahora. "Valar Morghulis".

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Las pasiones trágicas

Por Simón Soto. Guionista y autor de Matadero Franklin

A mí también, como a la mayoría de los seguidores de la serie, me causa un enorme disgusto la manera en que los mentores de Game of Thrones han decidido apretar el relato en las últimas temporadas, saltándose la maduración de los acontecimientos, acelerando hasta el ridículo el avance de la historia.

Sin embargo, no puedo dejar de verla y respirar agitado en los momentos críticos de la serie. Pienso que su mayor logro es haber construido un tono único, aterrador, poderosamente oscuro y con una cuota de extrañeza indefinible.

Ese tono particular radica en su mezcla de política, belicismo, sexualidad y elementos míticos. También, por supuesto, la serie le debe todo a la mente erudita, fértil y obscena de George R.R. Martin.

Son historias complejas, densas, pobladas de personajes miserables y a la vez entrañables. Los diversos relatos se entretejen formando una amalgama asfixiante. Los espectadores hemos padecido el destino maldito de esos hombres y mujeres que se han movido por toda clase de instintos y emociones. Actúan contra toda lógica, y eso es lo que causa sorpresa y terror.

Aristóteles hablaba de las pasiones trágicas: la compasión y el miedo. Frente a la fortuna desgraciada de los héroes trágicos, el espectador se compadece, pero después, esa suerte que ha presenciado, puede experimentarla en carne propia: el miedo.

El miedo nos conduce por los vericuetos de la narración y nos empuja hacia estadios que no habíamos imaginado. Es obvio que hay series de mayor calidad dramática, de mejor inventiva, con recursos narrativos más sofisticados y complejos.

Pero creo que jamás he sentido la compasión y el miedo que me ha provocado Game of thrones.

La sospecha que aparece solo minutos antes de que se desate la masacre de La Boda Roja. La cabeza de Oberyn Martell despedazada en las manos de La Montaña. Viserion asesinado por la lanza de hielo del Rey de la Noche. Los grandes momentos de GOT son inmensos y persisten en nosotros como una opresión en el pecho.

Días y a veces semanas después de haber presenciado alguno de los acontecimientos más duros de la serie, una obstinada angustia me acompaña y me hace volver una y otra vez al recuerdo ingrato. Imágenes atormentadas que regresan mientras estoy trabajando o cuando voy en el Metro, camino a buscar a mi hija al jardín.

Compasión y después miedo, miedo por esos seres entregados a la más cruel y súbita de las fortunas.

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