Los aficionados a las cábalas y las correlaciones ocultas creen que si Terrence Malick se demora menos de seis años en hacer una película, nunca habrá nada bueno que esperar. Por el contrario, todos sus largometrajes de larga gestación han probado ser los mejores. Los ejemplos están a la vista: sus primeros cinco filmes fueron realizados durante 38 años y van desde Badlands (1973) hasta El árbol de la vida (2011); los siguientes cuatro le tomaron apenas seis años y se extienden entre To the wonder (2012) y Song to song (2017). Nadie se acuerda mucho de ellos.
Desde ayer, esa regla puede contar con la honrosa excepción de A hidden life (2019), una película por la que nadie parecía apostar demasiado y que en su primera proyección en el Festival de Cannes demostró que Terrence Malick está en plena forma otra vez. Que nadie piense que los soliloquios filosóficos de voces en off se acabaron. Malick sigue siendo Malick y su estilo, cámara en mano a ras de suelo y monólogos existenciales, bordan todo este tapiz verde, bucólico y finalmente fatal.
Esta es la historia real de Franz Jäggerstätter (1907-1943), un granjero austríaco con esposa y tres hijas, que rehusó pelear en la Segunda Guerra mundial por convicciones religiosas (y morales). Como regalo, obtuvo una cita con la guillotina en la prisión de Brandenburg-Görden, en Alemania. De su vida se supo poco hasta que en los años 60 se publicó una biografía en Estados Unidos y ya en el nuevo milenio, Jäggerstätter fue beatificado por el papa Benedicto XVI.
La comparación de A hidden life con La delgada línea roja (1998) es evidente, aunque en esta última película el protagonista es un buen muchacho americano (Jim Caviezel) que reflexiona sobre la barbarie de la guerra en medio del combate. A hidden life no ofrece esa posibilidad: Franz Jäggerstätter es un católico consecuente, un austríaco que votó contra la anexión a Alemania (el único en su pueblo de Sankt Radegund) y, antes que nada, un hombre que hace lo que piensa. Y lo que cree le significará transformarse en el paria de una aldea ignorante y obnubilada por los alemanes, situada no muy lejos de donde nació Adolf Hitler, némesis moral de Franz.
Protagonizada por el alemán August Diehl como Franz y la austríaca Valerie Pachner en el rol de su esposa Franziska, A hidden life está hablada mayormente en inglés. Con 174 minutos de duración (casi tres horas), es la más larga de las películas de Malick, pero también es una de las más coherentes, ordenando la casa después de los desvaríos de sus anteriores cuatro largometrajes. De cierta manera, el presente le sienta mal a Malick y sólo las historias con un contexto en el pasado le permiten anclar con sentido su cámara panorámica y su fascinación por los paisajes naturales.
Lejos de ser un filme religioso, A hidden life ofrece la posibilidad de acercarnos al alma de un ciudadano tan católico como el resto de sus compatriotas, pero movido por un sentido moral excepcional. Mientras el sacerdote local lo insta a unirse a las fuerzas nazis (demostrando las tristes grietas de la jerarquía eclesiástica), el irreductible Franz se sigue preguntando lo mismo en el minuto 1 y en el minuto 174 de la historia: "¿Por qué he de luchar en una guerra injusta?". Primero sufrirá el rechazo de sus cercanos en el pueblo y luego el sadismo de los nazis en la cárcel, pero su pregunta seguirá sin respuesta. Ese es el triunfo de Franz y la película de Malick está a la altura de aquel.
Delon y las mujeres
Se llegaron a juntar 20 mil firmas para que no se le entregara la Palma de Honor, pero finalmente el actor francés Alain Delon (83) tuvo su ceremonia de homenaje ayer en la noche en la sala Debussy del Palacio de los Festivales de Cannes. La estrella del cine francés era criticada desde hace varias semanas por al menos dos organizaciones pro-derechos femeninos debido a declaraciones donde reconocía haber golpeado a mujeres, pero también por su amistad con el político ultraderechista Jean-Marie Le Pen y sus declaraciones homófobas.
Eso sí, antes de que su propia hija Anouchka Delon le entregara la Palma de Honor (Delon tiene otros dos hijos que lo han criticado públicamente), la actriz belga Sand Van Roy logró entrar a la alfombra roja y lucir un vistoso tatuaje en su espalda que decía "Stop violence against women" con el símbolo del #MeToo arriba a la izquierda. Van Roy mantiene hasta hoy una demanda por violación contra el director francés Luc Besson, quien la dirigió en Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017).
Por la mañana, Alain Delon había ofrecido una masterclass donde fue ovacionado por sus seguidores. Repasó su carrera junto al crítico del diario Le Monde Samuel Blumenfeld, quien evitó preguntarle sobre cualquier tema polémico. Delon incluso aludió una y otra vez a las mujeres en buenos términos, quizás tratando de disipar la controversia sobre su homenaje. Fue así como recordó, por ejemplo, sus inicios en el cine: "La primera vez que vine a Cannes fue en 1956 con la actriz Brigitte Auber. Nunca había filmado nada. Si no hubiera conocido a las mujeres que conocí en mi vida, estaría muerto".
Ya en la ceremonia de la noche, con el rostro enrojecido y muchas lágrimas, Delon sostenía su Palma de Honor y se refirió a las dos actrices que marcaron su vida : "Pienso en Mireille (Darc) y Romy (Schneider)".