Hace nueve años el director argentino Juan José Campanella recibió de manos de Pedro Almodóvar el Oscar a Mejor Película Extranjera, aunque él prefiere dejar los recuerdos a un lado y aplicar la regla del pragmatismo en la vida. Por el contrario, sus palabras son plausibles, modestas y aterrizadas, un poco como las de Norberto Imbert (Oscar Martínez), uno de los protagonistas de su nuevo filme El cuento de las comadrejas y con quien comparte la profesión de director de cine.
Imbert convive con un personaje que sí vive de una gloria semiolvidada, Nora Ordaz (Graciela Borges), orgullo marchito del cine argentino, alguna vez ganadora de algo así como un Oscar en Hollywood. El tercero y cuarto en juego son el actor de segunda categoría y esposo de Nora (Luis Brandoni) y el vivaz guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock). Juntos hicieron populares cintas que ya nadie recuerda y también juntos viven la vejez en una mansión en las afueras de Buenos Aires.
A los cuatro los pilla la visita de dos jóvenes ejecutivos inmobiliarios (Nicolás Francella y Clara Lago), quienes sospechosamente agasajan y embaucan a Nora y luego muestran su carta bajo la manga: quieren comprar la casa y edificar. Nora y su esposo, con los pies en las nubes, parecen no darse cuenta del embrollo, pero Martín y, sobre todo Norberto, tiene la mente clara.
La película se estrenó el fin de semana pasado en Argentina con la respetable asistencia de 120 mil personas, solo superada por Avengers: Endgame. Hoy entra a los cines chilenos y para explicar de qué se trata, el director de la recordada El secreto de sus ojos (2009) habla con Culto.
¿Por qué quiso hacer este remake de la película Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976)?
Son varias circunstancias. En primer lugar, soy un fanático de Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) y de su director José Martínez Suárez (1925) es mi maestro en el cine. En segundo término me interesaba hacer un cruce de dos tipos de cine que a mí me gustan mucho y que son las de viejas películas de los estudios británicos Ealing (El quinteto de la muerte, 1955) y las comedias del director Ernst Lubitsch (Ninotchka). En tercer lugar, más que destacar el tema de la edad de los protagonistas, me interesaba enfatizar en el tópico de soñadores versus pragmáticos, que ha estado en todo mi cine.
A propósito de remakes, muchos quedaron decepcionados con la versión hollywoodense de El secreto de sus ojos, con Julia Roberts, Nicole Kidman y Chiwetel Ejiofor.
Me declaro incompetente para hablar de Secretos de una obsesión, pues estuve muy involucrado en su gestación (fue uno de los productores ejecutivos del remake) y es un filme cercano a mí. Lo único que podría comentar es lo que le dije al director Billy Ray: "Haz una película libre, de tal manera de que si caen en un programa doble, ninguna pueda 'spoilear' a la otra".
¿Busca plantear la dicotomía vejez versus juventud en El cuento de la comadrejas?
No lo creo. Este tipo de personajes han existido toda la vida. El personaje de quien viene a comprar la casa, que es más joven, ya estaba en la primera película de los años 70. Las comadrejas de la vida han existido siempre. Lo que sucede es que al principio la fuerza de los villanos pasa por su juventud y la debilidad de nuestros protagonistas por su vejez.
En la película, el director Norberto Imbert (Oscar Martínez) es el más racional del grupo. ¿Se identifica con él?
Mire, yo lo veo así. El actor o la actriz normalmente es pura pasión y aún no entiendo cómo es capaz de llorar a voluntad cuando se requiere. El guionista suele ser un tipo ocurrente e ingenioso, pero es él y su página en blanco, sin saber lo que significa lidiar con dificultades de rodaje. Y los directores somos de alguna manera las personas más cerebrales del grupo, permanentemente negociando con la realidad. Estamos alerta a todo lo que está pasando y menos pendientes de nosotros mismos. Nuestras habilidades son las más abstractas y difíciles de captar para el público: no sabemos actuar, no sabemos escribir y simplemente le decimos a la gente lo que tiene que hacer, coordinando el tráfico de tantos egos. Cuando vas a un rodaje es muy fácil identificar al director: normalmente es quien no hace nada en el set, sentado en el monitor y pensando.
Esta es su primera película con actores de carne y hueso tras El secreto de sus ojos en 2009 (en 2013 hizo la animada Metegol). ¿Hay mucha expectativa?
Hay una frase de la productora estadounidense Lynda Obst (Interestelar) que me identifica totalmente: "En el cine no existe la felicidad, sólo el alivio". Es la absoluta verdad y es lo que siempre me ha pasado. El cine es permanente desafío y problemas a solucionar. Y cuando los resuelves no estás feliz, sino que respiras con alivio. Es común que te termines tirando al piso si lograste hacer una escena cuando está a punto de irse el sol. La misma sensación tienes cuando lees las primeras críticas o te enteraste de la taquilla. Quizás la felicidad llega cuando ya pasaron los años y miras hacia atrás.
Probablemente recibió ofertas de Hollywood tras el Oscar extranjero. ¿Por qué no hizo películas allá?
Hay muchos factores. En primer lugar quiero aclarar que el Oscar no fue para mí, sino que para la película, es decir para todo el equipo. En segundo término, antes de ese premio, yo ya estaba comprometido a rodar Metegol, en la que me demoré tres años y medio. En ese período recibí varias propuestas de Estados Unidos, pero ninguna me interesó lo suficiente. Además, yo empecé haciendo filmes en Norteamérica. Mis dos primeras cintas en los años 90, que no anduvieron bien, las hice allá. No tengo el sueño de trabajar en Estados Unidos, a menos que sea en algo que realmente me guste. Simplemente no tuve un guion que me gustara. Por otro lado, todas las historias que se me ocurren transcurren en Argentina y no en Estados Unidos.