El erotismo y sus misterios
Ciertamente cuando Hitchcock se la jugaba por las mujeres rubias, distantes y gélidas es porque le gustaba fantasear con la experiencia de la perversión.
A lo mejor es inoportuno recordar a la salida de la última película de Matías Bize que para Hitchcock incluso el sexo debía tener suspenso. Y lo es, claro, porque en las imágenes de En tu piel, así se titula la cinta, hay bastante sexo y poco suspenso. El hecho es solo un dato. Hitchcock era un puritano, un artista ferozmente reprimido, un hombre más del siglo XIX que del XX, y sus ideas sobre el erotismo no tienen por qué ser un dogma. Más bien constituyen una señal de su época, la cual por cierto es muy distinta de la actual. Mejor, peor, igual, da lo mismo. Todas las percepciones son válidas. En lo que sí puede haber pocas dudas es que a mayor desnudez, menor parece ser en el cine la intensidad del erotismo. Pareciera que el morbo, la perversidad, la temperatura, algún grado de censura, de represión o a lo menos de misterio exigen.
Ciertamente cuando Hitchcock se la jugaba por las mujeres rubias, distantes y gélidas es porque le gustaba fantasear con la experiencia de la perversión. Tiene más cuento pervertir a una virgen que a una trabajadora sexual, como se dice ahora. Una de las escenas más explícitas de Para atrapar al ladrón -la comedia que el cineasta dirigió después de La ventana indiscreta- tiene lugar cuando Grace Kelly, divina, preciosa, vestida de alta noche y con un magnífico collar de brillantes al cuello, se inclina y se lo muestra a Cary Grant, que es un ladrón de joyas ya retirado y vive en la Costa Azul. La suya es una doble o triple provocación. Porque el collar es increíble. Porque él no es de fierro y siempre podría volver a su antiguo oficio. Y porque en verdad lo que ella le está ofreciendo no es tanto la joya como el esplendor de sus pechos. El cine de Hitchcock está lleno de recovecos, algunos muy distorsionados.
La película de Bize no tiene esos subterráneos, claro. Tampoco los tuvo En la cama, obra de la cual esta nueva realización es, más que un remake, una segunda versión. A diferencia de las antiguas ficciones románticas, que partían por los sentimientos y dejaban la cama para el final, en estas realizaciones ocurre al revés: los personajes parten del sexo para terminar en los sentimientos. Esta vez los personajes tienen más edad. Y a diferencia de la cinta original, que transcurría en una sola jornada, ahora los encuentros son varios y semanales. Posiblemente En tu piel tiene más elaboración que la película anterior. Pero también menos frescura. Más allá de las impresiones, sin embargo, Bize es de los cineastas que todavía se sorprende con los misterios de la pareja y eso no deja de llamar la atención y de situarlo en un lugar respetable. Bien por él.
Ahora bien, si de sexo se trata, una película mucho más radicalizada -política, moral y cinematográficamente hablando- es Las hijas del fuego, de la cineasta argentina Albertina Carri. Es una experiencia límite anclada a la teoría del post porno, cuyos alcances no entiendo bien, a menos que se trate de porno a partir de cuerpos que por edad o sobrepeso nunca calificaban en esta industria. Más que una cinta osada, la de Carri es una propuesta política de insurgencia, de reivindicación y ruptura. No creo que si la viera Hitchcock el viejo se moriría de nuevo, porque era cualquier cosa menos un ingenuo. Pero se aburriría a rabiar porque aquí -de furor en furor, de orgía en orgía- no hay una sola gota de suspenso. Y aun menos de misterio.
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