Comía y dormía lo justo y necesario. Podía pasarse días y noches enteras meditando, escribiendo cartas, pintando o practicando posturas de yoga que por las tardes enseñaba a campesinos y dueñas de casa. Muchos llegaban a tocar la puerta de la casucha de adobe en la que vivía, en una callecita de tierra alejada del ruido citadino y los años de fama. Pero la vida social no era lo suyo. Ni hablar de teléfonos celulares o televisores cerca. Nunca los tuvo. A su alrededor solo crecían tomates, sandías y zapallos en una huerta. Prefería cerrar los ojos e invocar el silencio más absoluto y, cómo no, si dar con ese refugio hacia el interior de Ovalle, en el perdido y cordillerano pueblo de Tulahuén, le había tomado al menos dos años.

Pudo haber huido también a Chiloé, otro de sus rincones favoritos de Chile, pero Sergio Larraín siempre prefirió el calor.

Entre sus más amigos solían llamarlo Keko. Ni ellos mismos lograban explicarse por qué el más famoso de los fotógrafos chilenos se había alejado de todo para volverse un perfecto desconocido.

Entre fines de los 50 y mediados de los 60, Larraín (1931-2012) dio la vuelta al mundo con una cámara Leica entre sus manos. Tras abandonar sus estudios de ingeniería forestal en Berkeley, retrató desde el lado más oculto de Valparaíso y Londres, hasta la captura de los guerrilleros en Casbah, en Argelia, y al temido capo mafioso Giuseppe Genco Russo, en 1959.

A los pocos años, sin embargo, y a pesar del éxito, se desencantó de la vida que llevaba. "Me encanta la fotografía como arte visual, así como un pintor ama la pintura. Ésa es la fotografía que me gusta. Pero el trabajo que se vende, me obliga a adaptarme", le escribió en 1962 a su amigo y también fotógrafo Henri Cartier-Bresson, el mismo que tres años antes lo había convertido en el primer y único chileno en ingresar a la prestigiosa agencia Magnum. "Estoy desconcertado (...), pero me gustaría encontrar una vía que me permitiese actuar a un nivel que para mí sea más vital. No puedo seguir adaptándome", agregó.

En varias otras cartas escritas entre 1987 y 1996, y que tras su muerte en 2012 quedaron en manos de su hija mayor, Gregoria (57), se sostiene el relato de Sergio Larraín, el instante, del realizador chileno Sebastián Moreno (1972). Pensado como un largometraje y una miniserie para televisión de cuatro capítulos, además, el proyecto financiado por Corfo, el Fondo de Fomento Audiovisual y el CNTV está en etapa de posproducción. El filme podría debutar en febrero del próximo año en el festival de Berlín, mientras que la serie será emitida por TV+ (ex UCV), también en 2020.

"La serie retrata cómo el mundo veía a Sergio Larraín", explica Moreno, en la voz de algunos de sus más cercanos; como su exesposa, Paz Huneeus, sus dos hijos y los fotógrafos Josef Koudelka y Luis Poirot. "La película es más como Sergio veía el mundo", agrega. Esencialmente biográficos los dos, en este último registro el director sumó al poeta y librero Sergio Parra, quien encarna a Larraín en sus paseos por el valle de la zona, siguiendo con su cámara inquieta la naturaleza muerta que había a su alrededor y hasta en la lectura de algunas cartas y anotaciones inéditas.

"Larraín era un fotógrafo más de los que yo admiraba de niño. Mi papá trabajó en el Archivo Fotográfico y de microfilms de la U. de Chile, y en mi casa estaban algunos de sus libros, como Valparaíso (1991)", cuenta el también director de La ciudad de los fotógrafos (2006).

Tras cerrar una trilogía sobre la dictadura chilena con Guerrero (2017), Moreno quería investigar una vida, zambullirse en archivos. "Sergio ya había muerto y había mucho misterio sobre su vida y obra; se creía que acceder a Magnum sería inalcanzable y que su familia no querría hablar. Pero un día contacté a Gregoria por Facebook y ella accedió de inmediato", agrega. Al tiempo, visitó en dos ocasiones los archivos de la agencia fundada por Cartier-Bresson.

Fue su puerta de entrada.

"Ni gurú ni maestro"

En la cima de su carrera, Sergio Larraín volvió a Chile en 1968. Tenía 37 años y acababa de separarse de la peruana Paquita Truel, madre de Gregoria. Ese mismo año se unió al grupo Arica, liderado por el gurú boliviano Oscar Ichazo (1931), quien lo introdujo en el misticismo y la meditación. Fue allí donde conoció además a su segunda esposa, Paz Huneeus, con quien tuvo a su hijo Juan José (45). Larraín nunca más volvió a ser el mismo.

"Sergio estudió en el colegio Saint George y quiso ser cura, pero él perteneció a esa primera generación que se rebeló a la de los padres", dice Moreno, que investigó exhaustivamente desde los primeros años de vida del fotógrafo, su paso por Magnum y hasta sus últimos días.

"Hay que pensar desde dónde miraba el mundo: desde un palacio, una cuna de oro. Poco después vinieron las grandes revoluciones espirituales y políticas, y mientras él estaba en el grupo Arica, con un lote de gente buscando la revolución espiritual -pensaban que si lograban iluminarse, ellos lograrían iluminar a los otros-, vino la Reforma Agraria, la Unidad Popular y, en el mundo, Mayo del 68, París, etcétera. Sergio ya había experimentado con LSD y otras drogas en EEUU. Nunca se limitó en ese aspecto, y creo que eso influyó en su búsqueda espiritual posterior", añade.

A mediados de los 70, Larraín partió solo con su cámara a Ovalle, donde compró un terreno y otros dos en Tulahuén, esa localidad cercada por cerros en la comuna de Monte Patria, en la Región de Coquimbo. Se instaló en uno de estos últimos, una parcela de dos hectáreas donde levantó su casa. Vivió austeramente: tenía su propio taller de revelado, una cocina equipada, un huerto y su cama en el suelo.

"Quiso conectarse con lo simple, y revivir antiguos años felices en el campo de sus abuelos. Pero su hijo Juan José fue criado en esas condiciones de monasterio, y aquí lo dice: para un niño era una vida dura. Sergio estaba muy ensimismado en su búsqueda personal. Era su guerra interna, con su propio ego", opina el director.

En 1996, Sergio Larraín recibió la herencia de su padre, el arquitecto Sergio Larraín García-Moreno. Con ese dinero costeó la publicación de 15 libros a los que llamó "Textos para el Kinder Planetario". En ellos plasmó un manifiesto sobre la conciencia y el cuidado del medioambiente, y los repartía gratuitamente entre sus seguidores y quienes tomaban sus clases de "yoga artesanal" basadas en la calistenia, un tipo de entrenamiento físico que había aprendido en el grupo Arica y que mezcla las artes marciales con la meditación.

En uno de ellos se lee: "Esta pequeña joya, de instrucciones para la vida, funciona perfecto. Seguirla al pie de la letra. Ofreciendo todo a Dios". Hacia el final, su autor pedía explícitamente "Fotocopiar y hacer circular" el volumen.

"Fue un evangelizador de la consciencia planetaria. Esa fue su obsesión final", dice Moreno. "No le gustaba que lo llamaran gurú ni maestro, pero creía que había que salvar al planeta y para hacerlo era necesario elevar la conciencia de las personas. Fue un proselitista espiritual, y éste su evangelio. Esos libros dividieron su publicación en dos partes: primero están los de fotografía, donde mostró la luz exterior, y luego estos otros donde dejó ver esa luz interior suya", añade.

En Tulahuén, donde Larraín murió de un paro cardíaco en 2012, a los 81 años, lo recuerdan como un hombre hermético y misterioso. El retrato hablado sigue siendo el de un hombre tranquilo, de camisa blanca y pantalones de tela, siempre acompañado de una cámara. "Muchos allá no sabían quién era", revela Moreno. "El último encargo que le hizo Magnum fue en 1985, pero él nunca dejó de enviar sus satori, que eran fotografías más estáticas y menos contingentes. Aún permanecen en el archivo de la agencia, pero ese no es su negocio. Entonces, entender hoy a Sergio Larraín, que es nuestro poeta visual, como el patrimonio mundial y chileno que es también, me parecía sumamente importante", concluye.

Sergio Larraín pidió ser enterrado directamente bajo tierra, sin ataúd. Sus restos se encuentran en el antiguo e intransitado cementerio de Tulahuén, "hierba del campo" en mapudungun. "No hablen más de mí -escribió en otra de sus cartas-. Déjenme en silencio. Olvídenme".

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