Elton John ha dado vuelta el tablero unas cuantas veces torciendo el destino, la historia y las reglas. Convertido en una de las máximas estrellas pop de todos los tiempos no cumplía con varias de las condiciones esenciales para el puesto excepto, claro, un extraordinario talento musical. Contemporáneo a Robert Plant, David Bowie y Freddie Mercury no contaba con la belleza, el misterio y ni el carisma exuberante de aquellos ídolos. Al contrario, era tosco, rechoncho y miope mientras una temprana alopecia lo dejó sin cabellera en pleno ascenso a la fama. Tampoco escribía letras quedando fuera de su alcance el prestigio cantautor en la línea de Bob Dylan y John Lennon.
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Refugiado tras el piano, instrumento clave en la fundación del rock & roll con Little Richard, Fats Domino y Jerry Lee Lewis, pero sin las connotaciones eróticas de empuñar una guitarra, Reginald Kenneth Dwight construyó un imperio musical basado en la fundación de un estilo que junto a otros artistas como The Carpenters y Bee Gees se convirtió en sinónimo de los años 70: el soft rock. Pulsos amortiguados, suaves fondos de cuerdas y sintetizadores envolviendo melodías melancólicas, una conjunción retenida en la memoria como imágenes Polaroids en sepia, dominadas por tonos marrones en ambientes de lana y lluvia.
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Si hubiera una competencia de la canción más representativa del subgénero, sin ser su single más famoso, "Daniel" de 1973 es seria candidata al título. Aquella letra que no tiene nada que ver con la condición gay oculta de Elton John por esos días ni la descripción de una familia disfuncional como se ha especulado por décadas, fue escrita por su socio Bernie Taupin para retratar a un ex combatiente de Vietnam que intenta retomar su vida bajo la perspectiva de su hermano menor ("¿todavía sientes el dolor de las cicatrices que no sanan?"), aunque el alcance explícito a la guerra quedó fuera de la edición final por razones meramente técnicas, single indeseado para el sello que se extendía más de la cuenta. Elton John la arropó con una trama instrumental y melódica que le tomó apenas tres tomas, definiendo así el sonido de una era.
La extravagancia en los trajes, los lentes y las pelucas ocupaban más atención que su material musical en la segunda mitad de los 70. Las drogas y el alcohol hicieron su parte también. Elton John estableció un régimen de cocaína, botella de whisky y cannabis que le permitía mantenerse despierto durante tres días para luego dormir 36 horas, despertar y devorar sándwiches de tocino, un pote de helado y vomitar de inmediato producto de una bulimia. El descenso no alcanzó a ser estrepitoso y aplacó sus adicciones para decantar en un nuevo periodo de gloria en los 80 con grandes clásicos de su repertorio como "I guess that's why they call it the blues", "Nikita" y "Sacrifice", esta última su canción más escuchada en Chile acorde a los datos de Spotify.
A diferencia de Phil Collins que nunca pudo recuperar el prestigio tras entregarse a las bandas sonoras de Hollywood, Elton John hizo el mismo camino y cosechó aún más éxito para más tarde seguir la costumbre de las más grandes estrellas y registrar nada menos que dos periodos de residencia en Las Vegas, señal inequívoca de haber tocado techo en materia creativa y que sólo resta que te vayan a ver a un lujoso hotel o casino en la ciudad del pecado, en vez de las agotadoras giras trasatlánticas.
El cierre que ha proyectado Elton John para su carrera es magistral incluyendo este film autobiográfico Rocketman y un extenso tour de despedida -Farewell Yellow brick road- hasta 2021. Aunque sus mayores éxitos tienen más de 40 años, su cancionero aún goza de gran demanda y de seguro aumentará con la cinta. Según Spotify sus canciones han sido escuchadas más de 2 mil millones de veces y aparece en más de 39 millones de playlists.
Sigue siendo una estrella distinta, extravagante y audaz. Cuando nadie lo confesaba abiertamente, Elton John reconoció su homosexualidad en una época estigmatizada para los gays como los 80, contribuyendo con su gesto a la dignidad de millones de personas en el mundo.
Por sobre los brillos, los trajes y anteojos de marcos absurdos que intentaban ocultar el escaso encanto y estética para los manuales del pop, Elton John compuso las mejores piezas musicales posibles junto a Bernie Taupin sin tener que trabajar en la misma habitación. Un equipo que no necesitaba reunirse para triunfar, otra regla doblegada por el talento sublime del astro británico.