Manipuladora, asertiva, inteligente y con un particular sentido de familia, el personaje de Trinidad en Pacto de sangre pasará a la historia de las telenovelas como uno de los mejores que se hayan escrito en la ficción local. Su complejidad es tal que, encasillarla como "villana", sería mezquino: nunca mató a nadie e incluso cuando lo esperable era que terminara con la vida de su marido pedófilo y asesino de su padre, los guionistas respetaron su arco dramático y decidieron que de eso se encargara su hijo (en una fortuita coincidencia con Game of thrones, clavándole un cuchillo como Jon Snow a Daenerys). Su final es un lujo, porque le da a su audiencia lo que espera: pagan todos los "malos", menos Trini, que siempre fue muy superior a ellos.
Seamos sinceros: los finales de telenovelas chilenas habitualmente son ridículos o excesivamente felices. Hay casos contados en que no ha sido así (el de Pampa ilusión es y seguirá siendo el mejor; el de La fiera es un clásico, porque también respetó el ADN del personaje principal hasta su último minuto; el de Ángel malo aún conmueve), pero lo usual es que el libreto sea débil cuando debe definir. Acá no ha sido así, y el mérito ha estado en el equipo de guionistas encabezados por Catalina Calcagni, de armar una historia como rompecabezas, que comienza y termina en una piscina, y también de la dirección de Cristián Mason para llevar a imágenes todo lo escrito sin caer en excesos ni en tomas innecesarias. Se han dado también el lujo de concentrarse en el final de los protagonistas y no en el del resto -que siempre fueron accesorios- e incluso de hacer uso de humor negro para el cierre, con la niña regando sobre lo que suponemos es una improvisada tumba del padre.
Es cierto que Pacto de sangre flaqueó a mitad de historia, que Canal 13 alargó groseramente sus últimos 20 libretos, que tuvo algunos personajes insufribles (Josefa y Gabriel) y que en rating no ganó (aunque ya es hora de que cambie la medición de sintonía e incluya el visionado por celulares y computadores). Pero también es cierto que artísticamente es lo mejor logrado que se ha visto en los últimos dos años en televisión, que desplegó actuaciones soberbias (qué enormes estuvieron Néstor Cantillana e Ignacia Baeza) y que, aunque algunos aún no quieran reconocerlo, marcó un hito sin necesidad de inventar la rueda. En su balance, le ha dado un giro a la ficción local de vocación masiva: se pueden y se deben hacer teleseries que no subestimen a los televidentes.